Llovió durante el día entero, desde por la mañana hasta por la noche. Por la tarde, cerca de la hora de cenar, fui a la Sala Heinken (la antigua Sala Arena) para ver el directo de Juliette & The Licks. Una banda de punk rock que forman cuatro hombres a las guitarras, bajo y batería, y que lidera la actriz y cantante Juliette Lewis. He admitido aquí ya mi mitomanía. Por eso, en cuanto me enteré de que la actriz regresaba a los escenarios españoles, procuré no perdérmela. Había escuchado algunas canciones (tienen dos discos), y en especial su versión de un tema de P. J. Harvey, que oí en la banda sonora de “Días extraños”. Sus dos trabajos, hasta ahora, no están nada mal. Quiero decir que, si no me hubiesen gustado los discos, no habría ido a ver el concierto. Shakira, por ejemplo, me parece muy atractiva, pero jamás pasaría el mal trago de asistir a uno de sus shows salseros: su música no me gusta un pelo. Para ver a Juliette & The Licks, por cierto, hay que estar preparado para la caña absoluta: punk rock sin apenas un respiro, y agresividad sexual por parte de su vocalista.
Tal vez Lewis no tenga un hueco entre las mejores actrices contemporáneas, pero es solvente y durante un tiempo alcanzó momentos gloriosos, pequeños instantes que se grabaron en la retina del cinéfilo y que ya han hecho historia: su “fellatio” al dedo de Robert DeNiro en el remake “El cabo del miedo”, sus conversaciones con Woody Allen en “Maridos y mujeres”, su manejo de la ballesta en “Abierto hasta el amanecer” para hacer frente a los vampiros mexicanos, los bailes que se marca en “Días extraños” y sus locuras como Mallory en “Asesinos natos”. Y no conviene perderse su papel como estrella invitada en uno de los capítulos de la primera temporada de “Me llamo Earl”, que acaban de estrenar en España. En los últimos años le hemos perdido un poco la pista, dados sus roles secundarios y su vuelco hacia la música. Las mujeres suelen preguntarse por qué a los hombres nos da morbo una chica como Juliette Lewis. Pero la respuesta es fácil: su rostro, sus papeles y su actitud en el escenario y en la vida están a medio camino entre la dulzura y la cólera. Es una especie de lolita crecida, lo cual supongo que sedujo a uno de sus ex novios más conocidos, Brad Pitt, con quien rodó “Kalifornia”. La actriz atrae, pero se nota que está como una cabra, que gusta de jugar al límite, y eso pudimos comprobarlo durante el concierto.
Los teloneros fueron Zzz, dos plastas que sólo utilizan un teclado y una batería. Escuché un par de temas y, de haber tenido una soga a mano, me hubiese ahorcado para no oírlos. Con unos veinticinco minutos de retraso, The Licks irrumpieron en el escenario de la Sala Heinken. Yo estaba en un lateral, a pocos metros de ellos. Tocaron una hora y veinte, e hicieron moverse al personal de principio a fin. Sólo descansaron en un tema lento, acompañado de guitarra acústica. Juliette Lewis es más alta en persona que en las películas, o lo parece. Salió con botas, pantalones muy ajustados y una camiseta aún más ceñida, y una cinta de india en la cabeza, con plumas. Apenas paró de bailar y brincar en un estilo a medio camino entre lo punk y lo sexual. Soltó algunas palabras en español, no abandonó la sonrisa, de vez en cuando se acercaba a las primeras filas para que le tocasen el pelo y las manos, e incluso le dio un par de besos a un tipo del público. Hacia el final se tiró de espaldas sobre la gente, encima del bosque de brazos alzados. El resultado: un espectáculo salvaje, rompedor, provocativo y muy rockero. Para deleite femenino, en los bises los músicos de The Licks se desnudaron de cintura para arriba. Juliette, niña loca y mala, siguió como estaba.