Siempre he sido partidario de la música de los llamados dinosaurios del rock. Esta temporada regresan con fuerza, y así tenemos nuevos discos de The Rolling Stones, Eric Clapton, Paul McCartney, Neil Young, Deep Purple y Bob Dylan (la banda sonora del documental de Martin Scorsese, “No Direction Home”, repleta de versiones inéditas). El año pasado Leonard Cohen grabó otro disco, y seguro que no tarda en sorprendernos con un nuevo trabajo. Y, en España, el incombustible Joaquín Sabina vuelve al panorama musical tras unos años difíciles. No sé si me olvido de alguno. Pero, cada vez que estos rebeldes maduros reaparecen, la prensa se apresura a decir que quizá sean sus últimos trabajos, sus últimos conciertos, sus últimas comparecencias, sus testamentos, dada la edad que gastan. Sin embargo, ahí los tienen: frescos, innovadores, dando lecciones, sin perder fuelle ni calidad. He leído una reciente entrevista con Mick Jagger en la que éste se muestra tan ácido, lúcido y salvaje como siempre. El año pasado Jagger, incansable, grabó las canciones de la banda sonora del remake de “Alfie”. Nadie se mueve como él sobre un escenario, sea joven o viejo. El último disco continúa teniendo esa garra rockera que su banda perdió en los ochenta y que en los noventa recuperó. Todos ellos, Jagger, Richards, McCartney, Young, Dylan, están de actualidad. Para uno, que gusta de los clásicos, es un alivio comprobarlo. Me confieso adorador del rock y del folk de los años setenta, porque es con lo que uno ha crecido. Acaso influya el hecho que, de niño, me ponían para dormir canciones de The Beatles y de la banda sonora de “Jesucristo Superstar”. Y eso marca.
Si en la música aún se aplauden, aunque con escepticismo, los regresos de las viejas glorias, que no descansan y parecen más jóvenes que muchos jóvenes de mi generación, en el cine la madurez es otro asunto. Se abren puertas (buenos papeles, proyectos, oportunidades) para los actores que han alcanzado la tercera edad o se acercan a ella, no así para las mujeres. Es culpa de la imagen y del mercado. Por eso hubo un tiempo, sospecho que ahora sucede menos, en que los actores de sesenta años interpretaban personajes cuarentones, y formaban pareja en la pantalla con muchachas de apenas veinte años. La mujer madura, en cambio, está condenada. O no tiene papeles o le dan los personajes de madre abnegada que se pasa el día entero en la cocina mientras el marido soporta sobre sus hombros la acción y todo el peso de la trama. Hace años triunfó en el mundo un filme sobre varios parados que decidían despelotarse en público para ganar el pan: “Full Monty”. Hizo furor, como sin duda recordarán. Años después trataron de vendernos lo mismo, pero con mujeres: “Las chicas del calendario”, inspirada en la historia real de un grupo de señoras que decidían desnudarse para un calendario. Por supuesto, ni por asomo tuvo la misma recepción que “Full Monty”. A un ejecutivo de los grandes estudios le enseñas a varios hombres de cuerpos imperfectos quitándose la ropa y se ríe. Si le enseñas esa escena protagonizada por mujeres lo más probable es que arquee una ceja y mande al director a paseo. Estoy convencido de que sólo gracias al éxito de la primera aprobaron el proyecto de la segunda.
La madurez, en el mundo resbaladizo del espectáculo, puede ser una ventaja o una lacra. Debería ser una ventaja, al menos entre quienes no chochean. La experiencia, combinada con la creatividad y la lucidez, resulta explosiva. Así lo demuestra Jagger y así lo demuestran las actrices maduras, cuando las dejan: dan lecciones de interpretación a los cachorros. Pero el mundo se mueve sólo por dinero e imagen.