El terror es uno de mis géneros predilectos. Dice Quentin Tarantino que existe una distinción entre el terror y el horror. Una película de terror trata sobre algo que podría pasar en la realidad. Un filme de horror trata sobre algo que no podría pasar. Por tanto, una de terror, según Tarantino, sería cualquier película de asesinos. Y una de horror sería una de zombies y otros monstruos grotescos, por ejemplo. Esta predilección por ambas, terror y horror, no significa que me trague todas las películas que contienen asesinos, casas encantadas, monstruitos y zombies. Para empezar, los zombies no me apasionan; me dan arcadas. No las veo todas porque ruedan demasiados subproductos del género. Cuando un filme de miedo es malo, suele ser un absoluto bodrio. Si es bueno, resulta apasionante. No caben medias tintas. Una de las películas más apasionantes de los últimos años es el remake de “Las colinas tienen ojos”, que supera con creces el original. Y otra, y ahí quería entrar, es el remake de una de George Romero, “Amanecer de los muertos”. La protagonizan actores ajenos al género, como Sarah Polley, Jake Weber y Ving Rhames. Confieso que fui a verla al cine porque, tras su estreno, la recomendó Tarantino: dijo que Zack Snyder, su director, era un nuevo talento, un tío prometedor que le había dado un giro mayúsculo a las películas de zombies. En “Amanecer de los muertos” prevalecen los conflictos de los personajes atrapados en un centro comercial por encima de las escenas de gore, y los zombies ya no resultan asquerosos, torpes y algo aburridos, sino monstruos veloces que dan miedo, como en “28 días después”.
En cuanto salió en dvd la edición especial (y extendida) de la película de Zack Snyder, en cuyo guión contó con la ayuda de otro talento freak, James Gunn, autor de la novela “El coleccionista de juguetes” y director de “Slither”, entre otros trabajos con la factoría Troma, corrí a comprarla. Recuerdo que la vendían en un pack junto a otro estupendo remake, “La matanza de Texas”. Tarantino, pues, acertó. Con una sola obra, los cinéfilos nos rendimos al talento visual de Snyder. Cuando éste anunció que iba a encargarse de la adaptación del salvaje cómic de Frank Miller, “300”, muchos nos frotamos las manos.
El director ha cumplido con creces las expectativas. “300” es un disfrute de principio a fin, un filme épico y espectacular. Para mi gusto, además, contiene una ventaja respecto al original de Miller: le dieron más peso a la figura de la mujer de Leónidas, incluyendo en el guión ciertas intrigas palaciegas que desvían el relato de la batalla de los espartanos y los persas. El cómic no se aparta de la batalla, y en la película van más allá y se agradece. He leído críticas y entrevistas, escuchado comentarios de los espectadores y buscado en los foros y en los artículos de opinión de los periódicos. No dejan de tener su gracia las acusaciones que han vertido sobre Miller y Snyder: unos han dicho que la película desprende homofobia; otros que no, que es progay; hay quien la tacha de contener ideología racista. Unos la acusan de fascista y yo me pregunto: ¿Por qué esa manía de identificar la valentía con el fascismo? ¿Querer una muerte honorable en el combate es fascismo? No debemos olvidar dos cosas cuando veamos “300”: primero, que sólo es una película, un divertimento; segundo, que está basada en un cómic. Por eso el director incluye pinceladas de gore y horror; por eso hay incluso personajes fantásticos; por eso se toma licencias. De ahí la narrativa visual más próxima a la viñeta que al realismo. De ahí sus grandiosas escenas.