La compañía Animalario representa, en el Teatro María Guerrero, la célebre "Marat-Sade", obra escrita por Peter Weiss que ha contado, además, con un par de adaptaciones televisivas y dio lugar, a finales de los sesenta, a una película de Peter Brook. Fui a verla el miércoles. Entre el público había algunas caras conocidas: los actores Silvia Abascal, Sergio Peris-Mencheta y Raúl Arévalo, uno de los eficaces secundarios de la emotiva "AzulOscuroCasiNegro". La obra dura casi tres horas, con un intermedio de diez minutos. La dirige Andrés Lima a partir de la versión de Alfonso Sastre que capitaneara Adolfo Marsillach en los sesenta. El título completo de la obra es, literalmente, "Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representado por el grupo teatral de la casa de salud de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade". Más que una obra, se trata de un auténtico espectáculo sin apenas puesta en escena en el que los actores simulan pegarse, fornicar, dormir, cortar cabezas, bañarse, beber, cantar, aplaudir y abuchear, entre otras cosas. Como su extenso título indica, el Marqués de Sade, recluido en el sanatorio mental de Charenton, trata de poner sobre el escenario el asesinato de Marat a manos de Carlota Corday. Al frente del reparto están Alberto San Juan (Sade), Pedro Casablanc (Marat) y Nathalie Poza (Carlota). Entre los secundarios figuran Fernando Tejero y Miguel Rellán. El reparto abarca dieciséis actores, así que me falta espacio para nombrarlos a todos.
No hay duda: estamos ante una obra provocadora, más provocadora aún por parte de los componentes de Animalario, que introducen en el escenario alegatos contra la Iglesia, el Ejército y la Monarquía. Los debates entre Marat y Sade son lo más jugoso del conjunto, y ahí, en sus alocuciones al pueblo, en sus combates dialécticos, es donde se adivina la mano firme del escritor, Weiss. Uno de los sentidos de la obra es averiguar dónde reside la locura: si en el individuo o en el pueblo. Dado que los personajes están locos (incluso los celadores, lo cual nos permite dudar si la locura está dentro del sanatorio o fuera), el caos y el desorden dominan el escenario. Los actores tardan en apaciguar sus impulsos lunáticos o se apartan del contenido del texto, y ese es el problema, a mi juicio, de "Marat-Sade". Las frecuentes interrupciones apartan al espectador de la historia que los enfermos mentales quieren contar e incluso se pierde el hilo. Pero, cuando el silencio se posa sobre los personajes y podemos oír a Carlota, Sade y Marat, el conjunto cobra gran fuerza. Por ejemplo, en las descripciones de las torturas que Sade ofrece al público: a uno se le hace un nudo en la garganta.
La obra, dado que no la había visto ni en cine, ni en teatro, ni en televisión, me recordó a la formidable película "Quills", de Philip Kaufman, basada en un texto de Doug Wright. Tanto esta como la de Weiss parten de un dato verídico: Sade, encerrado en el sanatorio de Charenton, se encargaba de orquestar obras representadas por sus locoides compañeros. Las improvisaciones, y mi temor a que los actores trataran de interactuar con el público, me mantuvieron nervioso todo el tiempo. Ese nerviosismo es lógico: bajan al patio de butacas, se sientan en los pasillos, se dirigen a los espectadores, algo que odio dada mi condición de tímido. Y, al final, arrebatados por la violencia, arrojan ropa al público que les aplaude. Es una buena representación, espectacular, pero en ocasiones se les escapa de las manos, y es normal: interpretan a enfermos. En el teatro siempre escojo al actor que más me ha gustado. En esta ocasión fue Nathalie Poza, que está portentosa: como actriz y como mujer.