He dedicado unos días en el blog a este libro por varias razones, más allá de la amistad.
En primer lugar, me parece una joya, tanto en el fondo como en la forma; está repleto de hallazgos y de chispazos gloriosos de literatura, y además la edición contiene dibujos, esbozos, fotografías, incluso una etiqueta firmada por el autor y dos o tres muestras de objetos, como el envoltorio de una magdalena o un botón con su hilo. Pero no ensombrecen la escritura.
En segundo lugar, me temo que la tirada es corta, limitada, y no resulta fácil conseguir ejemplares. Lo ha publicado un editor independiente, en León, y de momento sólo pude encontrarlo aquí.
En tercer lugar, porque creo que Tomás Sánchez Santiago es, posiblemente, el escritor más dotado de este país junto a, por ejemplo, Julio Llamazares (buen poeta, buen escritor, buen ensayista, buen articulista). Se meta donde se meta, Tomás sale bien parado y deja tras de sí un rastro de perfección. Tomemos nota de los géneros en los que ha escarbado en los últimos años: el libro de vistazos y anotaciones (Los pormenores, 2007), la novela (Calle Feria, 2007), la poesía (El que desordena, 2006), el ensayo (Zamora y la vanguardia, 2004), el cuento (la separata Los cocineros se aburren a las cinco, 2004), el artículo periodístico (Salvo error u omisión, 2003). Eso sin contar sus ediciones críticas de Los cuadernines de Delhy Tejero (2004) o la Antología poética de Antonio Gamoneda (2007). Si no me creen, prueben con cualquiera de ellos. El problema es que, como ocurre siempre, tendremos que esperar a que algún cabecilla de Babelia o El Cultural diga que sí, que sus libros son magníficos, y entonces sus obras se conviertan en un éxito de ventas y él aparezca en todos los suplementos, lo que, sin duda, incomodaría demasiado a Tomás, partidario del silencio y del secreto.
En fin, ahí está este último libro, un conjunto de anotaciones breves, pensamientos, aforismos, pequeñas historias y reflexiones. T.S.S. se fija siempre en lo pequeño, en lo que no hace ruido: en los comercios antiguos, en los hombres de oficio callado, en las orillas de los ríos, en los personajes anónimos... Y no descarta, por supuesto, el ataque sarcástico a los poderes establecidos.