El Congreso de los Diputados pidió al Gobierno que impulsara ese género menospreciado, pero con el que todos hemos crecido: el cómic. Se aprobó por unanimidad una Proposición no de Ley para fomentarlo mediante la creación de un Premio Nacional del Cómic. Quien encabezó esta propuesta fue la diputada socialista Carmen Chacón. De sus declaraciones, leídas en los periódicos, me gustaría hacer un par de comentarios. Dijo que el cómic "evoca buenos momentos que nos han hecho reír y participar en aventuras", lo cual es cierto, pero reduce a estas historietas a meros pasatiempos para matar el rato y soltar la carcajada que nos alivie el estrés. Y ese es el problema: la concepción general que se tiene en España de los cómics, equiparándolos a las revistas de crucigramas o a un jeroglífico liviano, si esto último es posible.
Por suerte, la diputada añadió luego que constituye "un magnífico entrenamiento para la práctica de la lectura"; en este sentido, no yerro al decir que la mayoría de los lectores, salvo casos de niños prodigio, nos hemos iniciado en la lectura con los tebeos y los cómics. A mí las viñetas me condujeron a buscar otras historias más desarrolladas, donde hubiera mayor número de páginas para hincar el diente (las novelas juveniles, las de misterio y las de aventuras, y de éstas hacia los cuentos y las novelas no juveniles). Una de las virtudes del cómic es el modo que utilizan los autores para sintetizar su narración. Una técnica parecida a la empleada en el microrrelato: se trata de contar una historia con pocos materiales o con los materiales justos. Véanse, por ejemplo, las siete partes del "Sin City" de Frank Miller: en muchas viñetas debemos comprender a los personajes y sus motivos mediante sus expresiones o las sombras y curiosas pinceladas de color que envuelven su mundo, ya que a veces cuanto dicen o cuanto piensan es prosa telegráfica, a la manera de las novelas negras de detectives, pero adelgazando aún más el parlamento. Incluso en los tebeos españoles con los que hemos crecido (pienso en "El botones Sacarino", "Rompetechos", "Rúe del Percebe", "Carpanta", "Pepe Gotera y Otilio", "Superlópez" o "Mortadelo y Filemón") existe una historia, un mensaje implícito y un espejo de varios individuos de otros tiempos, pero aún presentes: el muerto de hambre, el facha corto de vista (física y mentalmente), la pareja de fontaneros, la portera cotilla del inmueble, el superhéroe castizo y torpe, el dúo de agentes con cierta inspiración en la pareja más famosa de la historia, o sea, Don Quijote y Sancho Panza. De Carpanta, por ejemplo, dijo Francisco Umbral cuando murió su autor, José Escobar: "Carpanta era el hambre de posguerra, el sueño platónico de un muslo de pollo, y esta generación actual del pollo frito no podría comprender a Carpanta". Y de Mortadelo y Filemón: "Ibáñez recurrió al humor traumático para mover a sus muñecos, porque el humor crítico, o sea político, estaba mutilado por la censura. Uno podía reírse de todo menos de los tipos que daban risa, o sea los políticos". Traigo estas frases aquí porque puede que Umbral sea uno de los pocos que han entendido la miga del tebeo y del cómic.
Hay gente que ahora se molesta porque dice que al tebeo le llaman cómic. Intuyo, sin embargo, que no es lo mismo. Consulto un diccionario, y de Cómic me dice: "Secuencia de viñetas o representaciones gráficas que narran una historia mediante imágenes y texto que aparece encerrado en un globo o bocadillo", y de Tebeo lo que sigue: "Revista infantil de historietas cuyo asunto se desarrolla en series de dibujos". A mí la lectura de ambos me parece estimulante y esencial.