La semana pasada fallecía Mickey Spillane, el escritor de novelas baratas de bolsillo que creó la figura del implacable detective privado Mike Hammer. Es posible que a la mayoría de la gente el nombre de Hammer le suene por aquella serie que protagonizó Stacy Keach. Sobre él, sobre el autor, circulan unas cuantas leyendas y un puñado de verdades. Entre estas últimas, que él mismo se encargó de interpretar a Hammer en una película titulada “The Girl Hunters”, que sus novelas estuvieron en la lista de las diez más vendidas en Estados Unidos, que a su producción novelística él mismo la tachaba de basura. La leyenda dice que su primer libro sobre el famoso detective, “Yo, el jurado”, lo escribió en nueve días. Este es el título que me he leído en dos tardes, como homenaje a Spillane y mina de información para esta columna.
Mi primer encuentro con el detective Hammer data de principios de los ochenta, cuando vi la violenta y algo erótica película “Yo, el jurado” (existe otra versión que no conozco, de los años cincuenta). El actor que hacía de Hammer era Armand Assante. La acción, sin embargo, la trasladaban a los ochenta, en vez de ambientarla en los cuarenta. Este filme irregular apenas aparece citado en las necrológicas que estos días he leído en la prensa. Poco después estrenarían la serie de Stacy Keach, de la que sólo he visto los anuncios y algún capítulo suelto. Y hace unos tres años me hice con “Kiss Me, Deadly” (“El beso mortal”), una cinta del cincuenta y cinco dirigida por el maestro Robert Aldrich, y una de las favoritas de Guillermo Cabrera Infante. A Hammer le daba vida Ralph Meeker. Por supuesto, hay otras adaptaciones de libros de Spillane, pero no me interesan. Durante el último año me he dedicado a buscar alguna de sus novelas por los rastros y las librerías de viejo y de ocasión. En España se editaron varias, y prácticamente están todas ya agotadas: “La venganza es mía”, “Mi pistola es veloz”, “El gran crimen”, “Amanecer sangriento”, etcétera. Mi intención era encontrar “Yo, el jurado”. Hace un par de meses lo logré: en un puesto del Rastro donde se apilaban novelas de kiosco vi aquel título. Lo tenía, pues, en la mesilla, listo para leer este verano. La muerte de Spillane me ha empujado a leerlo ya, como particular homenaje a uno de esos tipos de tecla rápida y fácil, tan rápida y fácil como el gatillo de las criaturas que pueblan el libro.
“Me llamo Mike Hammer, guapa. Soy detective privado”. Así se presenta el personaje. Se trata de un tipo de naturaleza fría y fascista, empeñado en consumar una venganza. Para llevarla a cabo con éxito, anuncia desde el principio de la historia (la novela está narrada en primera persona) que prescindirá de abogados y juicios si atrapa al asesino. Él mismo se erige en jurado, y su veredicto será una bala en el vientre del culpable. Hammer (que significa “Martillo”) no se anda con chiquitas. Durante la narración se pasea atando cabos, pegando puñetazos a los sospechosos, bebiendo copas en los bares, disparando y recibiendo tiros, y, sobre todo, seduciendo a mujeres o siendo seducido por ellas. He leído por ahí que Hammer es machista. Me temo que no, o esa no es mi impresión: es un mujeriego, no un machista. La novela es entretenida y depara diálogos secos y brutales, propios de las obras de misterio. No obstante, a Spillane le falta la resolución matemática de Dashiell Hammett, el ingenio irónico de Raymond Chandler y la dureza de Jim Thompson. Por lo demás, está por encima de la media de las pulp fiction. Sólo he podido ponerle un rostro a Hammer, mientras leía el libro: el de mi adorado Robert Mitchum. Hubiese sido el actor perfecto.