Lo repito: es posible que Aznar sea el único hombre de más de cincuenta años al que le sienta fatal la melena. Conozco a varios padres de familia que, al cruzar el umbral de las cinco décadas, se dejan crecer el cabello. Les suele quedar bien: les hace parecer más jóvenes y con ese punto de rebeldía respetable que le falta a la juventud. No es así en el caso de Aznar. Pero zanjemos la cuestión de su melena frondosa y lacada y de su bigote tiñoso, y pasemos a cuestiones importantes. Como sus declaraciones. Ya dije que el ex presidente saltaba de vez en cuando al ruedo mediático para soltar lastre por esa boquita que alguien le ha dado y hacerse notar y darnos el trabajo hecho a quienes trabajamos o colaboramos con los medios de comunicación. Lo que ocurre con este hombre, además, es que a veces sus tonterías nos mueven a reír y, otras, obligan a la ciudadanía a cabrearse; al menos a la ciudadanía con dos dedos de frente: y el hecho de pertenecer o ser afín al Partido Popular no necesariamente comporta reírle las gracias a Aznar y mucho menos estar de acuerdo con sus descacharrantes consignas.
Aznar no falla: convoca cada poco a los medios, o los medios van tras él, y suelta una burrada. Es uno de los grandes especialistas de este país en ensuciar la prensa. Si sale hablando con su manejo de idiomas, el tejano, el inglés, el italiano, lo que sea, un manejo tan cochambroso que da lástima e incrementa las visitas al YouTube, en el fondo nos estimula la sonrisa. Pero si sale discurseando sobre el alcohol y la conducción, el voto que según él iría a los terroristas si los demás no apuestan por su partido, la guerra civil aunque luego lo niegue en las cartas al director, España (país al que pone en tela de juicio siempre que está por ahí, dando conferencias para que le vean la melena), o sobre cualquier tema en el que meta la pezuña, entonces la cosa es más seria. Hay especialistas para todo en este país. En el terreno de la política, me refiero. Aznar es un especialista en soltar boutades, así como el alcalde de Zamora (que ya abandona el puesto) será recordado en su faceta de especialista en vender puentes que no se construyen. A cada uno, lo que vale. S
on demasiadas las barbaridades dichas y cometidas por Aznar. Y seguimos así, aguantándolas. No digo, no, hombre, no, que deba estar en la cárcel. Esa situación no se la deseo a nadie. Pero tal vez deberían meterlo, durante un tiempo, en una jaula para simios. Alejada de los monos, eso sí, para que no siembre cizaña entre ellos y los pobres animales no acaben peleándose. Una vez metido en la jaula, sería por un tiempo una rara especie a la que podríamos ir a visitar. Un ejemplo de Caín, de los que ya no deberían quedar y, no obstante, abundan. Aznar, pese a que ya no es presidente, aún saca pecho y anhela ser más importante en esta campaña que el propio candidato del PP. Por si fuera poco, y para alimentar a los medios, en un mitin del otro día le declaró su amor a su mujer. En público, para que quedara constancia. Que él, Aznar, es un hombre romántico, aunque tenga pinta de mozo viejo que limpia los fusiles ante los paredones. Y, ¿qué me dicen del beso que la pareja se cruzó? Hoy esa imagen se arrastra por mis pesadillas nocturnas, esas en las que se congregan los monstruos reales, junto a la de Fraga en bañador o caminando por la calle, junto a la de Sánchez Dragó travestido en sus telediarios, junto a la de Zaplana atusándose el peinado, junto a la de Carmen Calvo en una cena literaria mientras intentaba hablar de cultura, junto a la de Pedro Ruiz durmiendo con la palabra a sus invitados. Y tantas otras. Sé que aquí he mezclado los oficios y las ideologías, pero mis pesadillas no entienden de eso.