No entiendo la repercusión del famoso caso de los McCann. Ella, por cierto, es una fotocopia inglesa de Melora Walters, actriz que interpreta a la chica que en “Magnolia”, de P. T. Anderson, se enamora del policía. No entiendo que se les esté prestando tanta atención. Hace unos días estuve viendo un telediario y un alto porcentaje del mismo estaba dedicado al caso. Tras hablar del tema, a continuación dieron otras noticias con muertos de por medio: casos de maltrato y asesinato, misteriosas desapariciones, homicidios callejeros y cosas así. Le dedicaron apenas unos segundos a cada uno. Los señores McCann han montado un circo mediático y nosotros les seguimos el juego. Copan los medios, copan las conversaciones, copan las bitácoras y los foros. Incluso interesan a los medios del corazón. Parece como si Madeleine McCann, ese ángel rubio de mirada donde se resumen la pureza y la inocencia, fuese el único caso de niña desaparecida y probablemente asesinada. La historia de la niña, de los padres que lloran pero también resultan ser sospechosos, vende. Vende periódicos, ocupa el segmento principal del tiempo de los telediarios. Es un circo. Un circo creado, no lo olvidemos, alrededor de la desaparición de una criatura. Quiere decirse que a estos temas no se les debería dar tanta publicidad, y menos si ha sido orquestada por sus padres y por los asesores de imagen.
En la prensa abundan los casos de desapariciones y de asesinatos sin resolver. ¿Cuántas veces hemos visto, caminando por las calles de nuestra ciudad, esos retratos donde aparece la foto de alguien debajo del lema “Desaparecido”? ¿Cuánta gente desaparece cada año? ¿Por qué no se monta el mismo tinglado? Porque los padres han organizado un circo, ya digo. Han cebado un anzuelo y nosotros lo hemos mordido. Basta con molestarse un poco y escudriñar los periódicos. Casos más horribles que el de Madeleine se leen todos los días en la prensa. Auténticos rompecabezas para los detectives y los investigadores, pero a los que no se confiere tanta publicidad. Pongamos el juicio de ese ruso que imaginaba que cada cuadrado del tablero de ajedrez correspondía a una víctima. Mató a unas sesenta personas y se quedó tan ancho. Lo acusaron de haber matado a cuarenta y nueve personas y él dijo que no, que no era así, que su currículum de psychokiller era más contundente, y alegó tener a sus espaldas sesenta y dos cadáveres. Pero no se le ha dado la misma publicidad que a los McCann porque no se trata de un señor con el glamour de los McCann. Y ni siquiera es necesario que nos vayamos tan lejos. Miren, por ejemplo, el caso de Susana Acebes, asesinada en Zamora hace ahora unos siete años. Aún no se ha encontrado al culpable o a los culpables. No se ha resuelto.
El asunto ha llegado tan lejos que incluso se elaboran encuestas para que los ingleses digan si creen que los McCann de marras son inocentes o culpables. Como si fuese el pueblo quien debe decidir, y no las pruebas, las investigaciones, las evidencias, los juicios. En un periódico decían que algunos analistas han calificado a esta cobertura mediática de “Pornografía trágica”. Insisto: cada día se esfuman personas, y muchas de ellas son niñas, cada día desaparecen y mueren un montón de pobres diablos, pero no se les da tanta cancha porque son eso mismo, pobres diablos, porque sus padres o sus parejas carecen del glamour de los McCann, de su habilidad para la promoción, de su ansia por aparecer en la tele. El dolor suele, y debe, sufrirse en silencio. Nunca ante las cámaras.