Diego Medrano conversa hoy con David González. Como considero amigos a ambos, copio el artículo que ha aparecido en El Comercio:
La luna a cucharadas: Lágrimas y lija, por Diego Medrano
Cargó el petate al hombro este verano y se plantó en Charleville (el pueblecito de Rimbaud). El caso es que lloró en Charleville, lloró sin poder evitarlo, antes de hacerse de lija por entero y seguir dando guerra. «¿Por qué lloraste en Charleville?». «Por la mierda de vida que llevaron todos los genios. Lloré, ante su tumba, por la forma en que Rimbaud murió en Marsella, tras un auténtico cautiverio antes de llegar al hospital en el que finalmente palmó». «¿Te gustó Charleville?». «Una puta mierda. Dedican más interés a su festival de marionetas que al propio Rimbaud». «¿Fuiste en busca de Rimbaud en momentos difíciles?». «Eso es, Medrano. A Rimbaud le despreciaban en su pueblo tanto como me desprecian a mi. Hablo siempre de instituciones, no de gente. Estaba harto del cielo gris de esta ciudad, y de las columnas de humo de Aceralia, que me recuerdan que yo curré allí. Estaba harto de que se me excluyera de todo tipo de acto público. Y fui en busca del excluido por excelencia». «La escritura, David, vuelve a oponerse a la vida o a la salud. Me gusta esto de literatura versus salud». «¿Sabías que en diez años como poeta en mi propia ciudad aún no me han llamado para una lectura a cambio de una puta peseta? Me voy a largar de aquí en cuanto pueda, porque aquí me voy a morir de hambre, al carecer de ingresos por otra vía y al ser marginado estética y sistemáticamente. Pero, claro, es que no escribo en la nuesa lligua de los cojones». «¿Me llevarás contigo?». «Ja, ja. Me largo a Bolivia o Santo Domingo a primeros de año. Me iré pronto, te lo aseguro. Aquí si no se chupan pollas no tienes nada que hacer». «¿La felación común se paga con una beca o una subvención de muchos millones?». «Algo así, tío. Algo así. Tú ya me entiendes. Y si no puedes preguntarle a alguno de tus amigos». «¿Sigues viendo tres películas diarias y leyendo dos libros?». «Claro que sí. Estoy solo pero el arte me acompaña». Uno siente que David, en mitad de sus furias, ha dicho alguna verdad. Aquí, en esta ciudad y en esta región, los homenajes a los escritores siempre son absurdos. No se dan en vida plena, y, a lo sumo en la vejez, se les dan calles y cosas a señores muy chochos que siempre han tenido la literatura como anécdota. Repugnante.