El jueves asistí al pase de prensa, en el Cine Palafox de Madrid, de “Death Proof”, la nueva película de Quentin Tarantino que acompaña al “Planet Terror” de Robert Rodríguez en ese programa doble titulado “Grindhouse”, que aquí, en España, se estrenará por separado. Como me suponía, el filme es un festival de guiños y homenajes al cine y a la música. Un divertimento absoluto de principio a fin. Tarantino ha hecho su película de serie B, trufada de persecuciones, hombres rudos, chicas con camisetas ajustadas, rock a todo trapo y argumentos que van al grano, elementos habituales en esos largometrajes que veíamos en nuestra infancia, en las matinales o en las sesiones continuas de los cines de barrio, sentados en butacas desvencijadas y llenas de quemaduras de cigarrillo. Para ajustarse a la realidad de esas encantadoras salas, que proyectaban copias magulladas por la repetición y abundantes en cortes y en rayas verticales, el director ha envejecido el celuloide para dar la sensación de que las bobinas han sido maltratadas por el uso y el tiempo, e incluye varios saltos de una escena a otra: ya saben, cuando veíamos un coche circulando por la carretera, se producía un corte brutal y en la siguiente escena el vehículo se había esfumado, y luego el público pitaba y llamaba de todo al empleado de la cabina. No sé si los espectadores despistados, esos que sólo van a ver comedias románticas y superproducciones de Hollywood, sabrán que esos pocos tajos están hechos a propósito en “Grindhouse”.
Fiel a las consignas de las películas de sesión continua, hechas para consumir palomitas y pasar un rato divertido, el argumento es simple (pero, tranquilícense, no voy a desvelar sus claves): Stuntman Mike, que podría traducirse como Mike el Doble o, mejor, Mike el Especialista, es un psicópata macarra que se dedica a cazar chicas jóvenes y guapas. Las persigue con su coche para asesinarlas. Conduce un siniestro Dodge “a prueba de muerte” (de ahí la expresión “death proof”), es decir, un vehículo utilizado por los dobles, durante los rodajes, para realizar las escenas arriesgadas y salir indemnes. Stuntman está interpretado por Kurt Russell, un guiño a los títulos míticos del actor en colaboración con John Carpenter: “Elvis”, “La cosa” o “1997: Rescate en Nueva York”. Aparte de Russell y su rostro envejecido con canas y cicatrices, el reparto despliega un plantel de bellezas: Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Mary Elizabeth Winstead, Rose McGowan o Sydney Tamiia Portier, por citar algunas. Y sin olvidarnos de una incorporación sorprendente: Zöe Bell, la doble de Uma Thurman en “Kill Bill”, que aquí se interpreta a sí misma e interviene en una secuencia de infarto.
Son múltiples las referencias que Tarantino incluye aquí y allá, y pueden aparecer en forma de cartel, en mitad de un diálogo, en la leyenda de una camiseta o en el modo de rodar ciertas escenas: “Vanishing Point”, “Mad Max”, “La chica de rosa”, “Hooper, el increíble”, “Faster, Pussycat! Kill! Kill!”, las producciones de J. L. Romero Marchent. Todo esto lo combina Tarantino con su habitual mano maestra: su talento para los diálogos cotidianos, su habilidad para el reciclaje y para convertir lo vulgar en exquisito, su manera única de filmar la acción y las conversaciones y su capacidad para descolocar al espectador poniendo a sus personajes en atolladeros y situaciones en las que uno no esperaba verlos envueltos. Los gángsters de “Reservoir Dogs”, que hablaban alrededor de una mesa, son sustituidos aquí por chicas que conversan sobre hombres y sexo o sobre si llevar o no una pistola. “Death Proof” es un canto a la serie B, al cine de antes, hecho con trucajes baratos y sin ordenador. Una gozada.