Antaño los periódicos se compraban para mirar las noticias, leer algunos artículos de opinión, aventurarse por exhaustivos reportajes o hacer el crucigrama tras analizar la programación televisiva y el horóscopo. Todavía existe alguna gente, poca, que compra un periódico o varios y se los lee. O gente que no se gasta un céntimo en ellos, pero va a una cafetería, se toma un café con leche y abre el diario para aprenderse los contenidos de todas las secciones. La mayoría de las personas de la tercera edad estudian el periódico como si fuese la lección. Eso me gusta.
La costumbre de comprar periódicos para leerlos se va agotando. No porque en la actualidad muchos leamos la prensa en internet, sino porque hoy hemos inventado cien excusas para que, cuando uno acude al kiosco, compre éste o aquel periódico por el material externo que incluye. A saber: novelas, libros de historia y cocina, películas de dvd, primeros capítulos de algunas series de televisión, tableros de parchís, compactos de música, fascículos, suplementos, coleccionables, miniaturas, cómics, fotografías de archivo, documentales, enciclopedias, pasatiempos, cuentos infantiles, guías de viaje, medallas, vajillas, cuberterías, botellas de vino, patines y hasta cruasanes. Incluso dicen que hay compradores que adquieren el tinglado completo y tiran el periódico a la papelera de la esquina sin abrirlo ni mirarlo. Especialmente los domingos la mayoría de la prensa casi te la venden por kilos. Cada kilo incluye un dvd, un suplemento, una cucharilla de plata, etcétera. Sale uno con las manos vacías y vuelve cargado hasta los sobacos, como si viniera de aprovisionarse en un hipermercado. Que no se entienda esto como una crítica de las promociones y los abundantes coleccionables (yo mismo cojo, algunas veces, un periódico sólo para que me salga barata una película), sino como nostalgia de otro siglo, cuando un señor iba a comprarse el periódico para desayunar con sus contenidos y no le hacía falta que le metieran cachivaches en sus páginas. Dicen que siempre hubo regalos y ofertas con la prensa, pero se ha disparado. El periódico es, en la actualidad, para toda la familia: los hijos pequeños se quedan con los tebeos, el adolescente con las películas, la mujer con los libros, y en ese plan. Sólo el padre y el abuelo se llenan los ojos con la tinta de las linotipias. El padre y el abuelo saben. Suele acusarse a los chinos de haber montado en España miles de tiendas donde todo es barato aunque de calidad regular, pero cuando voy a por un periódico salgo más atiborrado de objetos que si viniera de hacer compras en un bazar chino.
Esto, supongo, viene de la competencia entre la prensa, y de las nuevas tecnologías. Hoy la gente se lee los periódicos en internet y hay que ofrecer algún cebo a los lectores para que salgan a la calle a por el diario. Ya que no se interesan por los contenidos impresos, que compren aunque sea por llevarse a casa la cubertería y el mamotreto de viajes; pero que compren. La verdad es que uno pilla un periódico en domingo y va hecho un señor: puede leer libros, escuchar música, conocer las noticias frescas, comenzar una videoteca, desayunarse un bollo y contentar a la familia. Cuando el padre llega a casa los domingos, con todo el lote bajo el brazo, parece Papá Noel. A mí, insisto, me parece muy bien, y a veces hasta adquiero la prensa por los añadidos (y, eso sí, luego la leo). Pero me incomoda que el común de los lectores no recuerde los periódicos por lo que son: esas criaturas de papel y tinta que, igual que las flores, tienen una vida efímera en cuanto son arrancadas. En este caso no son arrancadas de la planta, sino de la imprenta y posteriormente del kiosco.