Tiene uno la impresión de que los políticos del Partido Popular, estén gobernando el país o su pueblo o estén en la oposición, siempre se muestran cabreados. Bastaba echar un vistazo a Aznar cuando era presidente: comparecía con el ceño fruncido, y el bigote más fruncido aún, y cara de jugador de póquer. Sólo era capaz de sonreír un poco en esos mítines en que las marujas le llamaban “guapo” y “tío bueno” a gritos, y a él se le inflaba el pecho como a una paloma y se le subía el pavo. Y, además, sonreía con suficiencia. Sólo hay que ver a Rajoy en cada una de sus comparecencias. Este verano ha salido mucho en los medios de comunicación, acusando a Zapatero de todas las desgracias del mundo; lo hemos visto en camisa, arremangado y en plan sport, pero no tenía pinta de político serio, sino que tuvimos la impresión de que antes de cada declaración pública estuvo echando la partida en una tasca. Sólo le faltó un puro ensartado en los labios en esas apariciones. No recuerdo haberlo visto sonreír. Pero, ¿cómo puede sonreír un tipo que apenas puede vocalizar? Este verano han aparecido él y los suyos en plan camorrista. Le echan al PSOE la culpa de todas las desgracias; esto, en principio, no tendría nada de raro porque cada gobierno debe apechugar con lo suyo y con lo de los demás, si no fuese porque cuando gobernaba Aznar le echaban la culpa de sus propios errores al Partido Socialista. Es como de cachondeo. Podríamos admirar a quienes, gobernando un partido, le echan el muerto a la oposición, pero resulta ya un ejercicio muy sobado de manipulación.
Sí hemos visto, en cambio, reír algunas veces a Zaplana. La suya es una risa algo forzada: por un lado, suelta la carcajada; pero, por el otro, su rostro ofrece el aspecto de hombre que está conteniendo una diarrea y teme ser descubierto. Es una risa contradictoria. Cuando hablo de risas y sonrisas, por supuesto, me refiero a las comparecencias públicas. Sin embargo, si se fijan, es imposible que puedan llevar estos políticos una vida sana y relajada, porque están recordando el pasado constantemente, igual que les ocurre a los ancianos de derechas, que rescatan a la mínima oportunidad a sus ídolos muertos y los sacan en procesión por la prensa. Presumen de que ganaron la guerra civil (aunque sabemos de sobra que nadie la ganó: toda España fue perdedora), pero jamás sonríen y permanecen cabreados. Ese triunfo no les satisfizo, quizá no colmó sus expectativas. Son los únicos presuntos ganadores que estarán siempre enfadados con el mundo. Descubrieron un día que el caudillo de España era mortal, que se le secó la carne y la piel y luego los huesos y hubo que enterrarlo. Tal vez no asumieron su mortalidad y por eso persisten en su ira: quién sabe.
Los políticos que gobiernan Zamora no son ajenos a este mal. Sólo alguno que otro alza, de vez en cuando y ante las cámaras, las comisuras de los labios; pero con suficiencia, acaso recordándose a sí mismo que cobra una bonita suma cada mes. Casi todos salen en la prensa con el rictus imposible y forzado de un individuo al que le estuvieran apretando el escroto con demasiada rabia. Podrían aprender del presidente de la Diputación: siempre ofrece el aspecto de estar pasándoselo en grande, de sonreír contra viento y marea, de partirse el eje de risa, lo mismo da que se suba a una barca, a un caballo o a un coche. Sabe que la sonrisa es sana, y que la imagen cuenta para no parecer un eterno amargado. Podrían tomarlo de ejemplo, en serio. Da la impresión de que la gran mayoría de políticos del PP en el gobierno o en la oposición arrastran en sus gestos hoscos alguna derrota. Sonrían, por favor.
Sí hemos visto, en cambio, reír algunas veces a Zaplana. La suya es una risa algo forzada: por un lado, suelta la carcajada; pero, por el otro, su rostro ofrece el aspecto de hombre que está conteniendo una diarrea y teme ser descubierto. Es una risa contradictoria. Cuando hablo de risas y sonrisas, por supuesto, me refiero a las comparecencias públicas. Sin embargo, si se fijan, es imposible que puedan llevar estos políticos una vida sana y relajada, porque están recordando el pasado constantemente, igual que les ocurre a los ancianos de derechas, que rescatan a la mínima oportunidad a sus ídolos muertos y los sacan en procesión por la prensa. Presumen de que ganaron la guerra civil (aunque sabemos de sobra que nadie la ganó: toda España fue perdedora), pero jamás sonríen y permanecen cabreados. Ese triunfo no les satisfizo, quizá no colmó sus expectativas. Son los únicos presuntos ganadores que estarán siempre enfadados con el mundo. Descubrieron un día que el caudillo de España era mortal, que se le secó la carne y la piel y luego los huesos y hubo que enterrarlo. Tal vez no asumieron su mortalidad y por eso persisten en su ira: quién sabe.
Los políticos que gobiernan Zamora no son ajenos a este mal. Sólo alguno que otro alza, de vez en cuando y ante las cámaras, las comisuras de los labios; pero con suficiencia, acaso recordándose a sí mismo que cobra una bonita suma cada mes. Casi todos salen en la prensa con el rictus imposible y forzado de un individuo al que le estuvieran apretando el escroto con demasiada rabia. Podrían aprender del presidente de la Diputación: siempre ofrece el aspecto de estar pasándoselo en grande, de sonreír contra viento y marea, de partirse el eje de risa, lo mismo da que se suba a una barca, a un caballo o a un coche. Sabe que la sonrisa es sana, y que la imagen cuenta para no parecer un eterno amargado. Podrían tomarlo de ejemplo, en serio. Da la impresión de que la gran mayoría de políticos del PP en el gobierno o en la oposición arrastran en sus gestos hoscos alguna derrota. Sonrían, por favor.