Muse es una de esas bandas británicas que hoy arrastran a las masas al delirio. Llevo escuchándolos muy poco tiempo: creo que sólo unos meses. Sus canciones me enganchan por la fusión de estilos que han conseguido hacer. La batería suena a rock; la guitarra, a heavy; y la voz es una mezcla de pop y rock sinfónico. Es una fusión que genera controversias, pues posiblemente tenga tantos detractores como seguidores. Pero no hay duda de que sus temas son como un latigazo: potentes, llenos de contundencia y con propensión a dejar huella. En directo les ocurre lo que a todos los grupos de calidad, es decir, que suenan mejor en el escenario que en el disco. Sólo los músicos malos (la gente de Operación Triunfo, los salseros y latinas que están de moda y los que abusan del playback) suenan peor en directo que en el disco, que ya es decir. En vista del éxito que sigue cosechando el vocalista de Muse, Matthew Bellamy, en las crónicas periodísticas de su actuación en Barcelona y luego en Madrid los ponen a parir. Al menos, en unas cuantas de las que he leído. Ya hemos dicho aquí que los enviados especiales de los conciertos siempre alaban a los desconocidos teloneros, y más si son pelmazos, y prefieren criticar a los grupos que venden mucho y generan colas en sus conciertos. Una opción como otra cualquiera, aunque poco digna.
La banda actuó el viernes pasado, a las diez de la noche, en el Palacio de la Comunidad de Madrid, un sitio del que empiezo a estar harto porque casi todos los directos se celebran allí. Teníamos entradas de pista, que son las más baratas. Ignoro el motivo, pero en la puerta nos dijeron que daba lo mismo ir a las gradas o quedarse abajo. Por supuesto, nos fuimos deprisa a las gradas. Como dicho edificio es un laberinto de pasillos, escaleras y puertas, tardamos en llegar al primer piso. Lo vimos de frente y atrás del todo, en la última fila. Lo cual supuso, para mí, una bendición. Uno no está tan metido o involucrado en el meollo, y tiene la sensación de ver el concierto sin participar en la algarabía, pero se libra de los fulanos que se quitan la camiseta y le salpican con su sudor, y de los pisotones y codazos, y de que un tío alto le tape la visión del escenario. Las butacas de la última fila me vinieron bien, además, para ir al servicio a orinar sin miedo a perderme medio espectáculo, ya que el baño quedaba a tiro de piedra. Por allí, además, vi a mucha gente de Zamora; gente que vive en Madrid y gente que viajó hasta aquí para asistir al concierto.
El directo de Muse fue agresivo e impecable, nervio puro que molesta a los cronistas, más obsesionados con el peinado del vocalista o el mensaje de las canciones. A la caña musical y a los temas que, insisto, aún suenan mejor en vivo, se unió una puesta en escena que es lo de menos porque lo que importa es el sonido y la calidad, pero que incluyó luces estroboscópicas, globos gigantes, niebla artificial, ventiladores y tres pantallas que ampliaban las imágenes de los componentes de la banda. Dado que aún no soy capaz de recordar los títulos de los temas, no voy a poner aquí ninguno, excepto “Knights of Cydonia”, que sé reconocer porque el videoclip me encanta. Para quien no lo conozca, este video es una delirante mezcla de géneros y homenajes a películas de culto, el resultado de meter en la misma coctelera el universo Matrix, Bruce Lee, el Mono Borracho, los westerns de Sergio Leone y John Ford, el Llanero Solitario, “La guerra de las galaxias” y “El planeta de los simios”. La única pena es que el directo se hizo corto; fueron noventa minutos de emoción y adrenalina.