Por fin he asistido al mejor homenaje a "Don Quijote", después de soportar tanta morralla y tantas ideas chuscas con las que nos han martirizado los meses pasados. Y, sin embargo, data de hace varios años. Lo he visto en dvd: el documental "Lost in La Mancha", una especie de "making of" o "cómo se hizo" (si lo prefieren), de una película que no llegó a rodarse jamás. Es decir, y en el colmo del surrealismo: el diario de rodaje de algo que nunca existió, y que se quedó en boceto, en migajas, en el fantasma de una película que pudo haber alcanzado ciertos toques de genialidad.
Me explico. Terry Gilliam, antiguo componente de los Monty Python, director de cine, guionista y dibujante, es un entusiasta de esta obra de Cervantes, pues, según sus palabras, el mundo de Don Quijote conecta con el suyo, con el terreno que más le gusta: aquel que oscila en las fronteras entre la realidad y la ficción. Porque Gilliam, si han visto "Los caballeros de la mesa cuadrada", "Brazil", "El Rey Pescador" o "Doce monos", posee una visión retorcida, fantasiosa y extraña de la vida y del arte. Las personas y los objetos, y hasta las situaciones, cobran cierta locura si se observan a través de sus ojos (esto es, a través de la cámara). Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que Gilliam suele ver gigantes donde hay molinos, y que nunca queda claro si está un poco chiflado o si le gusta interpretar ese papel, dado que estas son dos de las interpretaciones sobre el estado psicológico de Alonso Quijano desde que sale al mundo hasta que muere. El caso es que este hombre llevaba una década, o así, tratando de materializar un viejo proyecto: su peculiar versión de "Don Quijote". Algo que suele acarrear problemas de presupuesto, aplazamientos casi eternos y desgracias varias: recordemos la versión inacabada y en blanco y negro de Orson Welles. Quizá porque Gilliam era consciente de la imposibilidad de adaptar en un largometraje de dos horas un libro tan extenso, tan complejo y tan rico, se le ocurrió una variante, su propio homenaje: en el argumento de su guión, el hidalgo y su escudero se cruzaban con un hombre que había viajado en el tiempo. Lo tituló "The man who killed Don Quixote". Extraigo estas declaraciones suyas, recogidas en el libro "Terry Gilliam. El soñador rebelde": "Don Quijote es una pesadilla. Es un proyecto muy difícil de llevar a cabo (...) Es una responsabilidad enorme traducir al cine una obra como la de Cervantes. La gente espera mucho de ti, y no digamos en España".
Al final, el director empezó a acariciar el sueño: logró financiación, reunió a varios actores (Jean Rochefort como Quijano, Johnny Depp como el viajero del futuro, e intervenciones de Ian Holm y Danny DeVito, entre otros), preparó un plan de rodaje en España. Pero no pudo ser, por culpa del catálogo de maldiciones y desgracias que asolaron al equipo en la fase de preproducción y en los primeros planos. "Lost in La Mancha" nos muestra el descenso de Gilliam a los infiernos del fracaso. Les ocurrió de todo: enfermedades del actor principal, retrasos, tormentas, cielos nublados, ruido de aviones militares. En muchas imágenes vemos a un director entusiasta, feliz y obsesionado por el personaje, soltando frases de Don Quijote en voz alta, haciendo caricaturas de su rostro. Pero, a medida que las desgracias se suceden, comprendemos que él, idealista y emprendedor como el caballero, se ha convertido en alguien que ve un proyecto colosal donde sólo está la nada, la nebulosa, el vacío. Y cuando, como Don Quijote, acepta la verdad y claudica, cuando vuelve a casa y asume la realidad, Gilliam, por así decirlo, muere por dentro, pues mueren sus sueños.