Sigo con fervor las nuevas temporadas de las series que me subyugaron el año pasado. Jamás hubiese creído que alguna vez estaría enganchado a varias series de televisión. Pero uno no tiene la culpa de su calidad y de su impecable factura. Procuro seguirlas en el televisor, pero en otros casos recurro a internet: cuando las nuevas temporadas tardan en emitirse en España o cuando ciertos títulos tardan años en ser comprados en nuestro país. Aún me falta meterme en la trama de otras series que la gente de mi entorno me ha recomendado hasta la saciedad: “Prison Break”, “Heroes”, “24”, “Los Soprano”. Pero todo se andará.
La tercera temporada de “House”, tan lúcido e implacable como de costumbre, incluye un secundario de lujo en los primeros capítulos: David Morse, ese actor eficaz y sólido que es ya un especialista en interpretar a tipos traidores y desagradables, pero elegantes; y también a hombres de buen corazón. Casi siempre se introduce en la piel de policías y soldados. En “House” es el detective ofendido con el doctor, y tratará de hacerle la vida imposible con ánimo de vengarse y bajarle los humos. Aparte de la aparición de Morse, continúan desfilando por la serie actores invitados, célebres en su día: Sheryl Lee (“Twin Peaks”), John Larroquette (“Juzgado de guardia”), Pruitt Taylor Vince (“Identidad”), Patrick Fugit (“Casi famosos”), entre otros. El episodio que espero con más ansiedad es el número doce: lo dirige Juan José Campanella, autor de “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”. Hay quien dice ahora que la serie se repite demasiado y que no se aparta de los patrones que la han hecho famosa. Pero nos da igual: lo que importa en “House” es el propio doctor, la interpretación de Hugh Laurie y sus frases como relámpagos; sin olvidarnos de ese personaje con alma de Pepito Grillo que compone magistralmente el actor Robert Sean Leonard. Las de James Bond también suelen ser idénticas y no cambian la estructura argumental, y pese a ello no dejamos de verlas y disfrutarlas.
“Me llamo Earl” ya va por su segunda temporada. Al contrario que “House”, la disfruto en versión original. Esta serie, deudora del humor de Kevin Smith, contiene una plantilla de personajes secundarios que resultan aún más divertidos que el propio protagonista: su hermano freak, su ex mujer, la limpiadora latina, el Hombre Cangrejo que está liado con su ex, el viejo amigo que siempre aparece para meterle en líos de robos y de armas. Me interesa especialmente el personaje del hermano de Earl Hickey, o sea, Randy (Ethan Suplee, a quien hemos visto en varios filmes de Kevin Smith): su pasión por la cultura pop tiene que ver mucho con mi generación, aún obsesionada con “La guerra de las galaxias”, las canciones de los ochenta y las series de televisión de la infancia. En la segunda temporada de “Me llamo Earl” no se quedan atrás, y la nómina de estrellas invitadas incluye a Burt Reynolds, Roseanne o Christian Slater. Earl y el karma son una forma de vida. Otra de las series con reparto de caras conocidas es “Maestros del Horror”. En breve me tragaré la segunda temporada. Por si no lo saben, se trata de historias independientes, maquinadas por algunos de los grandes directores del cine de terror. Unos cuantos episodios se inspiran en cuentos de autores célebres: Lovecraft, Joe R. Lansdale, Richard Matheson, Clive Barker. El mejor episodio de la primera temporada es “Cigarette Burns”; aquí lo han titulado “El fin del mundo en 35 mm”. Lo dirige John Carpenter y es una joya. El único problema de esta serie es que me depara, por las noches, unas pesadillas brutales.