Cuentan en los periódicos que, en un poblado de chabolas de Sevilla, llamado El Vacie, vive una mujer de raza gitana que tiene ciento quince años de edad y, dentro de un mes y medio, cumplirá los ciento dieciséis. Todo un récord para este país, aunque de vez en cuando nos encontramos noticias sobre mujeres que viven en recónditos pueblos, que rondan o superan los cien años de edad. Suelen ser ancianas que ya lo han visto todo. Vivir tanto comporta asistir a demasiados nacimientos y defunciones, a demasiadas guerras y conflictos, a demasiadas muestras de odio y de egoísmo entre los seres humanos. Por lo general, estas abuelas que han sobrevivido al siglo y sus circunstancias, a un siglo tan bélico y violento, suelen carecer de la mayoría de adelantos técnicos y modernos que a los demás nos hacen la vida tolerable en las ciudades. Aún diría más: suelen habitar pueblos, o chabolas, y han pasado frío, hambre, penalidades y mil cosas que llenarían una montaña de biografías.
Pero volvamos a la abuela gitana de ese poblado de chabolas de Sevilla, que le ha visto las orejas a tres siglos. Dicen que durante años vivió de la venta ambulante, y que en la vivienda que comparte desde hace cuatro décadas con otros familiares no hay agua caliente ni calefacción. Lógico, tratándose de la casa prefabricada de una chabola y sus ínfimas condiciones. Pero no tan lógico cuando alguien ha pasado tanto frío durante años y aún vive para contarlo. Será, supongo, lo de llevar una vida alejada de la polución de las ciudades y será, desde luego, ese sometimiento a las bajas temperaturas lo que forma una coraza en algunos hombres y mujeres, y los vuelve inmunes a las enfermedades. Siempre me vienen a la memoria, cuando leo esta clase de noticias, las fotografías en las que Katharine Hepburn se bañaba en lagos helados para conservar la tersura de la piel. O esos bañistas entrados en años que se desnudan junto a la nieve y se bañan en invierno. Es saludable, sí, supongo, pero se necesitan arrestos para hacerlo. Me pregunto hasta qué punto vale la pena vivir tanto. El otro día vi, en un programa de televisión, el momento en que preguntaban a varias personas si les gustaría ser inmortales. Una señora respondió que, teniendo que vivir con poco dinero y en sus condiciones y con la mala salud y demás, para qué quería ser inmortal, si esa posibilidad sólo le acarrearía más sufrimientos.
Sin embargo, si por algo me llamó la atención esta noticia no fue por la historia, dado que, insisto, de vez en cuando airean en los medios las biografías de otras mujeres que han pasado la frontera del siglo de existencia, sino por un titular que decía “El Ayuntamiento estudia sacar del Vacie a la mujer de 115 años”. Me hizo gracia. Los ayuntamientos sólo se ocupan de arreglar las cosas cuando es demasiado tarde. En los ayuntamientos son así: ponen el nombre de una calle al escritor cuando ya ha muerto y jamás podrá disfrutar de esta dudosa gloria, erigen estatuas y bustos solemnes en plazas y rincones no menos solemnes cuando tal o cual artista se ha ido al otro mundo, estudian recomponer los barrios más destrozados cuando los vecinos se han cansado e inician sus protestas y entonces peligran los votos en las próximas elecciones. En descargo del cabildo que quiere sacar a la señora gitana del poblado podemos decir que, según declaraciones a la prensa, lleva un tiempo intentando mandarla a la residencia, pero que sus parientes se oponen. Pidieron una “vivienda digna”, pero su caso no se consideró prioritario. Ahora, cuando la historia salta a la prensa, insisten en sacarla de allí. Con tantos años y sin futuro. ¿No es un poco tarde?