La televisión pasa por uno de sus mejores momentos, ya lo dije antes. No tragaba tanta tele desde que era un crío, en esa época que recordamos los de mi generación con agrado, cuando veíamos el “Un, dos, tres” los viernes por la noche y luego tocaba baño, o cuando nos tragábamos esas series que nos parecían legendarias y que, vistas hoy de nuevo, nos hacen sonrojar de vergüenza ajena. Los miércoles tengo una cita ineludible con “Muchachada Nui”, un programa que me parece ya más completo y consistente que el anterior, “La Hora Chanante”. No están Marlo y Claudio, ni Vicentín, pero El Gañán sigue siendo el mismo, con otro nombre. Y están Enjuto Mojamuto, El Joven Rappel, Riken Sproken, Perro Muchacho y las secciones Mundo Viejuno y Celebrities, entre otras cosas. Estos tipos son genios, pero nuestros padres no entienden su humor. En uno de los últimos programas pusieron un corto titulado “La secta” que presenta un único plano secuencia de seis minutos, repleto de cachondeo. Eso es dificilísimo de rodar. Se merece un premio. Los jueves tengo cita con “House”, con ese doctor cada vez más amargado y más perro. Tendría cita con “Me llamo Earl”, que ponen en La Sexta, si no fuera porque me bajo los capítulos en inglés y los veo antes de que los pongan. Y lo hago porque el doblaje no está a la altura del trabajo de los actores. Cuando coincide, veo “Los Simpson” y “Padre de familia”, y todos los domingos por la noche, en Telemadrid, emiten un clásico.
Algunos días, cuando me acuerdo, veo el “Pressing Catch”, que me depara unos ratos inolvidables y muchas carcajadas. Mi luchador favorito continúa siendo Batista, un tipo que tiene un rostro animalizado, brutal y muy fotogénico, y que podría salir en películas y en series de televisión. El cuello de Batista supera con creces el pescuezo de los morlacos que torean en las plazas españolas. En su nuca se podría pintar otro Guernica. En cambio me pone enfermo el tal John Cena, que ha rodado una película de acción y mamporros y tiroteos cuyo cartel y título asustan a cualquiera. Esto de la lucha libre es un festival del humor, de veras. A mí me gustaría asistir a uno de estos combates, que son puro teatro. Pero no me gustaría verlo en España, sino en alguna ciudad de Estados Unidos, metido entre un público en su mayoría hortera que lleva puesto el sombrero de cowboy dentro del local y que se viste con evidente mal gusto; ya saben, con sombrero, camisa con flecos, corbatín de rockero, botas de cantante country y un corte de pelo “turronero”, o sea, como Billy Ray Cirus. Creo que, si asistiera a uno de esos eventos, me pondría yo también un sombrero, para no desentonar. Y no tengo ninguna duda: tendría la diversión garantizada. Con las series españolas, en cambio, no puedo. A veces consigo ver unos minutos de alguna de las series más afamadas, y paso el rato. Pero jamás me engancha. Sé que cuentan con gran aceptación; no hay más que ver la audiencia del primer capítulo de “Gominolas”.
Sin embargo, aún no he visto “Los Soprano”, y eso que me la han recomendado por activa y por pasiva. Yo quiero verla, pero no es fácil. Para empezar, son seis temporadas. Bajarse tantos capítulos de internet me parece una tarea tediosa. Estamos hablando de un montón de episodios, y tendría que ir buscándolos uno a uno y en orden de emisión. En la Fnac venden cada temporada a un precio de oferta, pero he ido un par de veces y los primeros capítulos ya han volado. Y sin la primera temporada no puedo ver la siguiente. A quienes no paran de recomendármela les prometo que, tarde o temprano, conseguiré tragarme sus seis temporadas.