Sábado. Había descubierto unos días antes la existencia de un libro titulado “Un mundo aparte”. Su autor, el polaco Gustaw Herling. Padeció el encierro en las prisiones soviéticas. En la línea de “Relatos de Kolimá”, según tengo entendido. Lo busqué por internet. La ficha del libro aparecía en las páginas de varias librerías: disponible. Así que salí a la calle y me puse en camino. Escudriñé la sección de narrativa de Fnac, El Corte Inglés y las sucursales de La Casa del Libro que hay en la Gran Vía y en Maestro Victoria, cerca de Preciados. En La Libre y en La Central. Sin suerte. Decepcionado, al llegar a casa revisé las páginas de internet. Encontré el error: había buscado en narrativa, pero Herling escribió un libro de memorias. Lo clasificaban en memorias políticas, sección de humanidades. También podía estar en la zona destinada a libros de guerra y de historia. Me juré que sería capaz de encontrarlo.
Lunes. Antes de emprender la búsqueda entré en internet. Iberlibro es una página que rastrea el catálogo de numerosas librerías de viejo de todo el mundo. A veces proporciona buenas pistas, pero no siempre es fiable. Se ha dado el caso de pedir un libro que aparecía en la base de datos y que el librero te responda diciendo que la base está mal y que ya no lo tienen. En Iberlibro aparecía un ejemplar: a treinta euros, más caro que su precio inicial de venta, en la librería El Galeón. Apunté en la memoria el sitio, pero preferí salir a buscarlo por ahí, a un precio más barato. Primero llamé por teléfono a La Central de Madrid. El chico que respondió me dijo que estaba agotado. Le pregunté por las sucursales de Barcelona y Mallorca: según la web de la librería, estaba disponible en ambas. Contestó que no quedaban ejemplares. Llamé a Fuentetaja, donde aparecía disponible. La respuesta fue idéntica. Salí a la calle, víctima de mi obsesión. Ahora tocaba revisar las secciones que se me habían pasado por alto: historia, guerra, memorias. Entré en El Corte Inglés. Cansado de revisar los anaqueles, pregunté a una dependienta. Estaba agotado. En Fnac: ni rastro. La próxima parada fue La Casa del Libro. Subí al segundo o tercer piso. Escudriñé cada rincón. Sin suerte. Una dependienta miró en su ordenador. Agotado. Desde allí encaminé mis pasos a Libreros. Nunca tengo fortuna en esa calle, y esta vez no fue una excepción. Ni idea del libro. Ni siquiera sabían de qué estaba hablando. Herling, amigo desaparecido, ¿dónde podré encontrarte? Sólo quedaban dos opciones: pedirlo a la editorial, donde también cobraban treinta euros al sumar los gastos de envío; o ir hasta El Galeón. Opté por la segunda. El Galeón es un sitio extraño. Una librería caótica en la que ya no se puede entrar. Una cuerda en la entrada impide el paso. El librero te atiende allí mismo, y apunta los pedidos. Tras él reina el desorden: libros por todas partes, amontonados en el suelo, en las mesas, en las estanterías. Pregunté por Herling. Respondió que acaso lo tuvieran en el almacén. Tendría que averiguarlo. Si estaba disponible, me llamaría el martes.
Miércoles. El martes no recibí la llamada del librero. Un amigo me rogó que le consiguiese otro ejemplar. El martes, desesperado, decidí pedirlo a la editorial. Lo más probable es que no lo tuvieran, estaba agotado en todas partes. Pero el miércoles por la mañana, cuando había renunciado ya a conseguir una copia, recibí el aviso del librero del Galeón. Tenían “Un mundo aparte”. Fui a comprarlo, feliz y satisfecho. Durante unos minutos, de vuelta a casa con el ejemplar polvoriento entre las manos, no sé si me sentí como Indiana Jones o como Philip Marlowe.