Los ordenadores y los programas informáticos y algunas herramientas de internet son muy inteligentes, pero a veces se pasan de inteligentes y, por ello mismo, provocan varios errores. No hay más que utilizar un procesador de textos: pongamos, por caso, Microsoft Word, que es en el que escribo habitualmente. Al programa le han enseñado sus inventores ciertas reglas y el tío no sale de ahí. Le recuerda a uno a esos alumnos cabezotas que se empeñan en repetir el mismo error una y otra vez, para desesperación del profesor o del padre, que ya no sabe qué hacer para que aprenda. Los textos deben leerse muchas veces, porque el programa hace de nuestra capa su sayo y nos conduce a cometer yerros involuntarios. Uno de los más frecuentes es el originado porque word no acepta el nombre Josep. En cuanto uno lo escribe (pero acabo de corregirlo), el ordenador lo cambia por Joseph. Debe uno retroceder y arreglarlo y eso agota a veces la paciencia. No es raro ver por ahí escrito, en vez de Josep Plá, el gran escritor catalán, Joseph Plá, vulnerado su nombre como si hubiera tenido en las venas sangre inglesa y sangre catalana. Eso sirve para otros casos. Hay palabras, como los tacos, o ciertos nombres de ciudades, que el ordenador no se sabe y nos subraya con su corrector en rojo, como si fuéramos colegiales que han cometido faltas señaladas por el maestro con un bolígrafo del mismo color. Dado que pretende ser más listo que el ser humano, lógicamente se equivoca. Tampoco acepta muchos nombres y apellidos anglosajones, lo cual, si uno llena su texto de gente americana, el programa tiñe las líneas de rojo, desangrando el folio blanco y nuestros ojos.
En algunas direcciones de correo (es necesario tener, al menos, un par de ellas, para dividir el spam o desviar la publicidad de esas webs donde por fuerza has de registrarte) el propio programa supervisa lo que a uno le llega. A una de ellas, no sé por qué, suelen enviarme a diario los boletines informativos de Minuto Digital, una web de la derecha pura y dura. En este caso el programa es listo y, sin que le yo haya previamente advertido, lo destierra a una carpeta llamada “Correo electrónico no deseado”. Ignoro cómo supo el ordenador que eran mensajes no deseados, pero acertó. Otras veces, en cambio, recibes mails de conocidos o amigos que contienen un archivo adjunto. Algunos los dejan pasar y otros no. Es decir: la policía fronteriza y virtual de la propia cuenta de correo decide quién va a la “Bandeja de entrada” y quien al destierro del “Correo electrónico no deseado”. Sus criterios tendrá. Es el mayor inconveniente de que los ordenadores piensen tanto.
Distinto me parece el caso de Google. Es una herramienta que utilizo con frecuencia para buscar información de libros nuevos o de autores, fotografías, noticias actuales, etcétera. Y a veces la utilizo por diversión y curiosidad. Al contrario que el word, Google te acepta todas las palabras, siempre que existan en el mundo (es decir, que no hayan sido inventadas). Por eso, cuando uno escribe una palabra y se olvida de ponerle alguna letra, Google sugiere. Ejemplo: uno quiere buscar en la red cuántos miles de documentos hay sobre el escritor Salinger. Dado que la “ge” cae al lado de la “efe” en el teclado, puede escribir sin darse cuenta lo siguiente: “Salinfer”. Tras pulsar el botón de la búsqueda, Google escribe en la parte superior: “Quizás quiso decir: Salinger”. Y, casi al final de la página, pone: “Usted quiso hacer su búsqueda con respecto a: Salinger”. No me digan que no es una maravilla.