En la prensa matutina encuentro, bajo el titular de una noticia, este subtítulo: “Un estudio británico rechaza la relación entre videojuego y violencia”. La tesis reconoce que los videojuegos son adictivos, pero no incitan a la violencia. En el cuerpo de la noticia nos aclaran que se trata de uno de los estudios más extensos realizados hasta la fecha. Lo ha hecho la British Board of Film Classification, entrevistando a gente de la industria, a jugadores y a sus padres.
A mí me parece una buena noticia. Una gran noticia, ya que la prensa sensacionalista está obsesionada con la violencia de los videojuegos y del cine, y también con la música rock, y cada vez que algún chaval siembra el pánico y mata a alguien, intentan echarle la culpa a las películas que vio, a los cantantes que idolatraba y a los videojuegos a los que solía echar unas partidas. En vez de rebuscar en los errores de su entorno social, en su vida familiar, en su educación, en sus relaciones con los demás o, simplemente, en los desequilibrios mentales que padece, la prensa amarilla y los programas televisivos sensacionalistas prefieren rebuscar en los gustos del muchacho, que es más fácil, y echarle la culpa a un juego de rol o a “Oldboy”. Hace tiempo que no practico este entretenimiento, pero durante temporadas estuve enganchado a uno u otro juego, hasta que llegaba al final, a la última fase, o, simplemente, me cansaba. La gran mayoría de los videojuegos consiste en zurrarle la badana a alguien, en pegar tiros a diestro y siniestro, en partir caras. Después de jugar a eso, un tío no se levanta de la silla y sale a la calle a golpear al personal, ni coge un cuchillo de cocina y se lo clava a su padre. Todo lo contrario: al terminar unas cuantas partidas hemos soltado mucha adrenalina, y mental y físicamente estamos agotados. La sensación, o al menos la recuerdo así, es parecida al momento posterior a hacer un poco de ejercicio, aunque no es tan saludable. Un montón de videojuegos han sido, en los últimos tiempos, acusados de fomentar el machismo, la violencia, el odio, la xenofobia y el racismo. A mí esto me parecen ganas de marear al personal y no dejarnos en paz. Cuando me encargo de un personaje de videojuego y mato a los malos (en el sentido maniqueísta de los videojuegos), lo que estoy haciendo es pulsar botones y teclas. Son dibujos. No es real. Estoy solo frente a una pantalla. Es decir, no sostengo un arma ni estoy machacando a nadie. Si quieren encontrar violencia de verdad, violencia auténtica, vayan a ver algunos partidos de fútbol o pongan el telediario. Por otro lado, quienes nunca han jugado a ningún título creen que en todos los juegos hay que pegar tiros y lanzar bombas. No es cierto. Por ejemplo, echen un vistazo a los videojuegos antiguos, los clásicos, aquellos a los que jugaba yo en la infancia: “Popeye”, “Comecocos”, “Tetris”… Luego están aquellos en los que van sembrando pistas para que el jugador las recoja y resuelva los enigmas: “Tomb Raider” o “Monkey Island”. Estos dos juegos me tuvieron dándole vueltas a la cabeza durante meses.
El único inconveniente de los videojuegos es que, si les dedicas más de una hora al día, cuando te vas a la cama y cierras los ojos el juego sigue activo en tu mente, y puedes pasarte demasiado tiempo ordenando mentalmente las piezas del “Tetris” o accionando las palancas que abren los pasadizos del “Tomb Raider”, o luchando contra los seres fantásticos, de leyenda o de pesadilla, de “Heroes of Might & Magic”, cuyas secuelas me absorbieron durante meses. Me alegran los resultados de este estudio, ya digo. Así dejan de dar la paliza y de meternos sermones.