Miedo me da cuando el alcalde de Zamora anuncia y admite que el puente nuevo (sí, el mismo puente que prometieron hace siglos) no va a gustar a todos los zamoranos. Si empezamos así, malo. Es cierto que nunca llueve a gusto de todo el mundo, ni aquí ni en ninguna parte; pero, si el propio edil suelta unas declaraciones pesimistas, significa que la cosa está fatal. Añade que, no obstante, es una cuestión de buen gusto y sentido común, lo cual nos indica que sí, que él y su equipo tienen buen gusto y sentido común, pero es posible que un porcentaje de los ciudadanos no lo tengan. Creo que esto es precipitarse. Primero tendremos que verlo. Habrá que ver el puente nuevo, cuando por fin esté construido, y luego sacar a colación los gustos y opiniones de cada uno, que no coincidirán. Al paso que va el asunto, algunos presenciaremos su inauguración con una barba blanca y muy crecida, como cuando, en los tebeos, Mortadelo y Filemón se hartan de esperar y les salen telarañas, bastón y una barba hasta las rodillas. También nos adelanta el alcalde que quieren un puente de hoy, hijo de su tiempo, o sea moderno. Miedo me da, insisto. Sospecho que la gente quiere un puente que resista y no afee el paisaje, es decir, un puente por el que se pueda cruzar y que tampoco sea un churro, que no sea una cosa vistosa y surrealista que sólo quede bien en las fotografías enmarcadas de los museos vanguardistas. Con esto de la modernidad igual nos echamos a temblar. Ya veremos.
Hay polémica, además, por las obras de Santa Clara y la Plaza de Castilla y León. Se comenta y se rumorea que a pocos gusta lo que se está haciendo allí. De momento, sólo lo he visto en fotografías (han creado una página web llamada “Zamora Chapuzas” y, aunque está en construcción, pueden verse las imágenes de algunos desaguisados del alcalde y sus muchachos, como la plaza en cuestión). Alguna gente incluso está indignada. Bueno, ¿y qué esperaban? ¿Alguien creyó que la obra iba a mejorar la ciudad o su imagen? Basta con observar los parques que han ido arrasando para luego convertirlos en réplicas antiestéticas y poco funcionales, donde predomina el mal gusto, el vacío, el cemento, el baldosín, el banco, donde escasean los árboles y la vegetación, donde se ha robado el encanto antiguo para sustituirlo por el color macilento de la burocracia; esto último significa, para quien se pierda, que cada parque que antaño parecía pertenecer al pueblo es hoy un parque que parece pertenecer a los chupatintas y a los opositores a premios vanguardistas; esto también significa, para quien se pierda, que le han hurtado el atractivo y ahora sólo sirve para que los ancianos se sienten y los niños se aburran como ostras. A los niños suele durarles la emoción de lo nuevo un par de días; después se hartan de lo bonito y prefieren lo práctico. Los columpios antiguos, los parques de toda la vida, hoy son sustituidos por parques insulsos.
Basta con ver otras obras, otros parques y plazas que provocan vergüenza ajena, y cuyo sentido uno es incapaz de explicar a quienes vienen de fuera y se quedan atónitos al descubrirlos. Volvemos a citarlos aquí: la Plaza de la Constitución, el Parque de San Martín de Arriba, la Plaza del Cuartel Viejo, el Parque de San Bernabé (creo que así se llama la calle, con vistas a San Martín de Abajo). Pero el alcalde no debe preocuparse de los gustos de los ciudadanos; siempre tendrá a mano gente dispuesta a pasarle el jabón por la columna vertebral, a contentarle, a decirle, incluso públicamente, que está haciendo grandes labores y sacrificios por Zamora.