Corría el año noventa y uno. Durante las noches de los fines de semana, mientras mis compañeros de generación se emborrachaban, yo pinchaba discos en el pub que tenían mis padres en La Marina. Y cuando digo discos me refiero a vinilos. Vinilos con solera, que iban ganando rayones que a la aguja del aparato le parecían fosos. Algunos de los clientes habituales me alimentaban con su cultura discográfica, llevándome discos y cintas, prestándomelos por un tiempo, descubriéndome el sonido de bandas y cantautores que, en lo sucesivo, para mí serían emblemáticos. Mi principal proveedor, un argentino llamado Alejandro (he olvidado su apellido, y lo lamento, porque caigo en la descortesía de escribir su nombre incompleto), una enciclopedia musical andante, me llevó un disco titulado “Ten”, de Pearl Jam, un grupo por entonces desconocido. En vinilo, insisto: quiero decir que oí y pinché a la banda cuando casi todos sus seguidores actuales aún iban al colegio; pero esto no lo considero una ventaja: sólo me hace parecer más viejo. Alejandro me prestó el disco con el entusiasmo de quien acaba de hallar un tesoro. Y lo era. Después de tantos años, sigo pensando que es mi elepé favorito de la banda; es como cuando uno descubre “La guerra de las galaxias”: quizá la secuela sea mejor, pero el impacto de la primera es insuperable.
Solía poner, en el pub y por las noches, algunos temas de aquel disco: “Once”, “Black”, “Deep”, “Jeremy” y, especialmente, “Alive”, que entre aquellas cuatro paredes amarilleadas por el humo de tabaco se convirtió en una especie de himno. Pearl Jam fueron, sin duda, los grandes triunfadores del grunge, los que alcanzaron mayor calidad, los que sobreviven y todavía innovan. Poco después me regalaron un reproductor de compact disc y compré “Ten” en cd, uno de los primeros de mi colección en este formato. También vi la película “Singles”, en un cine de Salamanca: en ella aparecían Eddie Vedder y sus muchachos, interpretándose a sí mismos junto a miembros de Alice In Chains y Soundgarden. “Singles” representa los valores y la música de aquella época. Tantos años después de estos felices hallazgos, he conseguido ver a Pearl Jam en directo. En el Palacio de los Deportes de Madrid. He pisado ese recinto en varias ocasiones, pero juro que nunca lo había visto tan lleno, tan caldeado, con tanta gente jubilosa y emocionada como en la noche del jueves.
Vedder demostró ser un caballero: se esforzaba por hablar algunas frases en español y en spanglish, prometió que la próxima vez no tardarían tanto tiempo en regresar a Madrid y, en lugar de dedicarse sólo a promocionar el nuevo disco, optó por cantar temas legendarios, en especial los de sus dos primeros trabajos, “Ten” y “Vs.” Por esa razón tuvo al público al límite, cantando las letras y coreando las canciones. Tras una hora y pico se retiraron del escenario, y volvieron en un par de ocasiones, hasta ofrecer un total de dos horas y diez minutos. Confieso que al principio estuve quemado: la primera hora de los directos suele ser en la que los botarates del público se dedican a saltar y a quitarse la camiseta para mostrar las lorzas al respetable. Cuesta ver al grupo y concentrarse. Pero luego se tranquilizaron y pude disfrutar de un espectáculo musical grandioso. El repertorio resultó tremendo: “Black”, “Rearviewmirror”, “Man of the Hour”, “Better Man”, “World Wide Suicide”, “Daughter”, “Even Flow”, versiones de Hendrix, Pink Floyd y Neil Young. Pero fue “Alive” la canción que me puso el vello de punta y me provocó escalofríos de euforia de principio a fin, y me trajo, además, esos recuerdos gratos y amargos de cuando rondaba los diecinueve años.