Si se han fijado, cuando entrevistan a los actores, actrices y directores, y estos hablan de su último proyecto, siempre les preguntan por las relaciones con el resto del equipo. A los directores, si les gustó trabajar con los actores fichados para su última obra. A los propios actores, si se llevaron bien con sus colegas de reparto y si volverían a trabajar con el director. Esto también se aprecia en los diarios de rodaje y en los llamado “making of” de los contenidos extras de los dvd. Cuando les preguntan, tanto los directores como los actores sólo hablan maravillas de los demás. Oímos frases del estilo a “Es el mejor director con el que he trabajado”, “Hubo un ambiente muy distendido en el plató. Congeniamos en seguida” y “Ella es la más grande las actrices. Viéndola actuar, a uno le cuesta estar a su altura”. Una tarde, viendo una de estas entrevistas, alguien me dijo que no se creía que todo Hollywood se llevara bien entre sí, y que le escamaba que siempre dijeran lo mismo, tanto los actores como los directores. Dado que trato de ser ingenuo respecto al Séptimo Arte, creo que dije algo así como que no era raro, que unos y otros se morían por trabajar juntos y bla bla bla.
Descubro estos días que quien me comentó aquello tenía razón. Los contratos de los miembros más importantes (de cara al negocio) del cine, que son los actores, las actrices y los directores, por lo general estipulan que deben promocionar la película. No se entendería que se insultaran, y revelaran lo mal que lo han pasado y lo mucho que han discutido, mientras nos venden el producto. De modo que hacen de tripas corazón, y tratan de decirle al mundo que el rodaje ha ido sobre ruedas. Lo descubro gracias a uno de los dos libros de ensayos y entrevistas publicados en España por Anagrama y bajo la autoría del norteamericano Peter Biskind. Había oído hablar maravillas de ambas obras: “Moteros tranquilos, toros salvajes” y “Sexo, mentiras y Hollywood”. De momento, estoy con el primero, y, casi literalmente, me lo estoy merendando. Ya nos avisó un periodista de un diario americano: “Un libro apasionante y una verdadera rareza, pone todos los entresijos de Hollywood al descubierto, y lo leemos boquiabiertos, engullendo un escándalo tras otro a tal velocidad que corremos el riesgo de ahogarnos”. El segundo ha sido muy alabado por Quentin Tarantino, quien dijo que no podía soltar de las manos su ejemplar. El primero desvela los entresijos de los rodajes de las películas de los años setenta, cuando las cosas cambiaron y se apostó por otros aires (nuevos directores, nuevos actores y guiones y personajes más arriesgados). El segundo mete su bisturí en las entrañas del cine independiente. Los ensayos de Biskind no son esa suma de cotilleos y rumores que podemos encontrar en otros manuales al uso. Lo suyo es una investigación profunda, pura y dura, consistente en hablar con la gente del negocio. Horas y horas de entrevistas y cientos de personajes entrevistados.
Sólo llevo doscientas cincuenta páginas (tiene seiscientas sesenta y siete), pero ya me han quedado claras muchas de las imposturas de Hollywood. En las entrevistas de promoción, a las que aludía al principio, todos mienten. Porque el libro descubre cómo el personal acaba a tiros. Productores enfrentados con directores. Directores enemistados con actores. Actores persiguiendo a actrices. Matrimonios rotos. Portazos, enfados y discusiones. Puntos de vista opuestos. Sexo, dinero, poder, droga. Que luego salgan de los estudios maravillas como “El padrino” o “La última película” es poco menos que un milagro. Biskind, además, nos enseña las debilidades de cada uno, y eso es admirable. Demuestra que las estrellas son humanas.
Descubro estos días que quien me comentó aquello tenía razón. Los contratos de los miembros más importantes (de cara al negocio) del cine, que son los actores, las actrices y los directores, por lo general estipulan que deben promocionar la película. No se entendería que se insultaran, y revelaran lo mal que lo han pasado y lo mucho que han discutido, mientras nos venden el producto. De modo que hacen de tripas corazón, y tratan de decirle al mundo que el rodaje ha ido sobre ruedas. Lo descubro gracias a uno de los dos libros de ensayos y entrevistas publicados en España por Anagrama y bajo la autoría del norteamericano Peter Biskind. Había oído hablar maravillas de ambas obras: “Moteros tranquilos, toros salvajes” y “Sexo, mentiras y Hollywood”. De momento, estoy con el primero, y, casi literalmente, me lo estoy merendando. Ya nos avisó un periodista de un diario americano: “Un libro apasionante y una verdadera rareza, pone todos los entresijos de Hollywood al descubierto, y lo leemos boquiabiertos, engullendo un escándalo tras otro a tal velocidad que corremos el riesgo de ahogarnos”. El segundo ha sido muy alabado por Quentin Tarantino, quien dijo que no podía soltar de las manos su ejemplar. El primero desvela los entresijos de los rodajes de las películas de los años setenta, cuando las cosas cambiaron y se apostó por otros aires (nuevos directores, nuevos actores y guiones y personajes más arriesgados). El segundo mete su bisturí en las entrañas del cine independiente. Los ensayos de Biskind no son esa suma de cotilleos y rumores que podemos encontrar en otros manuales al uso. Lo suyo es una investigación profunda, pura y dura, consistente en hablar con la gente del negocio. Horas y horas de entrevistas y cientos de personajes entrevistados.
Sólo llevo doscientas cincuenta páginas (tiene seiscientas sesenta y siete), pero ya me han quedado claras muchas de las imposturas de Hollywood. En las entrevistas de promoción, a las que aludía al principio, todos mienten. Porque el libro descubre cómo el personal acaba a tiros. Productores enfrentados con directores. Directores enemistados con actores. Actores persiguiendo a actrices. Matrimonios rotos. Portazos, enfados y discusiones. Puntos de vista opuestos. Sexo, dinero, poder, droga. Que luego salgan de los estudios maravillas como “El padrino” o “La última película” es poco menos que un milagro. Biskind, además, nos enseña las debilidades de cada uno, y eso es admirable. Demuestra que las estrellas son humanas.