Me temo que en los últimos tiempos la libertad artística está casi tan amenazada como en los años de la censura. Y, si se coarta la libertad en el arte, sin duda se atenta contra la libertad del hombre. No hay vuelta de hoja. Antaño, la censura, el tijeretazo, lo tenían claro, y los ciudadanos también: una teta era una teta, y los cortes en literatura se aplicaban a los ataques políticos, a las escenas de trato carnal, y en las películas se atribuían al casto beso, a los genitales masculinos y femeninos, al seno, al coito, a la burla del poder establecido. Aquello estaba claro. Era un mal, por supuesto, pero todos (artistas y censores) sabían de qué pie cojeaba cada uno.
Los tiempos actuales, me atrevo a decir, son muy perniciosos para la libertad artística. Hoy se confunden los términos, y la diferencia entre realidad y ficción, entre un oficio real y el personaje que lo ocupa en la narrativa literaria o fílmica (suelen ser las más constreñidas, pero también atañe el mal a la música, a la pintura...), entre lo que nos relata un creador y lo que hemos vivido, se solapan y confunden. No las confunden los artistas, sino esos ciudadanos políticamente correctos y guardianes de una especie de moral que hiede a añejo. Hay que andar con pies de plomo según lo que se cuenta y de qué manera se cuenta. En la actualidad, y creo que de este tema he hablado algunas veces, no puedes aplicarle a un personaje malvado o moralmente repudiable un color de piel determinado o una profesión específica sin que se rasguen las vestiduras quienes, ignoramos el motivo, se sienten identificados y, a la vez, agredidos.
Pero pongamos ejemplos recientes. Los casos de personas que protestan son habituales en esta época, y aún más en el cine, arte de fácil acceso (al revés que en la literatura: la gente cada vez lee menos y quienes leen no son tan necios como para confundir realidad y ficción). A Jodie Foster, que ha estrenado en Estados Unidos una claustrofóbica película sobre tensiones y misterios en un avión, la han atacado tres sindicatos que representan a las azafatas de aquel país. El motivo: en el filme una de las azafatas es terrorista. Y en EE. UU. parece que no se acepta que un terrorista pueda ser norteamericano, ya se sabe... Intentaron boicotear el estreno argumentando que, aparte de ofrecer mala imagen de las azafatas, lesionaba la confianza que el pasajero debe depositar en ellas. Patético, ¿no creen? En nuestro país a Santiago Segura le han caído unos cuantos palos y demandas por insultar en broma a la mascota de Cinecito (que no es una persona, ni un animal, sino un dibujo) y por burlarse en su última cinta de la localidad de Viana do Bolo). Este tipo de ataques era frecuente en EE. UU., y se está extendiendo peligrosamente en España, donde creíamos que la libertad para forjar a un personaje no tenía cortapisas. Pues no. Si a un personaje negativo uno le asigna el oficio de abogado, se ofenden los abogados; si lo hace con las azafatas, se ofenden las azafatas. Si bromea con un pueblo, con una profesión, con una raza, no faltan algunos colectivos saltando porque ven herida su imagen. El hecho de que en el filme de Foster salga una auxiliar de avión con ínfulas terroristas no significa que el director y los productores crean que eso puede ocurrir, o que en la vida real las azafatas pueden ser peligrosas. Se trata de ficción, algo que en estos tiempos no goza de las alas de la libertad: salen rápido de debajo de las piedras los cretinos que se han visto lesionados. En absoluto podemos añorar el pasado de la censura, pero bien es verdad que, entonces, una teta era una teta. Hoy se cabrea todo el mundo. No se tiene claro qué terreno pisar y quién se puede ofender. Y la libertad artística sale vulnerada.