Dicen que los españoles encabezamos el uso del messenger, que levanta pasiones entre los muchachos de doce a veinticuatro años. Los estudios revelan esos datos y a mí me parece muy bien. Cualquier forma de comunicación es necesaria y benefactora, aunque sea una comunicación de teclado, soledad y pantalla. ¡Lo que hubiera dado Robinson Crusoe por tener el messenger y chatear mientras preparaban su rescate! Personalmente esta herramienta de comunicación la utilizo de guindas a brevas. Porque el messenger contiene una trampa: en cuanto te enredas un poco, se te pasan las horas volando. Ya digo, a mí no me parece mal. Es más provechoso para una persona pasarse el día conversando por el ordenador (y de ese modo practica algo la escritura, aunque la mayoría adorne sus mensajes de feas abreviaturas y de espeluznantes faltas de ortografía) que mantenerse ante el televisor tragando cuanto le echen.
Los muchachos de entre doce y veinticuatro años son quienes más lo utilizan, pues. Pero en España no podemos estarnos quietos, y, así, tengo leído, ya hay expertos, padres y educadores preocupados por dicha fiebre mensajera. De tal manera discurre la vida contemporánea: cualquier gesto del adolescente es revisado con lupa por unos cuantos expertos y educadores, analizado hasta las últimas consecuencias, puesto en tela de juicio y, luego, no recomendado o prohibido. Hoy les incomoda que los alumnos y los hijos se pasen horas liados en este “sistema de mensajería instantánea”, pero mañana les quitará el sueño otra cosa: la webcam, los fotologs, el eMule, los blogs. El caso es no dejar a los muchachos vivir en paz. Si ven la tele, porque no aprenden. Si salen de farra, porque vuelven a casa de madrugada. Si hacen botellón, porque se maman y ensucian las calles. Si se entretienen con los videojuegos, porque no estudian nada. Si estudian demasiado, porque no conocen el mundo exterior. Si leen los libros de Harry Potter, porque eso no es auténtica literatura. Si ven películas violentas, porque la violencia de la ficción les puede inocular el virus de la violencia real. Si cogen el monopatín, porque molestan a los peatones. Si se montan en una moto, porque son unos vándalos. Si salen con la pancarta, porque son unos revolucionarios y unos gamberros. Si no salen a la calle a reivindicar sus cosas, porque carecen de ideales y de ideas propias. Hombre, no sé, no me hagan mucho caso, no soy un experto, pero esto alcanza ya unos límites que podríamos calificar de persecutorios. Es como una caza de brujas, pero disfrazada mediante encuestas, normas, estudios, consejos y prohibiciones. Algunos padres, sin embargo, dicen: “Ahora tenéis más libertad”. Otros añaden: “Menudo golfo era yo en mis tiempos: me emborrachaba en los guateques, tenía una novia en cada puerto, fumaba mis porros y las preparaba pardas”.
Deberían dejar a los jóvenes que vayan aprendiendo por sí mismos los caminos convenientes. Sí, hoy leen a Harry Potter, ¿y qué? Mañana tal vez se harten y se metan con “La metamorfosis” y “La náusea”. Sí, hoy hablan por el messenger, pero mañana quizá se den cuenta de que nada puede suplir una conversación cara a cara. Y si nunca se dan cuenta, pues tampoco pasa nada. De hecho, mucha gente hoy encuentra pareja gracias a los chats. Dos personas conversan por la pantalla, pero, un mes después, se citan y se hacen novios. Cantaba Dylan: “Venid padres y madres / alrededor de la tierra / y no critiquéis / lo que no podéis entender, / vuestros hijos e hijas / están fuera de vuestro control / vuestro viejo camino / está carcomido, / por favor, dejad paso al nuevo / si no podéis echar una mano / porque los tiempos están cambiando”.