Me he enganchado a algunas series de televisión: los dibujos animados de Superman, Batman y Spiderman, el Doctor House, “Cuentos de la cripta”, etcétera. Sin embargo, hoy quería hablarles de la primera (y única, de momento) temporada de una serie que no tardarán en emitir en La Sexta: “My Name Is Earl”, que traducirán, supongo, como “Me llamo Earl” o “Mi nombre es Earl”. Dado que mi antena no coge La Sexta, alguien me ha pasado la serie en versión original con subtítulos en español. Y es una auténtica delicia, una comedia de mala leche y buenas intenciones, humor gamberro y duelo entre el bien y el mal, una mezcla de los iconos freak, “Amelie” y los primeros filmes de Kevin Smith, especialmente “Mallrats”. Supongo que, cuando la estrenen en España, hará furor. Lo ha hecho en otros países. Este año fue nominada en un par de categorías importantes de los Globos de Oro y de los Emmys. Pero, si por algo quise ver la serie, es debido a la interpretación de su protagonista, Jason Lee, un divertido actor a quien los cinéfilos recordarán por sus papeles en “Persiguiendo a Amy”, “Dogma”, “Casi famosos”, “Vanilla Sky” o la citada “Mallrats”.
El episodio piloto es esencial. Earl Hickey (Jason Lee) es un patán de patillas, bigotazo y camisa de leñador, habituado desde niño a robar, mentir, emborracharse en los momentos menos indicados, pegar puñetazos a los jefes de sus esporádicos empleos, entre otras lindezas. En el piloto, Earl comete su última fechoría: roba a un hombre un billete de lotería premiado. Pero lo atropella un coche y lo envían al hospital. Allí reflexiona acerca de su vida, descubre el karma y éste se convierte en su máxima: “Haz cosas buenas y te sucederán cosas buenas; haz cosas malas y te sucederán cosas malas”. Earl elabora una lista con las atrocidades que ha cometido desde su infancia, y asume que le ha jodido la vida a medio pueblo: a sus padres, novias, ex mujer, hijastros, hermano, amigos, policía, vecinos, trabajadores. Una vez cobrado el dinero de la lotería, decide emplearlo para ayudar a las personas (de ahí mi referencia a “Amelie”) y recomponer las vidas que ha truncado. Porque todo cuanto hace origina una catástrofe. Si, por ejemplo, roba un coche, no sólo deja a un ciudadano hundido por el robo, sino que el tipo, al serle arrebatado el vehículo, llega tarde al trabajo, es despedido al día siguiente y como consecuencia se queda sin dinero y sin casa, y luego sin novia y sin futuro. El más afectado, probablemente, es su padre, a quien desde crío arruinó de todas las maneras posibles. Uno de los aspectos más divertidos es que, en cada capítulo, tenemos una dosis de mala leche (cuando, en flashback, nos muestran las locuras de Earl) y una dosis de buenas intenciones (el calvario que está dispuesto a pasar para devolver su dignidad y su vida a las personas a las que perjudicó).
Eso se completa con situaciones hilarantes y la compañía de estupendos personajes secundarios: Randy, su hermano, un muchacho no muy distinto de Forrest Gump, quien posee un modo de discurrir que suele salvarles la papeleta; una ex mujer dura y de barrio que tuvo dos hijos ilegítimos con Earl (uno, además, negro); el marido actual de ella, un camarero afro que vive con una sonrisa perenne en la boca; una hispana que limpia el motel donde se aloja Hickey; y un par de ladronzuelos. A ello debemos sumar las estrellas invitadas de algunos episodios, como Beau Bridges, Giovanni Ribisi o Juliette Lewis, y la banda sonora, con canciones de Lynyrd Skynyrd, George Thorogood, AC/DC, The Doors, Bob Marley, Creedence Clearwater Revival, Nilsson, Steppenwolf, Nancy Sinatra y Queen, entre otros.