Cuando en Hollywood necesitan el auxilio económico que reportan las secuelas de las películas de acción y aventuras, pero la cuerda no da más de sí, entonces apelan al cansancio del héroe. Dado que no hay actores nuevos, jóvenes y significativos en el cine de tiros y explosiones, es más rentable (y depara más calidad) acudir a las viejas glorias para contarnos que siguen dando caña, aunque peinen canas, exhiban las primeras arrugas y empiecen a envejecer. Y, que conste, a nosotros en tanto que espectadores nos parece muy bien. Mejor un héroe maduro y algo cascado que no un yogurín que no soporta dos puñetazos en las costillas.
En “Die Hard 4.0” (aborrezco esa traducción de “Jungla de cristal”), el John McClane de Bruce Willis es un tipo que empieza a envejecer. Ha abandonado sus viejos hábitos: el tabaco y el alcohol. Lleva la cabeza pelada porque se ha quedado calvo y, además, porque los calvos están de moda. Es más grande, más voluminoso, pero demuestra que aún está en activo, que puede prepararlas pardas aunque sea con la ayuda del ordenador (y esto último posee doble sentido, si han visto la película: a McClane lo acompaña un actor joven, sangre nueva, que se dedica a los ordenadores, lo cual conecta con el público cachorro; pero también abundan las escenas en las que la acción está hecha por ordenadores). Nos gusta McClane. Ya nos gustaba cuando era joven, chulesco, fumador y borrachín. Pero la madurez le ha sentado bien. Cuando un héroe ha envejecido, y soporta como puede los golpes y las carreras, se vuelve más creíble porque resulta más humano. La escena clave de esta cuarta parte de las aventuras del policía se encuentra en el desencanto del protagonista. Cuando dice que no le gusta ser un héroe. Que a un héroe le dan una medalla, un par de palmaditas en la espalda y luego se olvidan de él. El cansancio, en este caso, más que en los dolores de espalda y el lumbago o las arrugas, se manifiesta en ese monólogo de McClane.
En la cuarta parte de “Arma letal” sucedió lo mismo. Tras el impacto de la primera película con un policía loco y suicida que se contrapone a un sargento viejo y extenuado empezaron a darle un toque de comedia (en la segunda y en la tercera parte), para luego, en el cuarto y último capítulo, añadirle cansancio y madurez a Martin Riggs, o sea, Mel Gibson. Aunque aún se jueguen el pellejo en cada escena, ese cansancio implica ciertos cambios hacia la madurez: Riggs decide tener un hijo y ya no fuma ni trata de suicidarse; McClane ha dejado, también, el tabaco y el alcohol, y empieza a preocuparse más que nunca por la relación con su hija. Pero este tipo de personaje, el héroe de acción que envejece y está cansado, no es nuevo. Está el western crepuscular. Y el propio Gibson había dado un apunte en el tercer “Mad Max”, con un personaje de sienes plateadas, que ha dejado de ser tan duro, que no es tan efectivo en la lucha (recurre a trucos para ganar a sus enemigos, como cuando usa un silbato para derrotar a su oponente de la Cúpula del Trueno), y que incluso se molesta en ayudar a unos críos. Cuando Hollywood recurre a la vejez del héroe, siempre le añade una pizca de comedia. No ocurre así en Europa, donde, por lo general, los héroes ya están cansados en la primera película e incluso son pesimistas. Véanse películas de policías europeos. Los personajes de Sylvester Stallone también han envejecido: “Rocky Balboa” y “John Rambo”, a punto de estrenarse. Pero dudo que su nuevo Rambo tenga humor. Es presumible que, en “Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull”, esa fatiga cómica del héroe sea una de las claves.