Rebuscando en la prensa encuentro esta noticia: “Los estudios Walt Disney prohibirán que se fume en pantalla en todas sus producciones familiares”. En principio, esto podría quedarse ahí, en esas películas infantiles y pastelosas en las que se ensalzan los valores morales y familiares, y no tendría uno inconveniente porque suelen estar protagonizadas por niños o por adolescentes sin cerebro y no vamos a verlas. Pero lo que me preocupa es esta línea de la noticia: “Es más, esta iniciativa podría aplicarse en aquellas producciones que la compañía adquiera para su distribución mediante sus sellos Touchstone y Miramax”. Y esto ya duele. Porque podremos resistir una película familiar y edulcorada en la que lo más grave que hagan los protagonistas sea soltar un eructo para hacer reír a la audiencia infantil (podremos resistirla o nos negaremos a verla), pero no podremos soportar una película de Touchstone y Miramax, llenas de personajes chungos, de tíos duros y de malvados, en las que no se lleven un pitillo a los labios. Miramax, por ejemplo, suele producir las películas de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, entre otros. ¿Se imaginan una película de Tarantino en la que ningún personaje suelte un parlamento con un cigarro colgando de los labios? Prefiero no imaginarlo. Tarantino proviene fundamentalmente del cine negro, y por eso sus protagonistas sueltan tacos, dicen frases brutales, fuman, beben y asesinan.
En Hollywood empezaron prohibiendo el tabaco en los labios de los “buenos”, y así hemos visto un montón de películas de acción y violencia de los últimos años en las que los héroes dejaban de fumar, aunque en las secuelas no se hubieran quitado el pitillo de la boca. Se me ocurre, a bote pronto, el caso de “Arma letal”. Además, en estas producciones espectaculares (que me gustan mucho, lo reconozco: sobre todo si el director ya trabajaba en los años ochenta en el cine de acción), el protagonista siempre deja el tabaco de la manera más sencilla: un día se quita el cigarro de los labios, lo parte en dos y lo arroja a una papelera, o una mujer se lo arrebata y hace lo mismo. Y así dejan de fumar en el cine de Hollywood, algo que, como sabrán quienes han fumado, es imposible y requiere semanas de paciencia, nervios por las privaciones, hambre por el mono y sufrimientos por el estilo. Empezaron prohibiendo el tabaco en los labios de los “buenos” y obligaron a los guionistas a que los “malos” fumaran siempre, identificando así, para la juventud, el tabaco con la maldad. El tabaco, intentaban decirnos, sólo es para criminales, rebeldes, chiflados y villanos que quieren destruir el mundo. Una tontería. Incluso una vez llegué a oír que pretendían borrar mediante el ordenador los cigarrillos de los actores de la década dorada del cine, para que así no fumaran ni Bogart ni Bacall ni Welles ni la Dietrich. Eso es lamentable.
Las prohibiciones sólo conducen a fomentar aquello que se quiere prohibir. Lo hemos vuelto a comprobar con el secuestro de “El Jueves”. Si no hubieran secuestrado los ejemplares del polémico número en el que el Príncipe y su mujer salían en plenas relaciones conyugales, pocos habríamos visto la portada. Ni nos habríamos enterado. Con el secuestro se le ha dado publicidad, y hemos topado con una reproducción del dibujo en periódicos, foros y blogs. Volvamos a Disney. Si no quieren que los niños vean a nadie fumando, ni los conviertan en sus ídolos ni los imiten, entonces acabarán despojando al cine de todo valor negativo: se acabarán los malvados, los asesinos, la violencia, los tacos, las guerras y las torturas. Sólo veremos filmes y series edulcoradas. Pero recordemos que, quien mató a la madre de Bambi, fue Disney.