Añoro los tiempos en los que, viviendo en Zamora, disfrutaba de conexión a internet por cable. La empresa era Retecal, que luego pasó a llamarse Ono. A mí me funcionaba de maravilla. Si alguna vez se producía una incidencia, uno llamaba por teléfono y se la solucionaban en el día, o bien se acercaba andando hasta la sucursal de la ciudad, en la calle Leopoldo Alas Clarín, para contarles el problema. Un par de personas, por aquel entonces, me revelaron sus padecimientos con Retecal: a ellas el servicio les iba de pena. Pero insisto: mi conexión no solía presentar problemas, disfrutaba de la velocidad adecuada y apenas sufría cortes. Fue una lástima que, al venir a Madrid, tuviese que olvidarme de Ono. Ahora, en cambio, creo que ya disponen del servicio en esta ciudad, aunque el barrio en el que vivo no está cableado.
Así que, nada más aterrizar en Madrid, contraté los servicios de Telefónica. Es una decisión de la que me arrepiento casi a diario, y digo “casi” porque sólo lo olvido cuando me voy a pasar un fin de semana a Zamora y no afronto los fallos y cortes continuos de conexión que padezco. El año pasado, o quizá fuera el anterior, logré que un técnico viniese a averiguar por qué sufro esos cortes de red. Se presentó un chaval majete e hizo pruebas por aquí y por allá y su conclusión fue que, si quería evitarme pagar un pastón por un arreglo de un error que ni siquiera él sabía diagnosticar, encendiera y apagara el router después de cada corte de conexión. También me preguntó si solía utilizar las redes de intercambio P2P. Le respondí que sí, las utilizaba. Y me explicó que el router de Telefónica está habilitado para colgarse, para cortar la conexión, en cuanto uno se ha descargado cierto número de megas. Esto lo he leído, además, en varios foros donde otros usuarios de Telefónica sufren idéntico tormento. Un tormento nada divertido, ya que en el fondo es una variante de la estafa: mientras apoquinas tu cuota al mes, el servicio es defectuoso.
La semana pasada fue de mal en peor. La conexión no sólo se cortaba con la misma frecuencia de siempre, sino que los cortes duraban entre una hora y una hora y media. Por si el culpable fuera uno de estos programas de intercambio de archivos, lo desconecté. Lleva desconectado desde el viernes. Tampoco eso hizo efecto. Reinicié el ordenador, apagué y encendí el router, le pasé antivirus y antiespías y antibichos, pedí prestado un teléfono para conectarlo al cable y comprobar, así, que el cable y la red estaban en perfectas condiciones. Llamamos por teléfono al servicio técnico. Si alguien ha tenido la mala suerte de llamar a uno de estos números, sabrá lo que ocurre: tardan en responder, te ponen en espera, una voz grabada pregunta si te han solucionado la avería incluso cuando ni siquiera nadie ha respondido al teléfono y, cuando por fin te atienden, nunca se alcanza una solución. Mientras tanto, por cada llamada, cobran un riñón. Tras explicar las averías, nos dijeron que un fulano, un técnico, nos llamaría antes de cuarenta y ocho horas para acordar la fecha y hora del arreglo. Misteriosamente, desde el lunes por la mañana la red va mejor, se corta menos, pero aun así continúa interrumpiéndose el servicio cuando le da la gana. Mientras escribo esto (lunes por la tarde), sigo esperando la llamada de ese técnico que lo iba a solucionar en menos de cuarenta y ocho horas. A estas alturas ya han transcurrido más de cincuenta horas. He pensado en llamar de nuevo, pero me temo que volveremos a lo mismo: otra espera de cuarenta y ocho horas para nada. No tardaré en prescindir de sus servicios, aunque me temo que escapar de Telefónica será otra aventura kafkiana.