Coinciden en la cartelera, estos días, varios remakes producidos por Hollywood. En Estados Unidos hacen remakes de todo. De sus propias películas, ya sean clásicas (“Psicosis”, “La huella”) o contemporáneas (“La matanza de Texas”, “Carretera al infierno”). Y de los filmes del extranjero que les han gustado, sean españoles (“Abre los ojos”), franceses (“Tres solteros y un biberón”), italianos (“El último beso”) o alemanes (“Funny Games”). De ese modo, el cine americano entra en un círculo vicioso y se alimenta de sí mismo y del extranjero. Cualquier película con un poco de éxito, o con una trayectoria de culto, puede ser reconstruida (o “remakeada”, si se me admite el palabro) varias veces. Existió una obra maestra llamada “Psicosis”. Luego hicieron un remake, copiado plano a plano y en color pero sin la maestría de Alfred Hitchcock. Y, en el futuro, cuando la mina de las ideas esté agotada, aunque ya le falta poco, volverán a hacer otra versión de “Psicosis”, protagonizada por robots o por dibujos animados o por actores pintados con dibujos (la técnica empleada en “Scanner Darkly” y “The Polar Express”) o lo que sea que se le ocurra al magnate de turno.
Comentaba en el párrafo anterior que coinciden varios remakes en la cartelera, y ninguno de ellos me motiva. “Disturbia” se inspira en “La ventana indiscreta”, pero, de nuevo, sin el magisterio de Hitchcock ni la solvencia de James Stewart; y, aunque reconozco que Shia LaBeouf es buen actor, como demostró en “Bobby” y “Memorias de Queens”, no iré a verla. “Carretera al infierno” es la nueva versión de aquella cinta de serie B que a mí me sigue apasionando, que en España se titula igual, y que protagonizaba un siniestro Rutger Hauer. Tampoco me interesa, pese al trabajo de Sean Bean, un tipo con carisma y oficio. Y está “Sin reservas”, basada en “Deliciosa Martha”. No he visto ésta última, y el trailer de la nueva me indica que no debo tragarme este pastelón. Y está “The Last Kiss”, versión yanqui que me niego a ver porque la versión original, la italiana “El último beso”, me dejó un agradable sabor de boca que los americanos no pueden superar. Y está, por supuesto, la nueva versión de “Hairspray”, que, para colmo, no se basa en la película original de John Waters, sino en el musical que montaron después en Broadway. La veré cuando salga en dvd o cuando la pasen por televisión. Waters hizo una modesta y brillante película cargada de litros de mala leche. Muy ácida, como suele ser su cine. Y me niego a que esa visión me la machaque la industria de Hollywood. Insisto en que no he ido a verla, pero me temo que no saldrá esa escena de la película original en la que la chica que quiere ser reina del baile llora porque le ha salido un grano en la barbilla. Un grano muy blanco y purulento que su madre se apresura a reventar con las uñas. Y encuentro numerosas diferencias entre la madre descomunal, barriobajera y sucia que interpretaba Divine, y el retrato de John Travolta, que hace el mismo papel, pero en señora limpia, con buena presencia y menos kilos. La demoledora “Funny Games” se la han encargado a su director original, Michael Haneke. Y él ha rodado la misma película, con los mismos planos y los mismos diálogos, pero con actores anglosajones.
Lo anterior no significa que uno sea contrario a los remakes. Algunos me parecen superiores al original, o están a su altura. Es el caso de “La guerra de los mundos”, “Amanecer de los muertos”, “La matanza de Texas” o “Las colinas tienen ojos”. Pero un buen remake debe aportar una nueva perspectiva, construir una visión alternativa de la misma historia, y no ser una fotocopia.