Prince y Alberto Vázquez-Figueroa han enfadado a la industria: a la discográfica y a la editorial, respectivamente. Prince decidió distribuir su último disco junto a la tirada de un periódico británico; de ese modo, el lector se llevaba a casa una copia gratuita. Maniobra similar a la de los periódicos españoles que incluyen, en sus ejemplares, películas o libros. La diferencia es que, aquí, suelen regalar (aunque no es exactamente un regalo: el lector debe pagar un plus si decide coger el libro o el dvd) copias antiguas, que ya tiene todo el mundo, mientras que el disco de Prince era una novedad. Vázquez-Figueroa ha redactado en su página web un manifiesto en el que explica las razones que le han movido a colgar en la red su última novela, que el lector, cualquier lector, puede descargarse de manera gratuita en formato pdf.
Esto no es nuevo: Elfriede Jelinek, galardonada con el Premio Nobel, colgó en su página oficial su último libro, “Envidia”. Ella misma dio una explicación: “¿Para qué necesito la asistencia de una editorial cuando yo misma puedo volcar mi novela en la red y hacerla accesible a todos mis lectores de forma gratuita?” Quizá el pionero fuese Stephen King (y luego Arturo Pérez-Reverte), que puso “The Plant” en su portal. La diferencia es que estos cobraban, aunque poco, por descargarse los libros. Jelinek y Vázquez-Figueroa han dado un paso más. Y sí, ya sé que hoy cualquiera cuelga su libro en la red, pero hemos empezado a hablar de los autores célebres porque son los que, mediante sus decisiones, obtienen notoriedad en los medios. Quiero decir que conozco a un montón de gente que, antes de Jelinek y Vázquez-Figueroa, colgaba ya sus libros en la red, en pdf, fueran nuevos o antiguos. De momento, la opción más interesante es la planteada por Vázquez-Figueroa, que distribuye la novela desde todos los flancos y, por ello, abre más posibilidades a la lectura. Su libro se publicará de tres maneras: en descarga gratuita en pdf a través de su web y mediante un simple clic, como ya hemos dicho, y esta opción permite que los editores de los periódicos puedan publicarla por entregas en sus diarios, sin que el autor cobre por los derechos de explotación; en una edición normal, considerada de lujo, de venta en las librerías; y en edición de bolsillo, que aparece en el mercado al mismo tiempo que la versión en tapa dura y a un precio asequible. Así contenta a todo el mundo. Con la descarga gratuita, a quienes no tienen dinero para comprarse el libro o viven en países en los que tarde en distribuirse. Con la edición de lujo, a los maniáticos de los libros bien editados y en tapa dura, tipos como yo. Con la de bolsillo, a quienes detestan leer en pantalla o en copias recién salidas de su impresora, pero prefieren gastarse menos en la librería. Estas tres opciones, claro, sólo se las puede permitir alguien que vende tantos ejemplares como Vázquez-Figueroa. Quiero decir que un autor desconocido tendría un total de diez descargas en pdf, tres ventas en ejemplares de bolsillo y una en tapa dura.
Vázquez-Figueroa dice cosas interesantes en el texto colgado en su web. Prefiere que le lean obreros y estudiantes que apenas se han gastado unos euros que un ejecutivo solitario que no contagie a nadie fervor por sus libros. Considera que quienes se descarguen el libro es porque no pensaban comprarlo. Tiene razón. Pondré un ejemplo: si la nueva novela de mi adorado Cormac McCarthy, “The Road”, apareciera simultáneamente en internet, en tapa dura y en bolsillo, me la compraría en tapa dura, aunque me doliese la cartera. De hecho, he comprado libros que ya había descargado de la red. Respeto, pues, la iniciativa de estos autores.