Confieso cierta decepción por esta Noche de Reyes en Zamora, pues la esperaba repleta de disfraces en las calles y en los bares y no ocurrió así, o al menos yo no vi ninguno, no encontré a nadie disfrazado. Lo cual me ha producido algo de desilusión. Desde la adolescencia (cuando, en vez de irme pronto a la cama dicha noche, empecé a salir) he asistido siempre, fascinado, a una tradición que sólo se daba en esta ciudad, que yo sepa. Recorría uno las calles y los bares y casi todo el mundo iba por ahí con un disfraz, como si se tratara de unos carnavales cambiados de fecha. Dicha costumbre, según me contaron hace tiempo, la inauguró el dueño del desparecido, y mítico, pub Caballo Negro, situado más o menos frente al Parque de La Marina. Tengo el recuerdo de haber entrado en él, pero no acierto a rescatar la imagen interior del bar. Comenzó con una fiesta de disfraces de la Noche de Reyes en Caballo Negro. Y aquello fue creciendo con los años, hasta el punto de que, incluso cerrado el pub, la gente se disfrazaba para salir de copas tras ver la Cabalgata de los Reyes Magos. Pero, a medida que han transcurrido los años, he visto disminuir el número de personas con disfraz: cada vez eran menos quienes continuaban esta tradición reciente. El descenso hizo que los dos últimos años apenas saliese un puñado de personas a la calle con caretas, máscaras, pelucas, espadas, trajes, capas. La otra noche, insisto, no encontré a ninguna. Supongo que es consecuencia de no haber sabido contagiar esta costumbre a las nuevas generaciones. Es una pena. Sobre todo me gustaba su carácter único (salvo que haya noticia de ese hábito en alguna otra ciudad o pueblo, y la desconozca).
En cuanto a los Reyes Magos, ¿qué quieren que les diga? Despliegan su magia de tal forma que, para asombrar a los chavales, y despistarlos, aparecen en diversos lugares. Y cambian sus disfraces, todo con el propósito de que los niños enmudezcan y continúen creyendo en ellos y en su poder. El problema es que los disfraces y facciones de estos embajadores del obsequio, el carbón y los caramelos, a menudo es extraño, por no decir inverosímil. Barbas mal rizadas, melenas de algodón abundante que emboscan sus caras tanto que sólo se les ven los ojos y un trozo de los pómulos, barbas cuyos pelos nacen en sitios insospechados, cogotes blancos sujetando caras negras y algo desteñidas, barbas torcidas y que revelan la existencia de bigotes negros bajo ellas (bajo la blancura de sus cerdas). Es lo que hay. No es mucho. Otros años esto me quemaba la sangre. Ahora lo acepto de otro modo, con deportividad y buen humor, sabiendo que los Reyes Magos utilizan múltiples atavíos y apariencias para demostrar la efectividad de su magia. El inconveniente es que su imagen en algunos lugares nos hace creer que son reyes chungos, recién salidos de una fiesta de disfraces cutre y dominguera. El único que he visto con aspecto de parecer real, tras estudiar las fotos del periódico, es el Baltasar que apareció por Zamora. No llevaba el cuello blanco, lo cual es de agradecer. Merece nuestro aplauso. Principalmente porque el Rey favorito de los niños (también lo fue el mío, lo es aún) continúa siendo Baltasar. Cuando eres un crío su imagen y su apariencia asusta y fascina al mismo tiempo.
A mi juicio, en la infancia uno espera con ansiedad que llegue el Día de Reyes; es el preferido por los niños en Navidad. En la adolescencia y en la juventud se siente más apego por la Nochevieja. En la madurez y en la ancianidad se aguarda como un tesoro la venida de la Nochebuena. En el primer caso significa querencia al regalo y a la sorpresa; en el segundo, a la fiesta; en el tercero, al cobijo familiar.