Como suele ocurrir por estas fechas, tengo ganas de ir unos días a Zamora. A todos nos encantan las Ferias y Fiestas de San Pedro. Pero olvidaba que mi ciudad no cambia. Que las fiestas son cada vez peores y que falta un sentimiento colectivo de diversión, que para eso se hacen las fiestas: para que el personal se relaje un poco y se divierta, que ni es malo ni es pecado. Las ganas, sin embargo, casi se me quitan: pero iré igualmente, dado que uno necesita visitar de vez en cuando al gato y a la familia. Casi se me quitan por cuatro cosas que me han contado del fin de semana pasado, metida ya la ciudad en pleno jolgorio de San Pedro (lo de “jolgorio” es un decir). En primer lugar dicen que la policía, dadas las protestas de los vecinos, fue a clausurar la verbena a las doce de la noche del sábado. Esto parece de chiste. Una ciudad en plenas fiestas y acude la policía a cerrar el chiringuito. En sábado. Situaciones similares ha vivido uno. Recuerdo, hace unos años, un concierto de rock que celebraban en La Marina. En fin de semana. Y mucho antes de las doce mandaron a la policía a bajar el volumen porque molestaba a los vecinos. En segundo lugar me dicen que ahora hay peñas por ahí, en San Pedro, en un intento joven y refrescante de darle un poco de colorido a la ciudad, cada vez más gris y apagada. Pero que también la policía ha ido tras ellas, argumentando que no pueden trasladar carros por las zonas no peatonales, que no pueden cantar de noche en la calle, que no se puede beber en la vía pública y no sé cuántas cosas más. Que conste que los policías reciben órdenes y supongo que a ellos no les hace ninguna gracia disolver las reuniones. Pero esto empieza a heder a represión. En vez de avanzar, en Zamora retrocedemos.
Aparte de esto, coincidirán conmigo en que las Ferias y Fiestas de San Pedro no valen mucho, actualmente. Esto lo hemos criticado tanto que ya ni merecería la pena mencionarlo, pero lo voy a hacer de todos modos. El programa continúa en su línea: es una mera acumulación de folclore, deporte y cuatro conciertos para contentar a los amantes del flamenco, del pop, del rock y del heavy, y principalmente muchos, muchísimos campeonatos, como si el resumen de la vida fuera luchar por el éxito; algo de eso hay, pero no debería ser lo único. El mismo programa durante años: que si los fuegos artificiales, que si el ganado autóctono, que si los pasacalles, que si el padel, etcétera. Hay una evidente falta de imaginación. Es un programa que aboga por la cantidad y el espejismo, en vez de por la calidad. Y recuerda al pavo con el que visitó George W. Bush una vez a los soldados. Era un pavo lustroso, gigante, que se le salía de la bandeja al presidente. Luego nos dijeron que el pavo era de mentira, pura ilusión, puro artificio, ficción para contentar a los ciudadanos que leían el periódico. Este programa de fiestas es idéntico: mucha grasa y poca carne.
Pero aún queda una reflexión. Aunque la hemos repetido hasta la saciedad, conviene volver sobre ella. No basta con que el programa de fiestas de una ciudad tenga calidad y cantidad. Se necesita un espíritu festivo. Lo pueden encontrar en cualquier barrio de la ciudad, donde saben divertirse a lo grande en sus fiestas. Lo pueden encontrar en cualquier pueblo zamorano. Lo pueden encontrar en otras ciudades. Y, sobre todo, lo pueden encontrar en Benavente, durante sus Fiestas del Toro Enmaromado. Allí sí saben divertirse. Me dan envidia. Allí salen todos los vecinos a la calle, se divierten durante unos días, hay peñas y pandillas y en las verbenas bailan hasta las abuelas. Y, que yo sepa, nadie protesta.