Ocurrió en un Taco Bell de Manhattan. Las imágenes se han repetido por la red y por los medios de comunicación. Taco Bell es un restaurante de comida rápida y alguien filmó su interior con una cámara, y luego colgó el vídeo en la red. Por los suelos del establecimiento corrían las ratas, en busca de comida. Después de leer la noticia y encontrar una foto, busqué la grabación. Apenas dura un minuto. Una toma nos muestra los suelos y la parte inferior de las mesas y los asientos del restaurante. El reparto incluye, al menos, a unas seis ratas. Algunos informadores hablan de diez roedores. Pero es difícil saberlo, ya que van y vuelven durante ese minuto, se esconden bajo los armarios y reaparecen. Son bastante gruesas, se nota que se han alimentado bien. Por culpa del vídeo, mientras tecleo estas líneas sufro picores en todo el cuerpo. Pero son gajes del oficio: si uno quiere escribir sobre ciertas cosas debe informarse, saber de lo que habla. El aspecto divertido del asunto es que, el día anterior a la grabación, el mencionado local pasó una inspección de sanidad, aunque detectaron excrementos de roedor. Quizá el inspector en cuestión era primo de Mr. Magoo o de Rompetechos. Sólo así entendemos que no viera nada. Aunque no es necesario ser ciego: también basta con dejarse sobornar y mantener la boca cerrada.
Lo que a uno le preocupa, tras ver estas imágenes de los orondos ejemplares de rata paseándose por el restaurante, no es la limpieza del local, sino algo aún peor: que las ratas fueran el menú y que las pillasen en mitad de la gran evasión, intentando salvarse de ser arrojadas a la plancha en forma de filetes de hamburguesa. Ya saben que hay demasiadas leyendas sobre el tema. Como la noticia la he leído en distintos diarios, para contrastar informaciones, me detuve en un párrafo de El Diario de Chihuahua, en el que dicen, al final de la noticia: “Las ratas han sido desde hace mucho tiempo un problema en Nueva York, donde la gran densidad de población y la enorme cantidad de comida disponible les ayudan a sobrevivir. Frecuentemente se las ve corriendo por los túneles del metro, en depósitos de basura o corriendo por parques, pero rara vez puede verse a tantas concentradas en un lugar público”. Este fragmento me ha traído a la memoria un estudio del que hace tiempo hablé en estas páginas, un ensayo sobre estos roedores que escribió un norteamericano, Robert Sullivan. Estudió el comportamiento de las ratas en un callejón de Nueva York durante un año. El título del libro es “Ratas”. Es un estudio apasionante sobre sus conductas, sus hábitos, sus gustos en cuanto al menú (son más exquisitas de lo que pensamos).
Nuestro problema, el problema del hombre contemporáneo, es que vivimos tan cómodamente instalados que olvidamos que, bajo nuestros suelos, siempre viven las ratas y las cucarachas. Una noche, caminando con unos amigos por la ciudad, les conté que acababa de devorar aquel libro de Sullivan. Me preguntaron qué me había empujado a leer algo sobre un tema tan raro. La respuesta es sencilla: todos convivimos con ellas, aunque nos separan unos cuantos pisos. El autor llega a decir que, allá donde hay hombres, habrá ratas. En mi barrio aún no he divisado ninguna, pero eso no significa que no existan: las he visto en las imágenes que sacó Julien Charlon, estupendo fotógrafo a quien hace unos meses pude saludar en una tasca próxima a casa. Julien bajó a las alcantarillas e hizo fotos a las ratas grises que las habitan. Piensen ahora en toda la gente que ha cenado en ese Taco Bell. Tendrán náuseas. A mí, de momento, me están angustiando los picores.