He aquí un asunto que debería preocuparnos: el recorte de las libertades, cuyas tijeras empuña el gobierno, el gobierno del presente, pero que también sostuvo el gobierno del pasado y, si no lo remediamos cuanto antes, el gobierno del futuro. El tema lo ha vuelto a sacar hace unos días Esther Tusquets en un artículo titulado “Demasiadas cosas prohibidas”, alertando de la creación de una atmósfera asfixiante. No puede uno hacer nada sin que el gobierno de turno lo vigile. Está uno cansado de este continuo recorte de libertades. Hoy todo está prohibido, o recomiendan no hacer esto o lo otro, o aluden al consejo de los expertos (como si los expertos tuviesen siempre la razón), o te bombardean para que lleves una vida sana, moral y físicamente hablando, para dejar un cadáver saludable a la posteridad, un cadáver bonito que pueda salir en las postales de las tiendas de turismo. Pero no sólo el gobierno elegido: también algunos periodistas, desde sus tribunas, nos jalean todo el santo día con los perjuicios del alcohol, el tabaco, el sexo fuera del matrimonio, la comida rica en grasa, la falta de ejercicio, etcétera. Y nosotros, como bobos, a veces repetimos la consigna. Leí el otro día en un periódico que llamaban “nuevos alcohólicos” a los jóvenes que viven con sus padres y se emborrachan los sábados. ¿Hemos olvidado que el alcoholismo supone una dependencia constante de la botella? Esos son borrachos de fin de semana. Alcohólicos de verdad son los que veo a diario en mi plaza: sólo empinan la botella y beben y beben, no hacen otra cosa. Me parece grave tachar de “alcohólico” a un chaval.
Fíjense en la narrativa literaria y cinematográfica de ciencia-ficción: nos presenta siempre un futuro gris, transparente de tanta moralidad, tanta erradicación de vicios y pecados, de malas costumbres, un futuro aséptico en el que los ciudadanos son, en realidad, cadáveres ambulantes. Sólo me ha gustado una imagen visionaria: el futuro que presentan en “Blade Runner”. Sin embargo, incluso un futuro sucio y lluvioso como el de “Blade Runner” incorpora sus desventajas: los cabezas de turco son los replicantes (una especie de androides) con sentimientos. Siempre habrá alguien a quien perseguir. Echen un vistazo a “Minority Report”, película para la que Steven Spielberg congregó a los mejores futuristas del mundo, para que le proporcionaran una visión: cómo seremos dentro de unos años. La imagen da miedo, y lo peor es que algunos de los hallazgos increíbles del film están empezando a ponerse en práctica. Caminamos hacia nuestra propia extinción a través del recorte de las libertades, hacia una vida tan saludable que da asco. El otro día estuve viendo “Equilibrium”, poco conocida película en la que, para erradicar las guerras y la violencia, el gobierno de turno obliga a los ciudadanos a tomar diariamente una medicina que anula la capacidad de sentir. Al no sentir odio, ni amor, al no poder cabrearse ni llorar, la gente no se pega y los países no se declaran la guerra. Pero, ¿qué logran a cambio? Nada: una sociedad dormida, abúlica, aletargada, sin pasiones, sin lágrimas ni risas. Una basura. Pero una basura limpia, claro, llena de autómatas que no dan problemas a los gobiernos.
Cuando no es el Papa quien nos aconseja, son los ministros de sanidad, o los expertos que un día descubren que es perjudicial comer pizza y, unos meses después, te dicen que no, que la pizza es buena, que debemos comerla una vez por semana. Lo peor es que, detrás de todas estas reglas, estos consejos, estas prohibiciones, siempre hay dos palabras temibles: intereses y dinero. De nosotros depende si seguir o no el camino que conduce a una sociedad de borregos.