Mañana, día veinticinco de octubre, es el Día de Internet. Si les digo la verdad, no sé en qué momento nombraron a este día como tal. Pero me trae sin cuidado. Hoy a casi todo se le dedica un día, excepto, que uno sepa, el Día del Hombre. La mayor parte de las veces es una excusa para que compremos. Que sea Día de Internet nos permite reflexionar, como están haciendo esta semana los periódicos. En alguno de ellos se pregunta a la gente en qué medida ha cambiado su vida con internet.
Esa es una de las grandes cuestiones de la actualidad. Conozco a mucha gente que jamás se ha asomado a internet y no usa ordenador. Tengo para mí que se pierden un mundo casi imprescindible, no por la cantidad (enorme, infinita, imposible de imaginar) y calidad (mala, regular, buena, saludable, perniciosa) que ofrece la red, ese laberinto de links y portales, sino porque ayuda a mantener las comunicaciones. A mí internet sí me ha cambiado la vida. Me permite leer la prensa del mundo entero con un solo clic de ratón, conversar con amigos en un chat privado, abrirme paso a través de una jungla de documentos, conocer en un segundo qué novedades cinematográficas y literarias aparecen en USA, Argentina o Francia, acceder a la lista de ganadores de los premios más importantes, leer las noticias frescas de mi provincia ahora que estoy lejos de allí, adentrarme en los contenidos que ofrece una empresa, un servicio o una persona, ver a las actrices más famosas e idolatradas en cueros (y quien lo niegue peca de cretino e hipócrita), mirar ofertas, precios y sinopsis de libros, descargarme programas que facilitarán mi trabajo, conocer la opinión de los internautas, asomarme a esa mirilla extraña que son los blogs o bitácoras personales...
Pero, para mí, la gran revolución de internet, lo que cada día compruebo con puntualidad casi británica, es el correo electrónico. Y a él se suman un par de blogs. Hay días en que uno no lee la prensa, o no consulta la Imdb, el mayor archivo de datos de cine, ni las novedades literarias. Pero siempre es necesario mirar el correo. Otra cosa es que uno tenga tiempo para responder a los mails con la frecuencia que debería, pues la rutina suelen entorpecerla otras actividades. El correo, si la otra persona está conectada y tiene abierta la bandeja de entrada, será una herramienta más rápida y barata que el teléfono. Gasto muchísimo menos, pues navegue o no navegue tendré que pagar la misma cantidad de dinero al mes por mi conexión, y puedo adjuntar documentos, fotografías y textos. Pondré un par de ejemplos respecto a los blogs, el chat y los mails, y espero que quien no conozca la jerga no se abrume o crea que manejar la red es complicado. Un joven escritor con el que he charlado en persona dos o tres veces se ha ido a Nueva York. Nos enviamos mails. Mientras se adentra en esa aventura de comenzar una nueva novela escribe, también, sus desventuras y reflexiones en un blog. De ese modo, con un clic del ratón, puede uno estar al día de cuanto le sucede y piensa. O ese amigo que vive en Turín (a punto de regresar a España, donde sin duda tendrá una vida menos glamourosa pero más divertida y amigable): ambos solemos tener abierto el correo y un chat. De modo que, en cualquier momento, interactuamos compartiendo consejos, opiniones, lecturas de artículos, chistes. Uno al lado del otro, pero sin vernos las caras. El único inconveniente es la imposibilidad de emborracharnos juntos alguna vez. Sí, internet, bien usado como herramienta (no sólo para hacer el idiota), puede cambiar la vida. Lo único que hay que saber es dosificar el tiempo de conexión. Y eso no tarda en aprenderse.