Si existe algún objeto que empieza a heder más que un contenedor de basuras en fiestas es la televisión. Salvando Cuatro, lo demás apesta un poco. Si uno hace una ronda por los canales, a cualquier hora del día, se le saltan las lágrimas. La televisión avanza peligrosamente hacia el festejo cotidiano de la basura. Quiero decir: más que antes, si eso es posible. En las principales cadenas han mezclado la caspa, lo hortera y la salsa rosa con la pérdida de la intimidad y el abandono de la dignidad.
Echemos un vistazo: despropósitos varios y periodismo amarillo y rosa para amantes del cotilleo (“El programa de Ana Rosa”, “El diario de Patricia”, “Corazón, corazón”, “Aquí hay tomate”, “Corazón de invierno”, entre otros); culebrones sudamericanos que incluyen guaperas, macizas, chulos, golfillas, diálogos imposibles y escenarios de cartón, o sea, de todo excepto calidad; bodrios exclusivos para adolescentes que sueñan con ser famosos (“Gran Hermano”, “Operación Triunfo” y demás); espectáculos ínfimos para marujas y solteronas (“¿Cantas o qué?”, o algo así, con una Paula Vázquez que, tras tantas operaciones, ya parece un esqueleto viejo; y eso de “Mira quién baila”, apuesta en la que Anne Igartiburu ha perdido el atractivo que tuvo antaño, sacando a la pista a menear el michelín a gente tan ridícula como la pobre Gema Ruiz, Ángel Garó o Carmen Sevilla); películas de acción protagonizadas por los descerebrados habituales y telefilmes “basados en hechos reales”; el eterno regreso a la patilla de hacha y el pantalón de pana y el galán de sonrisa artificial y peinado con sobredosis de laca (“Cine de barrio” y los subproductos que programan y ya sólo sirven para rellenar huecos y demostrar que, a veces, cualquier tiempo pasado fue peor). Esto sólo provoca cansancio. Enciende uno la televisión un viernes por la noche y, tras comprobar lo que hay, siente deseos de tirarse por la ventana. ¿Cómo no van a irse los chavales de botellón con lo que se cuece en la tele? Apenas se salvan algunas series, como Los Simpson (aunque repiten y repiten sus episodios tan a menudo que uno se exaspera) y algún espectáculo nocturno, léase Buenafuente, y clásicos contemporáneos como “Redes” o los documentales de la segunda cadena. Por fortuna, nos queda Cuatro, cadena para gente joven que apuesta por el llamado revival (reposiciones como “La pantera rosa”, “Friends”, “Humor amarillo” o “Comando G” y, en preparación, “Kung Fú”, “El gran héroe americano” y “V”), por series que hacen furor en Estados Unidos (“House”, “Roma”, “Anatomía de grey”) y por un programa fresco de entretenimiento, “Noche Hache”, y esa sección imprescindible para reírse antes de caer en la cama: las imposturas de “Versión original”.
Según datos de un reciente informe sobre la televisión actual en nuestro país, los jóvenes están reduciendo su habitual dieta de tele para irse a conectar a la red. Prefieren internet, y resulta lógico. En la red hay mucha mierda, pero existe la comunicación y la posibilidad de elegir entre múltiples ofertas. El presidente de Telecinco acaba de decir en el Fórum Europa que se están cargando Televisión Española. Tiene toda la razón: gobierne quien gobierne, la primera cadena siempre olerá a bazofia, y a esos portales antiguos que siempre hieden a coliflor hervida. Pero él tampoco es quién para hablar. Recordemos el desaguisado que ha hecho Telecinco con una de las series más prestigiosas y caras: “Vientos de agua”. En su primera emisión, un martes, programaron dos capítulos. Después la cambiaron a la madrugada del viernes. Y cuando habíamos visto cuatro capítulos la secuestraron. Yo prefiero leer.