Por fin llega a España el último trabajo de Martin Scorsese: un documental titulado “No Direction Home: Bob Dylan”, sobre los primeros años de trayectoria musical del poeta y cantante. Sólo tipos del calibre artístico de Scorsese podían atreverse con este proyecto. Después de las magistrales “Gangs of New York” y “El aviador”, y de su participación en la serie de documentales “The Blues” (en la que, entre otros, dirigen episodios Clint Eastwood y Win Wenders), nos brinda el autor del clásico “Taxi Driver” un análisis exhaustivo sobre Bob Dylan.
La primera virtud de “No Direction Home” es que, gracias a sus doscientos minutos, que se le hacen cortos a uno, conocemos qué se oculta bajo ese individuo hosco, rebelde y revolucionario que tomó de Dylan Thomas su nombre. Los oídos agradecen escuchar, otra vez, y grabados de legendarias actuaciones en directo, temas como “Mr. Tambourine Man”, “Subterranean Homesick Blues”, “Blowin’ in the Wind” y, en especial, esa versión de “Like a Rolling Stone” en la que un pendejo del público le grita “¡Judas!” y Dylan, guitarra en ristre y con su flema de tío que se la sopla todo, replica “I don’t believe you” (“No te creo”) y “You’re a liar” (“Eres un mentiroso”), y luego ataca los primeros acordes de la canción. Para quitarse el sombrero. Los oídos lo agradecen, decía, porque a uno le sangran de oír tanta basura sonando por los altavoces de tantos pubs de madrugada. Puede que no te guste la voz de Dylan, o las múltiples versiones de cada uno de sus temas, pero nadie puede negar su condición de poeta callejero. Claro que, no le vayas a un gorila de puerta de discoteca diciéndole “¿Cuántos mares tiene que surcar la paloma blanca / antes de que descanse en la arena? / Sí, ¿y cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón / antes de que sean prohibidas para siempre?”; lo más probable es que no lo entienda, te mire perplejo como Homer Simpson cuando se le escapa algo, parpadee y se rasque el cogote.
La primera virtud de “No Direction Home” es que, gracias a sus doscientos minutos, que se le hacen cortos a uno, conocemos qué se oculta bajo ese individuo hosco, rebelde y revolucionario que tomó de Dylan Thomas su nombre. Los oídos agradecen escuchar, otra vez, y grabados de legendarias actuaciones en directo, temas como “Mr. Tambourine Man”, “Subterranean Homesick Blues”, “Blowin’ in the Wind” y, en especial, esa versión de “Like a Rolling Stone” en la que un pendejo del público le grita “¡Judas!” y Dylan, guitarra en ristre y con su flema de tío que se la sopla todo, replica “I don’t believe you” (“No te creo”) y “You’re a liar” (“Eres un mentiroso”), y luego ataca los primeros acordes de la canción. Para quitarse el sombrero. Los oídos lo agradecen, decía, porque a uno le sangran de oír tanta basura sonando por los altavoces de tantos pubs de madrugada. Puede que no te guste la voz de Dylan, o las múltiples versiones de cada uno de sus temas, pero nadie puede negar su condición de poeta callejero. Claro que, no le vayas a un gorila de puerta de discoteca diciéndole “¿Cuántos mares tiene que surcar la paloma blanca / antes de que descanse en la arena? / Sí, ¿y cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón / antes de que sean prohibidas para siempre?”; lo más probable es que no lo entienda, te mire perplejo como Homer Simpson cuando se le escapa algo, parpadee y se rasque el cogote.
En las entrevistas de juventud de “No Direction Home” comprueba uno por qué Dylan ha ido forjándose una leyenda negra de hombre desagradable. Las preguntas que los periodistas de pacotilla le hacían eran pura mediocridad: “¿Por qué canta?”, “¿Cree que sabe cantar?”, “Sus canciones, ¿son de protesta?”, y en ese plan. Bob Dylan las despacha, obviamente, con latigazos de inspiración y de genio, y con mala leche, riéndose en sus narices sin poder evitarlo. A preguntas necias, respuestas implacables. Scorsese logra, por otra parte, arrancarle unas cuantas confesiones al poeta. Confesiones en las que, junto a sus “Crónicas” en tres tomos, va abriendo poco a poco el caparazón de hierro en el que se ocultaba. Y logra arrancarle algunas sonrisas; a estas alturas, cuando uno pensaba ya que era de esos hombres que han dejado de sonreír. Se rumorea que Scorsese hará dos documentales más. Sería de agradecer, porque, como apuntaba al principio, los doscientos minutos se pasan muy rápido, y por supuesto no abarcan más allá de finales de los años sesenta. Al terminar de ver la segunda parte, la otra noche, puse la televisión. Quiso la casualidad que Javier Rioyo estuviera entrevistando a Rodrigo Fresán, el escritor argentino que vive en España, de quien envidio su capacidad para leerse toda la literatura norteamericana clásica y contemporánea. Anunció Fresán que le han encargado la traducción al castellano de las “Lyrics” de Dylan. Y soltó una perla: no sólo va a traducir el libro, sino que contará en qué circunstancias se gestó cada canción. Para saber por qué cada persona se comporta como lo hace, hay que escarbar en su pasado. La respuesta está en “No Direction Home”.