Siento una debilidad especial por las obras de Martin Scorsese. Nacimos el mismo día de noviembre, en la universidad me licencié con un proyecto titulado “Obsesiones de Martin Scorsese a través de su cine” y compartimos gustos, pues me chiflan las historias de gángsters, de desesperados, de fracasados y de soñadores que luchan por convertir sus sueños en realidad. Esa veneración me obliga a no ser objetivo. Si Scorsese decidiera rodar las páginas amarillas o un plano de tres horas del careto de Bush mintiendo con esa sonrisa de bellaco rehabilitado, me lo tragaría. Acababa de ofrecernos la primera parte de ese maravilloso documental que es “No Direction Home: Bob Dylan”, y ya nos ha legado otra obra perfecta: “The Departed”, que no pongo aquí el vulgar título español con el que la han bautizado para no cabrearme.
“The Departed” es, como siempre en Scorsese y a pesar de lo que digan sus detractores, nervio puro. Planos sorprendentes, una banda sonora con temas míticos, diálogos al estilo clásico, actores principales y secundarios que lo bordan, un montaje de montaña rusa, un subtexto que no pillan los que sólo van a ver tiros y muertos, y un retrato a la vez fiel y a la vez exagerado de sus protagonistas (que pueden ser cómicos, taxistas, yuppies que quieren regresar a su casa, pandilleros condenados a besar la lona antes de ganar un round, mafiosos, boxeadores o individuos de la alta sociedad infieles a sus esposas). Entre mis títulos favoritos está “Gangs of New York”, algo que comparto con pocos cinéfilos. Pero “The Departed” va un paso más allá. Es el “Goodfellas” del siglo XXI, en versión irlandesa y con menos vértigo de montaje. Una joya. Con un reparto de viejas glorias y jóvenes valores que quita el hipo. Aunque se lleva la palma Jack, que así lo han llamado en el Fotogramas porque no se necesita añadirle el apellido para que sepamos quién es. Jack Nicholson y Scorsese son tal para cual porque ambos son excesivos y talentudos. No quiero extenderme más sobre la película para no destriparla y para que cada uno saque sus propias conclusiones. De lo que quiero hablar en las siguientes líneas es de Scorsese y el Oscar.
Cada vez que este autor presenta un nuevo título, apostamos que le darán el Oscar. Y, cada año que estrena, erramos. He estudiado mucho la obra de Scorsese (ya digo que presenté un proyecto, y para hacerlo tuve que leer la bibliografía que había entonces, que no era tan abundante como la que hay ahora, y leer artículos, entrevistas y ensayos, y ver las películas con el mando del vídeo en la mano para congelar algunas imágenes) y, pese a ello, continúo dándole vueltas a la razón por la cual se le escapa ese premio, que no tiene por qué ser el más importante porque el más importante ya se lo dieron, o sea, la Palma de Oro del Festival de Cannes. Creo que tengo una respuesta, mera especulación. Los filmes con Oscar a la Mejor Película suelen emocionar, hacen que las señoras, las chicas y los hombres salgan llorando a moco tendido, y podemos comprobarlo viendo “Million Dollar Baby”, “El retorno del rey”, “Gladiator”, “Titanic”, “El paciente inglés” o “Memorias de África”. Aunque hay lógicas excepciones, en estos títulos y en otros el protagonista o muere de manera muy dramática o vive una historia de amor que acaba mal. En las historias de Scorsese, no. Emocionan, pero a su manera. Están diseñadas con demasiada frialdad, y nadie acaba echando lágrimas. Sus antihéroes mueren de forma abrupta, brutal y áspera y cuando menos se lo espera el espectador, y no nos da tiempo a sobrecogernos. “El aviador” y “La edad de la inocencia” estuvieron cerca del Oscar, pero Hollywood prefiere más sentimiento.