Me fascina el azar. La semana pasada salió a la venta “Lunar Park”, el nuevo libro de Bret Easton Ellis. Llevaba unos meses esperándolo, y lo compré en cuanto lo distribuyeron. De Ellis sólo he leído “American Psycho”. Pero esa novela inolvidable y salvaje hizo mella en mí: estaba en el instituto y se la presté a muchas personas, incluida mi profesora de literatura; busqué las canciones que mencionan en el libro y las oí por primera vez; y su lectura tuvo cierto influjo en mi segunda novela. Sus demás obras no me atrajeron por diversos motivos. Pero creo que la verdadera razón estriba en que el psicópata Patrick Bateman tuvo tal impacto en mi generación que ya no nos interesaron los otros textos de Ellis. Acaso pensábamos que no estarían a la altura. “Lunar Park” es un caso distinto: dicen que es medio autobiográfica y medio ficticia, en sus páginas aparecen elementos sobrenaturales, y supone una vuelta de tuerca a su obra.
El lunes coloqué en mi mesilla “Lunar Park”. Decidí que sería el libro que iba a empezar a leer el miércoles, cuando terminara otro que tenía entre manos. El miércoles iba a quedar con un amigo a quien debía un regalo. De modo que, la tarde del martes, en torno a las ocho, me fui aprisa a la Fnac. Iba pensando en pillarle un cómic y alguna novela. En el metro, sin embargo, me dije: “Sería conveniente comprarle algo difícil de encontrar; algún ejemplar raro que sólo se pesque en librerías de viejo”. Pero éstas, supuse, habrán cerrado. En el último piso de la Fnac empecé a buscar narrativa. Junto a la primera mesa de novedades, de pie, estaban una guardia de seguridad, un policía y un fulano trajeado y con cara de pocos amigos. Vigilaban. Me dio por fantasear: quizá haya un chiflado y han venido a detenerlo. Reparé en un puñado de personas, haciendo cola. Al principio de la cola vi a un caballero elegante y de facciones anglosajonas; su cara me resultaba familiar. El hombre, sentado a una mesa, firmaba ejemplares al personal. Seguro que es uno de esos pelmazos ingleses que han concebido el enésimo refrito de “El Código DaVinci” y “El nombre de la rosa”, pensé. Una estrella fugaz. Me alejaba hacia otra sección cuando reparé en que quienes ansiaban su autógrafo llevaban bajo el brazo “Lunar Park”. Retrocedí hasta el cartel. “Hoy. Firma de ejemplares. Bret Easton Ellis”. Maldije haberme comprado ya su último libro. Luego se me ocurrió que sería el regalo perfecto para mi colega: la rúbrica de una leyenda contemporánea.
Cogí “American Psycho”, e hice cola, y pude analizar la estupidez humana: algunos idiotas se ponían a la cola sin conocer la identidad del firmante. Un señor se acercó a hacerme preguntas: “¿Dónde puedo encontrar los libros de ese hombre?, ¿qué tipo de obras escribe?, ¿de qué tratan?” Quise responderle: “Oiga, no tengo la gorrita de encargado, déjeme en paz”. Pero contesté: “Es Bret Easton Ellis. Busque en autores extranjeros, en la E. Escribe novelas. Mire, allí encima tiene la última”. Patético. En la mesa, junto al escritor, había una chica; escuchaba los nombres españoles, los escribía en un cuaderno a rayas y se los mostraba a él. Yo dije “Hola” y “Es para Jorge” y, tras la firma, solté un fofo “Thank you”. “Thank you very much”, contestó él, sonriendo. Ellis, virtuoso retratista del lado oscuro de la alta sociedad yanqui, es un individuo largo, de rostro amable y travieso, algo envejecido a pesar de sus cuarenta y dos años, un tío en cuyos ojos se descifra que ha soportado la fama, el escándalo, la pérdida, el alcohol y las drogas, el éxito temprano, pero ha sobrevivido para contarlo mediante la literatura. Desprende magnetismo, me dije. Vestía un traje negro sin corbata y utilizaba una pluma negra. Escribió: “To Jorge. Best Wish. Bret Easton Ellis”.