lunes, junio 30, 2008

Un buen día




Hoy es un buen día. Y no me refiero al fútbol (no me gusta el deporte). Es buen día porque, a pesar del cansancio que traigo después de estar el fin de semana en mi tierra, me he encontrado con buenas noticias:
  • La extraña portada de arriba pertenece a Candy, la novela de Luke Davies. Esta mañana la he conseguido en una librería de viejo próxima al Retiro. Ha salido cara, pero no importa porque llevaba años buscándola. La leeré esta semana. Al libro (en la edición de Círculo de Lectores) le faltaba la camisa, aunque habían dejado un recorte de las solapas donde se puede leer un fragmento (la segunda imagen). Por lo demás, está en buenas condiciones.
  • Ya anuncié lo del podcast de Resaca. Pues bien: este viernes, en torno a las 22:30 horas, en La Otra (una cadena que pertenece a Telemadrid), emitirán en el programa Básico la entrevista que Eva Ródenas nos hizo a Roxana Popelka, a Miquel Silvestre, a Carlos Salem y a mí en el Bukowski Club. No creo que pueda soportar verme en la tele, y menos aún oírme. Es lo que hay. Pero sé que ellos estuvieron muy bien. El programa se repetirá en diferentes días y horarios de este verano. Trataremos de colgarlo en el blog colectivo.
  • En la tercera foto aparece Carla Badillo, amiga de esta bitácora. Ya recibió su ejemplar de Hank Over, que el Kebran le compró en la Feria del Libro de Madrid y, antes de enviárselo como regalo sorpresa, nos pidió a unos cuantos que se lo firmáramos. El libro está al otro lado del charco, en Ecuador. Ella lo ha leído y disfrutado, como cuenta en este post. Una gran noticia porque, cuando uno tiene lectores como Carla, ¿para qué necesita a los críticos literarios?
  • También hay otras buenas noticias que ya iré colgando por aquí, respecto a futuros proyectos. Cuando se confirmen, claro.

Cartel de Wanted


Hay varios carteles de Wanted, pero este es el que más me gusta. El próximo estreno de esta película me recuerda que aún no he leído el cómic de Mark Millar y J.G. Jones en el que se basa. Lo haré un día de estos. De momento, ha salido una edición especial. Web de la película: aquí.

Citas. 88

He alcanzado a comprender que la vida en cualquier ciudad es siempre más de lo mismo. París, Nueva York, Hollywood, Londres. Ves a la misma gente y entras en la rutina. Los restaurantes, los despachos, las habitaciones de los hoteles..., esos cócteles en los que no se oyen más que tonterías y en los que se te va el tiempo en perseguir a alguna dama. Es un ciclo eterno en el que uno desea cosas, las consigue y desea siempre algo más..., hasta que acabas por descubrir que la vida mundana es un tremendo y soberano aburrimiento.
Peter Viertel, Cazador blanco, corazón negro

Podcast de Hank Over


Ya está colgada en la red la entrevista que Christian Verdú, de Mondadori, nos hizo a David González y a mí. No he podido escucharla porque me desagrada escuchar mi voz; nunca me reconozco. David lo explica mejor que yo en este post. Para ir a la página del podcast, pinchar: La literatura en línea.

Albert Cossery

Un día de la semana anterior encontré la noticia sobre la muerte de un escritor cuyo nombre no me sonaba: Albert Cossery. No leí la necrológica y no supe más del tema. Pero me quedé prendado de la fotografía del escritor. Era un anciano bien vestido, con traje y corbata, con camisa amarilla a juego con el pañuelo que sobresalía del bolsillo superior de su chaqueta. Su piel era gris. La frente, llena de manchas. El cabello, escaso. La boca, con ese rictus propio de quienes no tienen dientes. Los ojos sepultados en arrugas y ojeras. Más que un hombre anciano, parecía un cadáver. Un muerto en vida. Una momia que se sostenía en pie sólo para la foto.
Apenas un par de horas después mi colega Patxi Irurzun colgaba esa misma imagen en el blog que compartimos entre varias personas. Esta vez lo que me llamó la atención fue el texto breve que Patxi había escrito bajo la fotografía. Quiero reproducirlo aquí: “Hoy he leído en los obituarios del El País que ha muerto el escritor egipcio Albert Cossery. Nunca había oído hablar de él, pero escribía sobre los locos y mendigos de El Cairo, ha vivido 60 años en un hotel, era un apólogo de la pereza… ¿Por qué sólo he sabido de él ahora que está muerto? Buscaré sus libros en las bibliotecas”. Luego incluía un link a un amplio reportaje sobre el escritor, que vivía en París y escribía sobre los suburbios y habitaba una habitación de hotel desde sesenta años atrás. Sólo ocho libros en ese tiempo (de los cuales, que yo sepa, se han traducido siete a nuestro idioma). Un escritor lento, pausado, adorador de la pereza, colega de Albert Camus, todo un personaje que se vestía como un dandy porque eso era lo que su padre le había enseñado: “Mi padre se vestía como un príncipe”, contó en una entrevista para el diario argentino La Nación. Eligió vivir en la miseria, sin pertenencias, lo que supone para nosotros una lección. Así era libre, decía. Viviendo en una habitación de hotel. En los últimos tiempos parece que añadió una nevera y un televisor, como desvelan en El País. Posee una biografía que atrae. Y, sobre todo, una obra que habla de los malditos, de los miserables, y que apetece ya desde los títulos: “Mendigos y orgullosos”, “Los haraganes del valle fértil”, “Los hombres olvidados de Dios”, “Los colores de la infamia”.
Al igual que Patxi Irurzun, me pregunto lo mismo y hago mío su lamento: ¿Por qué sólo he sabido de él ahora que está muerto? ¿Cómo se nos pudo escapar? ¿Por qué no supimos de este autor? Si uno rastrea la red, a posteriori comprueba que unos pocos autores y bloggers sí hablaron de su vida y su obra: J.P. Quiñonero se lo encontraba por París y le hacía fotos. Es un consuelo. Me aventuro a apuntar que tal vez Cossery ya no era tan célebre (antaño lo fue: Henry Miller ayudó a que se publicaran sus libros en Estados Unidos; fue premiado y muy traducido) por su estilo de vida. Por escoger una rutina que lo mantendría apartado de la sociedad, de los fastos, de las fiestas, de los convites a los que acuden tantos autores a llenarse la barriga y el ego. Cossery se movía por el Barrio Latino de París. Apenas frecuentaba dos o tres locales y un jardín para alimentarse, pasear y buscar sosiego e inspiración. Sucede con muchos escritores valiosos que caen en el olvido: no sabemos nada de ellos, pero entonces se mueren y regresan a la actualidad por eso mismo y el mundo descubre su obra y las editoriales quitan el polvo a sus libros y los sacan de las catacumbas. Como, por ejemplo, Mohamed Chukri. O Albert Cossery, de quien he encargado algunos libros por internet. Sólo nos resta hacerle ese homenaje. Leer su obra.

Descubrimiento

Tu corazón es destrozado por el dolor:
empiezas a sentir el corazón

tus ojos de repente dejan de ver:
empiezas a sentir los ojos

tu memoria se hunde en la oscuridad:
empiezas a sentir la memoria

te descubres a ti mismo
negándote a ti mismo
existes
negando la existencia


Ryszard Kapuściński, Poesía completa

Toques de atención

A Bibiana Aído le han dado el timón de un barco (Ministerio de Igualdad), pero está a punto de estrellarlo contra los arrecifes. Cada día nos enteramos de una de sus nuevas ocurrencias y uno no da crédito. ¿De dónde sacan a esta gente? Parece un show. Puede que lo más sonado sea lo de “miembra”, palabro que a mí me suena fatal porque, si Aído repasa un poco su pronunciación, suena a “mi hembra”, expresión que podría tener connotaciones machistas para ella. Estas cuestiones son peliagudas. Se empieza imponiendo “miembra” y se acaba incluyendo “mujera” y “portavoza” en el diccionario. El problema de estas palabras es que no se utilizan en la sociedad, nadie las dice, y de ese modo nos las quieren imponer y hacernos perder el tiempo, como ha apuntado Alfonso Guerra. No me parece que luchar por la igualdad consista en eso. Yo también quiero la igualdad, pero no por caminos tan frívolos. “¿Qué has hecho hoy por la Igualdad, ministra, has trabajado mucho?”. “Uy, no veas, cantidad. Quiero que se acepte “miembra”, porque también se aceptó “fistro”, creo. Esa ha sido mi lucha de hoy”. Gran currada, ministra. Un cerebro lleno de ideas. Ya somos iguales.
En su siguiente paso propone crear una biblioteca sólo con libros escritos por mujeres. La propuesta no es mala. Al fin y al cabo, se trata de la especialización. Una biblioteca sobre feminismo igual que podemos crear una biblioteca sólo de ensayo o sobre la infancia o sólo de autores en lengua inglesa. El problema, a mi juicio, es que con las ideas de Aído no se fomenta la igualdad, sino que se elige a la mujer por encima del hombre (aunque yo creo que la mujer es superior al hombre, lo cual nos aleja de la igualdad y ahora no viene al caso). Me temo que Bibiana Aído, además, no se explica bien. Es célebre por meter la gamba, e incluso sus colegas de partido tienen que darle toques de atención: ¿hay algo más desagradable que eso en política? No aclara del todo sus propuestas, con lo cual surge la polémica y al día siguiente le toca salir a la palestra para deshacer malentendidos. Luego está lo de la vestimenta de los “árabes o musulmanes”, que ha enfurecido a los musulmanes que viven en España. Dice la ministra que ellos visten a la manera occidental y, ellas, no. Tal vez si se diera una vuelta por mi barrio comprendería su metedura de pata. Los árabes no musulmanes visten como en su tierra, ni más ni menos. Pantalón, zapato y camisa. Los musulmanes que veo a diario por estas calles van con toda la maquinaria: túnica, chanclas y un bonete. Y la barba, casi hasta los pies. Que yo sepa ésa no es una vestimenta occidental. Además, se mete con otras culturas, con otras costumbres.
Creo que luchar por la igualdad consiste en otras cosas. En mi campo, creo que está claro. Mis amigos David González y Vicente Muñoz Álvarez, por ejemplo, contribuyen a ello. El primero publicó hace algunos años “La verdadera historia de los hombres”, antología de homenaje a las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, con poemas escritos sólo por mujeres (el mejor tributo a las víctimas es el que hagan otras mujeres). El segundo ultima estos días otra antología para Baile del Sol en el que recopila poemas de varias autoras. Es, supongo, la manera de mostrar y demostrarle al público que tenemos en España un buen número de escritoras contundentes y aguerridas, con los pies en la tierra y al margen de los circuitos comerciales. Porque, y eso es cierto, cuando uno repasa las antologías poéticas suele encontrarse con un gran número de hombres y pocas mujeres. Y aquí se trata de demostrar que hay muchas más, y muy válidas. Por ahí se empieza.

El extraño

Dado que a casi todo el mundo le apasiona el fútbol, y más ahora con esto de la Eurocopa, quizá se hayan preguntado cómo se siente un tipo a quien el fútbol no le interesa. No digo siempre, sino en estas finales y semifinales o como se llamen, cuando sólo hay clientes en los bares con televisión y, en los garitos sin ella, los camareros se quedan con las ganas de ver el partido y de tener alguien en la barra que haga gasto y les amenice la espera, hasta que termine la retransmisión y la gente salga a celebrarlo o a derramar lágrimas. Pues uno, en esas ocasiones, se siente habitante de una tierra extranjera: si no vas dando saltos de alegría ni le preguntas “¿Cómo van?” al primer desconocido con el que te topas ni te has puesto de capa una bandera, entonces no hablas su idioma. En la novela de Junot Díaz que recomendé hace poco, el narrador pregunta a su lector si quiere saber cómo se siente un X-Man, ya saben, un mutante de cómic. Para saberlo, dice: “(…) conviértete en un muchacho de color, inteligente y estudioso, en un gueto contemporáneo de Estados Unidos”. Y añade: “Es como si tuvieras alas de murciélago o un par de tentáculos creciéndote en el pecho”. Pues así me siento yo, oiga, cuando hay fútbol. Un extraño, un bicho raro. Que conste: no me estoy quejando. Me lo tomo con humor y esas situaciones tienen su gracia.
Se me ocurrió ir a tomar unas cañas el jueves pasado por la noche, por Huertas. Un colega que vive por y para el fútbol me dijo por teléfono que los bares iban a estar petados por el partido. Sí, sé que es difícil de creer, pero le pregunté: “¿Hay un partido hoy? ¿Y quién juega?”. No sé a qué vino la segunda pregunta. Debió de ser el calor, que trastorna. O igual lo pregunté por cumplir. Mi colega está tan acostumbrado a mi ignorancia en materia deportiva que ya ni le hace gracia, o no se asombra. En efecto, al salir por ahí vimos dos clases de bares. Vacíos y llenos. En los llenos había un televisor al fondo, gente alborotada coreando la euforia posterior a los goles y muchas banderas y trompetillas. En los vacíos no tenían televisión, ya se lo habrán imaginado; a veces veíamos a dos o tres personas solitarias, acodadas en la barra. Esos son de los míos, pensaba yo. Vimos un bar sin tele donde servían patatas bravas, así que entramos. Los camareros, en plena madurez y con cara de ser amantes del fútbol, escuchaban con desconsuelo el partido en una radio del tamaño de un móvil de última tecnología. No me hagan mucho caso, pero creo que envidiaban a sus vecinos, los del local de enfrente, y no por la clientela excesiva que poblaba el local, sino porque todos estaban viendo el partido. Ellos, en cambio, se conformaban con escucharlo, no había otro remedio: como la gente de antaño, los camioneros en ruta y los viajantes de comercio.
En algunas plazas topé con algo insólito, que no había visto jamás: inmigrantes que, por la calle, vendían banderas y banderines de España. Se las saben todas. Cuando llueve y sales del metro, siempre hay un par de tipos que venden paraguas. Cuando aprieta el calor, no es raro que aparezcan dos o tres vendedores que ofrecen gafas de sol. Cuando sales de un concierto, agotado y sediento, aparecen con refrescos. Cuando vas por Malasaña, antes de entrar a los garitos te ofrecen cervezas de lata. Durante el partido me pregunté qué ocurriría si, en ese instante, alguien sacara los tanques a la calle para dar un golpe de estado. Lo más seguro es que la gente dijera: “Bueno, espera a que acabe el partido y luego nos ocupamos de eso, que va ganando España”. Cuando terminó el fútbol intenté sonreír. Si caminaba con semblante serio corría el riesgo de que me tomaran por ruso y me calentaran el hocico a golpes.

viernes, junio 27, 2008

Portadas exquisitas


On the road, de Jack Kerouac. Traducida en España como En el camino. [Nota: existen cientos de portadas americanas de este libro mítico. Ésta, obra de Anna Moseeva, fue candidata al Penguin Design Award 2008. La contraportada es idéntica, pero con otras palabras encontradas en las páginas del libro. Se puede ver aquí]

Estupor y temblores, de Amélie Nothomb


En 140 páginas, Amélie Nothomb, autora de ascendencia belga pero nacida en Japón, retrata el mundo empresarial en general y la empresa nipona en particular. Durante un año, entra a trabajar en un edificio como traductora y acaba bajando escalafones hasta convertirse en la limpiadora vespertina de los servicios de señoras y caballeros de la planta en la que trabaja. Aunque Amélie se centra en las humillaciones que le imponen y en el rígido sistema de valores oriental, donde el trabajo es lo primero (Y descubrí algo muy importante: que en Japón la existencia es la empresa, escribe), creo que su recorrido en clave de humor es aplicable a lo que sucede en numerosas empresas de España, al menos en Madrid, donde los trabajadores son sometidos a exasperantes horarios de oficina sin tiempo que dedicar a sus vidas privadas. Ella se lo tomó con humor para sobrevivir a la experiencia y luego contarlo en un libro.

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De un mail de Carlos Salem rescato esta frase que me anoto y que me gusta bastante: sólo queda “Armarse de teclas y de birras y de unos pocos amigos que no salgan pitando al primer globo que se rompa y parezca un tiro”.

Skype

Christian Verdú, quien se ocupa de la gestión de contenidos digitales de Random House Mondadori en España, quiso convocar a unos cuantos autores para hacer una prueba piloto mediante el Skype. O sea, una entrevista on line que, una vez grabada y editada, se presentará en archivo de voz al grupo editorial, por si les gusta e interesa. De ser así, el archivo se colgará en mp3 en iTunes para que el personal pueda descargárselo, de manera gratuita, al iPod, al iPhone o al disco duro del ordenador. Tal propuesta sólo la aceptamos dos personas: David González y yo. Se trata de nuevas tecnologías y a la gente siempre le cuesta entender su funcionamiento y aceptar su inclusión en la vida cotidiana. A mí también me cuesta. De hecho, jamás había utilizado el Skype, y eso que lo tenía instalado en mi equipo. Pero de niño me enseñaron algo que jamás se me olvida: si no sabes, aprende. Y aprendí.
Primero explicaré cómo funciona, pues mucha gente aún desconoce este programa que le ahorraría un pastón en llamadas de teléfono (y no exagero), y luego pasaremos a la experiencia resultante del otro día y a la posible repercusión de este invento en el panorama literario. Las instrucciones son fáciles. Hay que descargarse el programa Skype; poniendo la palabra en Google se encuentra en seguida la página oficial. El archivo no llega a los cuatro megas, o sea, que ocupa muy poco espacio en el disco. Se instala. Luego hay que buscar por casa un micrófono. O aún mejor: unos cascos con auricular incorporado, como los que utilizan en las centralitas de teléfonos. Si no se tienen, se compran. Salen baratos. Después el usuario elige su nick y hace una llamada a otro internauta, de ordenador a ordenador y mediante el programa. No hay que marcar ningún número. Por ejemplo: David González me dijo cuál era su nick. Lo encontré con el buscador que incluye el programa y pinché en “Llamar”. Él aceptó la llamada y empezamos a hablar. Sé que es difícil de creer, pero no cuesta dinero (“de momento”, como puntualiza David). Puedes poner conferencias, tirarte horas hablando o crear un debate a tres o cuatro bandas, como hicimos gracias a Christian Verdú. Cuando nosotros estábamos ya charlando, Christian nos llamó a ambos. Así se desarrolló la entrevista, más parecida a una charla entre amigos. Cada uno en una punta (Gijón, Barcelona, Madrid), pero con un sonido tan claro que parecía que estábamos en la misma habitación. Sin gastar nada. Sin tener que desplazarnos. Estuvimos hablando durante unos cuarenta minutos, que supongo se reducirán en el montaje. Por mi parte, la experiencia fue agradable.
En las editoriales buscan cada día otras maneras de publicitar los libros mediante las nuevas tecnologías. Mondadori es una de las que va en cabeza, en España. Tiene su rincón en MySpace, encarga vídeos sobre sus títulos más sonados, pone en red las primeras páginas de algunos libros, etcétera. Si las entrevistas y promociones mediante Skype funcionan (y creo que lo harán, aunque no sé en qué plazo, dado lo reticentes que somos en este país a ponernos al día), veo a la mitad de los autores y editores preparando esas entrevistas sobre sus libros para luego colgarlas en la red. Es una manera ideal de promocionar un producto, de darlo a conocer. Es como una entrevista en la radio, pero sin gastar dinero. Es más fácil y accesible porque no tenemos que recurrir necesariamente a una emisora. Se puede colgar en la red y uno se la baja gratis. Y el entrevistador puede preparar un debate estando cada uno en una punta del país. No sé a ustedes, pero a mí me acomoda.

jueves, junio 26, 2008

Cazador blanco, corazón negro, de Peter Viertel


Llevaba años queriendo leer esta novela. La extraordinaria película que salió de ella (dirigida y protagonizada por Clint Eastwood) se cuenta entre mis favoritas de Eastwood, aunque mi lista de favoritas de Clint abarca unos 30 títulos. Peter Viertel escribió sobre la locura de los preparativos del rodaje de La reina de África, cuando John Wilson (John Huston camuflado con ese nombre) se empeñó en darle prioridad a la caza de un elefante antes que a la película. La novela de Viertel es una pequeña joya, especialmente en su reconstrucción de los diálogos y monólogos en los que está envuelto Huston/Wilson. Lecciones de vida y entusiasmo, puñetazos a lo establecido, rebeldía que tritura a todos los que le rodean y sufren sus apetencias de torturador psicológico. Lo mejor será que copie aquí un fragmento, que Viertel pone en boca de Wilson. Puedes imaginarte a Huston o puedes imaginarte a Eastwood. Un placer, en ambos casos, merced a la exacta prosa de Viertel:
Creo que hay dos maneras de vivir. Una consiste en arrastrarse, lamer culos e intentar agradar. Escribir finales felices, firmar los contratos que te ofrezcan a largo plazo. No correr nunca riesgos con nada. Pasar por la vida abrumado por las preocupaciones. Coger el tren y el barco. No volar nunca. No superar nunca los sesenta kilómetros por hora al volante, ni siquiera con neumáticos Life Guard. No salir nunca de Hollywood. Y ahorrar todo tu puto dinero. Ahorrar cada centavo que puedas. Para que cuando seas un cincuentón de aspecto saludable, mueras de un derrame cerebral porque lo que hubiera de salvaje en tu interior se te haya comido los músculos del corazón. Esa es una opción. Es agradable, cómoda y segura. Dormirás siempre en una cama limpia, y nunca enfermarás de sífilis, y tampoco crearás nada más allá de impecables e hipócritas personajes incapaces de proyectar sombra. La otra es la mía, o la que al menos he intentado que fuera la mía la mayor parte del tiempo. Al carajo con las consecuencias. Ande yo caliente, ríase la gente. Gástate el dinero. Vuela con Air France porque te sirven champaña. Rechaza contratos. Enfréntate al tío que puede cortarte el cuello y adula al pequeño hijo de puta indefenso que cuelga del hilo que tú manejas.

Trailer de RocknRolla


En su anterior película, Revólver, Guy Ritchie empezaba bien. Parecía un retorno a los tiempos de Lock & Stock y Snatch. Pero a medida que avanzaba el argumento te dabas cuenta de que el filme se le iba de las manos. Confundía, exasperaba. En su siguiente trabajo, a priori vuelve a hacer lo mismo (mafiosos y ladrones con mote, mucha caña y muchos tiroteos) de siempre. Esperemos que el resultado se acerque a Snatch y se aleje de Revólver (nunca tuve valor para tragarme Barridos por la marea). Trailer: aquí.

En estas cuatro paredes

Lo encontramos por internet.

Cincuenta metros cuadrados,
ningún pasillo
(lo que te provoca
no perder espacio),
luminoso
(tres ventanas
a dos patios interiores),
muebles de IKEA,
cama de matrimonio
(una delicia
después de meses
compartiendo
una cama de noventa).

Compramos una sartén,
una cazuela,
sábanas,
una cortina nueva
para el baño.

Llenamos el mueble
con libros,
el maletín de un juego de magia,
una gallina de madera,
un barquero
que anda si le das cuerda.

Una lámina de Van Gogh,
La Naranja Mecánica,
Chaplin,
Klimt.

Y poco después
el teléfono,
internet,
y hasta ahora,
que me doy cuenta
de lo vacío
que se queda
cuando tú no estás
y tengo que dormirme
cada noche
con el sonido de la radio
y el flexo
encendido.


Javier Das, en estas 4 paredes

El suceso

Me pregunto qué le ocurre al cineasta M. Night Shyamalan. De promesa del séptimo arte, de rompetaquillas y de mago del suspense ha pasado a ser alguien que decepciona al público y a la crítica. Mucho o poco, pero decepciona. Fui con bastantes expectativas a ver “El incidente”, penosa traducción del original, “The Happening”, expresión que se repite durante toda la película (en la versión en inglés) y que equivale a “el suceso” o “lo que está pasando”. Y salí pensando que, bueno, no estaba mal para matar hora y media de una tarde de domingo, pero el resultado final es flojo. La manera más sencilla de definirla es que estamos ante una película de gente que se tira de los tejados mientras otra gente corre para escapar del viento. Y ya está. No hay mucho más. Es una pena, porque su último largometraje contiene un par de momentos buenos, “marca Shyamalan”, como el habitáculo de una vieja medio loca o alguna de esas secuencias mediante las que el director sabe ponernos los pelos de punta.
No he visto las dos primeras obras de Shyamalan ni tengo intención de hacerlo. Empezó haciendo cine blando y luego se dio cuenta que lo suyo era otra cosa, algo a medio camino entre Steven Spielberg y Alfred Hitchcock. De ahí nace su primera maravilla: “El sexto sentido”, a la que sólo le encuentro una pega, y es que a mitad de película hay demasiadas pistas sobre lo que le ocurre de verdad al protagonista, Bruce Willis, de manera que uno se sabe el final una hora antes de que llegue. Un buen director suele conseguir que te den más miedo los actores que los fantasmas. Por eso, en “El sexto sentido” daba más miedo la cara del niño que las apariciones. También ocurre en el cine oriental de terror. Quienes de verdad te erizan el vello de la nuca son los niños de rostro blanco y las muchachas de cabellera negra, larga y espesa; quiero decir: los actores y sus caras y maquillajes, antes que los efectos digitales. Un año después Shyamalan hizo la que, para mí, es su obra maestra. Es una opinión muy personal, que no sé si alguien comparte. Me refiero a “El protegido”, otra traducción ridícula en relación al original, “Unbreakable”, referencia al cuerpo irrompible, inquebrantable, de su protagonista (de nuevo Bruce Willis). “El protegido” es una película perfecta sobre superhéroes. Un filme sobre héroes y villanos de cómic, pero sin disfraces ni mallas. Sólo pequeños apuntes: el chubasquero amarillo del protagonista, o el bastón de Don Cristal (Samuel L. Jackson), el antagonista, reverso tenebroso del bueno, nacido para ser enemigo quebradizo del superhombre. También me gustó “Señales”. Después de su estreno discutí con bastante gente que le negaba sus virtudes a la película. Pero creo que es eficaz. Al igual que “Unbreakable” es una peli de superhéroes sin parecerlo, “Señales” es una cinta de extraterrestres sin parecerlo. Quiere esto decir que el tal Shyamalan busca siempre otro modo de hacer las cosas.
A esas alturas ya sabíamos que el hindú nos ha acostumbrado al cine de trampa y cartón. Es lo que había en “El bosque”. Pero el artificio funcionaba. El batacazo llegó con “La joven del agua”, que a mí me pareció aburrida, un pan sin sal. Aunque tiene seguidores. Con “The Happening”, dice, ha querido orquestar una serie B de suspense y terror. Efectos clásicos y baratos, maquillajes y apenas efectos digitales. El problema es que la película no va más allá de lo que promete y anuncia. Insisto en que tiene sus momentos, y no me parece mala. Me parece floja, sin emoción. Los actores están desaprovechados y el guión contiene tantos huecos que uno no deja de plantearse un montón de preguntas que, por supuesto, no le responden.

miércoles, junio 25, 2008

Portadas exquisitas


Moral Relativism, de Steven Lukes. Inédito en España.

Bielastok o Lvov

En una ruinosa taberna al borde del camino
que apesta a vodka destilado en un pajar,
a cigarrillos de sémola que empalagan como el acre incienso
de una iglesia de pueblo, entre barriles de vino picado, aguado,
de pronto, las raídas y finas páginas de un devocionario,
y, sobre ellas, como flotando sobre toda esa fetidez,
la cabeza incorpórea de mi bisabuelo.

Embriagadas cacofonías, lagos de vómito,
océanos de obscenidades; los rostros
lascivos y picados de viruela de los campesinos
cuyo aliento cariado se coagula alrededor.
Y la violencia, una violencia brutal de escorpión,
sin más, sin objeto alguno, sin nada que ambicionar,
y, en medio, de nuevo los rezos, ese rostro atormentado,

su mirada desencajada, eso es todo lo que tengo
del lugar de donde vengo, la sangre de la que mana
mi propia sangre, y la escena ni siquiera es mía,
la obtuve de un poeta, el judío ruso luego
israelí Bialik, y de mi padre cuando hablaba
del padre de su padre agonizando en su miserable taberna,

enfrentándose, decía mi padre, a los furibundos cosacos,
pero mi padre fabulaba un poco, así que omito todo eso,
y comparto con el poeta sus antepasados, porque los míos
sólo querían olvidarse de su pasado de miseria
y pogromo, por eso no decían nada, como mucho
de dónde procedía alguien, un nombre perdido,

nada más, dejándome con menos raíces
que a un perro, sólo el padre del poeta
y la taberna de mi abuelo, esa pocilga,
como la llamó el poeta, abismo de silencio, añado yo,
y aquel alma, como la nieve, dijo el poeta,
con lágrimas de sangre, añadiría yo, para mí y los míos.


C. K. Williams, El canto

Citas. 87

¿Quieres saber de verdad cómo se siente un X-Man? Entonces conviértete en un muchacho de color, inteligente y estudioso, en un gueto contemporáneo de Estados Unidos. Mamma mia! Es como si tuvieras alas de murciélago o un par de tentáculos creciéndote en el pecho.
Junot Díaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao

Ni mejores ni peores

Basta que nos juntemos unos cuantos zamoranos para que la infancia salga a relucir y activemos el chip de abuelos cebolleta. Reconozco que me entretienen esas conversaciones de regreso al pasado. Recordar ciertas cosas refresca el tarro. La otra tarde salió, una vez más, el tema de Las Viñas, hoy territorio convertido en viviendas. Pero antaño fue tierra para los chavales. Y cuando digo tierra es porque no había nada más. Cuando uno decía que iba a Las Viñas, o quedaba con colegas en Las Viñas, se refería a esa cuesta repleta de arena, hierbajos y piedras, donde se jugaba mucho al fútbol. Un descampado, vaya. Muchos de los tipos de mi edad que merodeaban por allí eran mis compañeros de colegio y muchos de ellos son aún hoy algunos de mis mejores amigos. Por eso, cuando nos ponemos a hablar del pasado, tenemos en común los mismos bares, los mismos parques, las mismas zonas. De vez en cuando iba a verlos por Las Viñas. Algunas veces acabábamos por la zona de las Tres Cruces, justo en los soportales de al lado de las cruces de piedra. Iba a visitarlos, pero casi siempre jugaban al fútbol y a mí no me interesaba ese deporte (podría añadir “ni ningún otro”, pero estaría faltando a la verdad, porque sí me metí a practicar varios deportes y fracasé, como ya he contado aquí otras veces para ponerme yo mismo en ridículo). Y, dado que no me interesaba el fútbol, tampoco hacía mucho presentándome en la zona, salvo saludar a los compañeros de clase.
Mi zona estaba en el entorno de La Marina y sus parques. Igual me equivoco, pero tengo el recuerdo de que la gente con la que me movía entonces era más macarra o bandolera. Alguno que otro ya no vive para contarlo, d.e.p. También se jugaba al fútbol, pero menos. Me parece a mí que nuestros intereses, entonces, estaban en las bicicletas y en las chicas. Subirse a las bicis para hacer la cabra. Recorrer otros barrios mientras los ancianos nos abroncaban. A veces llegaba alguien con una revista pornográfica y mirábamos sus páginas con una mezcla de asombro, pudor y avidez. A veces se nos sentaba en un banco del parque algún viejillo solitario, a hacernos preguntas guarras. A veces recorríamos ese mismo parque de noche, con las bicicletas, para espantar y molestar a las parejas que se estaban dando trato carnal entre la hierba y los arbustos. Creo que lo hacíamos por envidia. Éramos demasiado críos para las mujeres y nuestra solución consistía en no dejar hacer a otros lo que a nosotros mismos nos era negado por la edad y por la naturaleza y por las circunstancias. En aquella arena hosca de la zona de La Marina aprendimos a despellejarnos las rodillas y a caernos de la bici y a rompernos los cuernos, algo que ya no les pasa a los niños porque los padres les ponen cascos, rodilleras y todo el tinglado incluso para subirlos al triciclo (no exagero: lo vi el otro día). En esa época hacíamos vida en la calle. No teníamos ordenadores, ni videojuegos, ni internet, ni móviles. Sólo libros, bicicletas e imaginación. Quedarse en casa no servía de mucho. Así que nos lanzábamos a la calle, a ser gamberros.
Había un par de barrios cuyas pandillas inspiraban respeto. Uno de ellos era Pinilla. Su evocación estremecía a unos cuantos. Quiero decir que nos estremecía a todos. Cuando oíamos en la misma frase las palabras “pelea” y “Pinilla” se nos subía el escroto a la garganta. Entonces era mejor evaporarse, regresar a casa. A veces, mis amigos me cuentan las historias de Las Viñas que no viví. Y yo les cuento algo de nuestras pandillas macarras del parque y aledaños. Lo contamos, simplemente. No eran tiempos mejores ni peores. Sólo eran muy diferentes.

martes, junio 24, 2008

Across the Universe: Edición Coleccionista


Recomendé en su momento esta maravilla. Un musical que ofrece un recorrido por los años sesenta a través de las canciones de The Beatles. El pelo largo, el amor libre, las protestas, Vietnam, el asesinato de Luther King, el magic bus, la psicodelia, la música... La aparición de un par de ediciones en dvd, cargados de jugosos extras, es una buena oportunidad para no perdérsela.

Sexografías, de Gabriela Wiener


En un país (España, claro) en el que la mayoría de reporteros y columnistas escriben sin que los textos se empapen de sus experiencias y sentimientos, como si los redactara un robot o el tendero de la esquina, ya sea por miedo a contar su vida o a desnudarse emocionalmente ante el público, se agradece el trabajo de alguien que sí se implica, que se mete hasta las cachas en el asunto y sale de una pieza para contarlo. Me refiero a la autora de estas crónicas (reunidas en el presente libro junto a otras breves piezas): Gabriela Wiener, poeta y periodista del gonzo.
Wiener, como hiciera el Doctor Hunter S. Thompson, nos narra las vidas de otras personas, y para hacerlo se deja la piel. Se involucra y, al mismo tiempo, habla de sí misma: de su cuerpo, de sus tetas llenas de leche después de dar a luz e irse a hacer un reportaje, de sus apetitos sexuales, de sus sentimientos. En estas crónicas la autora, nacida en Lima pero residente en Barcelona, se lanza a la piscina: visita una cárcel, conversa con transexuales y los acompaña al trabajo, entrevista a Nacho Vidal, convive con un hombre y sus seis esposas, prueba la ayahuasca, acude a un club de swingers y a una granja de cerdos... Para saber más sobre su estilo afilado y valiente, recomiendo entrar en su blog. Y luego leerse estas Sexografías (el prólogo es de Javier Calvo).
El libro se presenta este viernes, 27 de junio, a las 20:30 h., en la librería el Bandido doblemente armado de Madrid.

Este viernes, en Gijón


Será la única presentación en Asturias de ambos libros: En las tierras de Goliat y la antología La Venganza del Inca. Antología de poemas con cocaína. A las 22:00 h. en el XIZ bar. Con David González.

Gestos del César

Apareció sin avisar. O eso dicen en los periódicos: que irrumpió en el Congreso. Caminó entre el público y los periodistas con esos aires de grandeza que sólo se dan quienes se creen superiores. Saludando a la galería. A veces, con una mano, se atusaba la melena por encima de las orejas. Con sonrisa ligera. Pero el espectáculo grotesco estaba por llegar. Empezó al subir a la tribuna. Caminaba como lo haría un adolescente en la cumbre de su éxito. A saltitos. Y luego fue repartiendo besos, abrazos y bendiciones. A algunos sólo les tocaba en el antebrazo, como para bendecirlos con sus yemas. En plan César. A unos les estrechaba la mano con un apretón formal. A otros, en cambio, les chocaba esas cinco como hacen los raperos, los colegas de toda la vida y los tíos que se saludan en los bares. Ya sabes, con el puño hacia arriba. A dos o tres les puso los dedos encima de las manos, como saludaríamos a una abuelita. Hubo quienes se quedaron descompuestos sin su saludo: ni siquiera levantó la barbilla en señal de afecto. La mayoría (no todos, si se fijan bien) le enseñó su mejor sonrisa Profidén, su mejor rostro de Smithers babeando ante el Señor Burns aunque el Señor Burns no haga ni caso de su joven pelotillero enamorado.
He visto el vídeo varias veces y contiene mucha miga. El final es apoteósico. El hombre de la melena negra se acerca a Acebes. Se abrazan, se chocan esos cinco, juntan sus mejillas como si fueran a darse un beso, y con una de sus manos el protagonista del evento le propina un par de cachetes amistosos en la nuca. Dos collejas de colega, de aprecio, de camaradería. Antes de eso ha lucido sonrisa, la que saben reflejar a la perfección los grandes caricaturistas de este país. Al darse la vuelta le queda uno: Rajoy. La sonrisa se le borra del rostro, le da la mano con algo de frialdad, o al menos sin el apasionamiento de los segundos previos, y musita unas palabras que no alcanzamos a desvelar. Pero que, en lenguaje de gestos, y si lo ven ustedes otra vez, significa algo del estilo a: “¡Hasta luego, Lucas!”. Aznar tiene innumerables defectos, pero sabe hacer algo: dosificar sus gestos. Lo tiene todo medido de cara a la galería. Sabe cuándo quiere ser graciosillo, cuándo mostrar enfado, cuándo pasear su entusiasmo y cuándo transmitir su indiferencia. Luego le preguntaron los periodistas si estaba enfadado con Rajoy y dijo que no. Pero el gesto no alberga dudas. Imaginen que están ustedes en la barra de un bar. Que llegan tres de sus amigos. Al primero, usted le da un abrazo. Al segundo, dos besos en las mejillas, una palmada en la espalda y una frase de regalo: “¡Me alegro de verte!”. Y, al tercero, le quita la sonrisa que destinó a los otros dos y sólo le estrecha la mano durante un segundo y manteniendo las distancias. Esos gestos se notan.
En declaraciones anteriores a ese Congreso Popular Rajoy había dicho que su relación con Aznar era muy buena, pero no intensa. Y Aznar no pasa una. Aznar cree que no se puede llegar más lejos porque Bush le puso una mano en el hombro como si fuera un maestro jedi apoyando a su joven padawan. Y Aznar se lo tragó. De hecho, en su “entrada triunfal en el Congreso del PP” se daba demasiados aires de grandeza. Hay algo en su actitud que nos empuja a pensar que se cree un tipo más juvenil por haberse dejado esa melena chusca. Se creía un teenager en la noche del baile de graduación, se creía Tom Cruise entrando en el escenario en “Magnolia”, cuando saluda como si él fuera lo mejor del mundo. En fin, que siempre es un placer (por las carcajadas que comporta) ver de nuevo a Aznar, sus salidas de tono, su bigote ya blanco y casi borrado de la faz, su melena conservadora y todo el conjunto.

lunes, junio 23, 2008

Equivocado sobre Japón, de Peter Carey


Peter Carey regresa a Japón, pero esta vez para ver el país a través de los ojos de su hijo adolescente. Y, ¿qué es lo que muestran? El Japón de la actualidad, el más moderno, el que representan los manga, el anime de Takahata, Miyazaki y Kitakubo, el cine de Kitano, la electrónica, los locales de fast food... De este breve libro autobiográfico llama la atención que un padre (Carey) aprenda a degustar y a aceptar lo que motiva a su hijo (Charley), en lugar de apartar la mirada y dedicarse a otros menesteres, digamos, más adultos. Resulta interesante el choque entre Oriente y Occidente, que se pone de manifiesto en esas entrevistas del autor con los dibujantes de manga y directores de cine: ellos no entienden bien sus preguntas y él no comprende del todo sus respuestas. La mirada del extranjero siempre es gratificante en la literatura, porque el extranjero suele descubrir o encontrar ciertos aspectos que sus habitantes ya no ven, o miran de otro modo.

La pequeña muerte

Algún francés
de mal follar
dijo una vez
que el sexo era la pequeña muerte.

Y me temo que hablaba de su sexo.

Porque la pequeña muerte acecha
en lo pequeño
en el número de teléfono que nunca marcas
aunque debas
en las frases que no sueltas a tiempo
en el telediario de las tres de la tarde
en las noticias de las nueve
en la reseca estepa de los sueños
que más temes.

La pequeña muerte da mordiscos a tu amor
con sus diente de sibila
se desayuna tus ganas de bautizar las mañanas
se nutre de tus fracasos a mediodía
y por la noche te acuna con sus brazos
de autocompasión podrida.

La pequeña muerte
como un pequeño perro feroz y faldero
una piraña solitaria en tu pecera
un miedo enano que nunca te decides a pisar
ciertos olvidos que te inventas
para poder recordar sin consecuencias.

La pequeña muerte sabe
que cuando callas
tus palabras se cocinan en su sopa de saliva
sentencias hervidas o al vapor
condimentadas con la sal que ya no sudas
y crece sin contar las calorías.

Esa muerte de bolsillo
esa pequeña y mala puta con los ojos pintados de ironía
se pone sus mejores bragas
medias tentadoras
zapatos nuevos
y taconea siempre a dos metros de ti
para que puedas escuchar sus pasos
que te acusan y perdonan.
Está en la cola del súper
no paga el viaje en el metro
se cuela en todos los autobuses
y se conoce de memoria el horario tu tren
de cercanías.

Sabe todo lo que pierdes
lo que te aterra conquistar
lo que bosteza cuando quisieras gritar
y no te atreves.
La pequeña muerte cotidiana
avanzadilla de la muerte grande
muestra gratis de la nada
que habita en tu cama en tu cocina
en el atasco de las horas punta
en esas vacaciones que no alcanzan
en la mirada feroz de las vecinas
en los ojos de los otros
de todos los otros
en la tela de araña
de tus propias pupilas

Esa pequeña muerte que nos asesina
poco a poco
día a día
y que no puedes matar cuando la buscas
esa pequeña muerte predadora de migas
ese inocente canario que nunca desafina
esa muertecita de mierda
esa alimaña:
esa enjaulada mascota
que se llama
rutina.


Carlos Salem, cedido por el autor

107

Tras años de soñar con ello, por fin mi madre pudo reunir dinero para repararse la dentadura. Unos meses atrás me enseñó con una sonrisa uno de sus dientes, junto a los paletos, recién arreglado. Se había pulido una pasta, pero ya no se le caían a pedazos. El último viernes, justo antes de irse de viaje para un trabajo, se tropezó en la calle, se dio de morros contra el suelo y perdió ese diente. Lloró mucho. Se lo arreglaron de manera provisional, pero tendrá que reunir de nuevo el dinero para repararlo otra vez. De ahí, es mi único consuelo, al menos saldrá un relato. Un día de estos.

Bueno, bonito, barato

La otra noche, en vez de comprar kebab para llevar, decidimos comerlo dentro del garito. Del garito en el que sirven el mejor kebab que he probado nunca, muy cerca del piso. Así hay más opciones, dado que algunos platos no son para llevárselos a casa. Quizá por la hora o por el calor infernal de ese día, sólo encontramos a una pareja sentada a una de las mesas. Tras estudiar la carta vimos un plato apetecible que tenía casi de todo: cordero, arroz, pan pita, falafel (una especie de croqueta de garbanzos), patatas fritas, ensalada, queso feta, dolmadakaia (hojas de parra rellenas de arroz) y puede que algún ingrediente más. Hubo que pedir aparte el humus, ya que no lo incluía. El humus es una pasta de garbanzos aderezada con ajo, limón, aceite de oliva y pimentón. Le señalé una foto de la carta a uno de los tipos, pensando que eran platos individuales: “Dos Platos Mesopotamia”. Me miró: “¿Dos?”. Asentí. Fue a decírselo a otro de los dependientes (en estos locales, los camareros suelen ser también cocineros) y el moreno volvió de la cocina y me explicó que ese plato era para dos personas. Que deberíamos pedir uno, y no dos. “Dos mucho”, dijo. “¿Mucho?”. Asintió. Le dije que estaba de acuerdo. Un Mesopotamia para dos.
No hay muchas personas que, en un restaurante, te digan que te has pasado al pedir y recomienden menos cantidad. Salvo si les preguntas. Podía haber ganado más dinero, pero en cambio fue honesto. No le faltaba razón. Aquel plato gigante era para un regimiento. No ocurrió así el año pasado en un pequeño local de Estrasburgo, cuando pedí dos kebab grandes y fuimos incapaces de terminarlos. La mujer que me atendía no dijo nada. No me avisó. De haberlo hecho, tampoco sé si la hubiera entendido. Sé tanto de hablar francés como de fútbol (quizá aquí he exagerado: no sé nada de fútbol). Esta historia sobre la comida me ha recordado lo que alguien, no recuerdo quién, me contó hace unas semanas. Que en muchos restaurantes ya no está mal visto que quieras llevarte a casa las sobras de tu cena. Con amabilidad y comprensión, según parece, te las meten en un tupper y te lo llevas bajo el brazo. Para comer al día siguiente o para el perro. A mí me parece una gran idea. No se debe tirar la comida. Cuando veo tirar comida me duele el estómago: en mis años en Salamanca tenía siempre el dinero justo y apenas sabía cocinar, pasaba un poco de hambre y me alimentaba de arroz, macarrones, huevos y patatas. Cada vez que regresaba a casa, a Zamora, me comía hasta el mantel. El Mesopotamia de la otra noche costaba sólo diez euros.
De haberlo sabido, la última vez que estuvieron en Madrid mis colegas Alfonso X. Rabanal y Vicente Muñoz Álvarez (escritores que me recibieron muy bien en León), les hubiese llevado a este sitio. Porque recuerdo que, en una tarde soleada de domingo y con Lavapiés hasta los topes, fuimos a un hindú de menú sabroso, pero con camareros despistados en exceso. Nos pusieron una croqueta a cada uno y las cervezas que habíamos pedido. Nos entretuvimos hablando mientras los estómagos gemían de hambre y no nos dimos cuenta de que había pasado casi una hora sin que nos sirvieran el menú. Entonces uno de los camareros, que andaba de aquí para allá de guía para quienes entraban a comer, ante nuestra sorpresa nos retiró los cubiertos y los platos. Unos minutos después supimos que no iban a reponer el servicio, sino que se habían olvidado de nosotros. Conseguimos comer una hora después de entrar allí y de reclamar. Cuando al fin nos trajeron los platos, el tío de la mesa de al lado dijo: “¡Eh, oiga, que nosotros llevamos una hora y media esperando!”.

domingo, junio 22, 2008

Más carteles de The Spirit



El pozo

Algunas mañanas tienes la sensación de no salir jamás del pozo, ¿verdad? Abres los ojos, tratas de incorporarte y no sabes si presentar batalla o volverte a dormir, como al principio de “Pregúntale al polvo”, cuando Arturo Bandini (John Fante) debe escoger entre pagar al casero de la pensión que habita o marcharse: de momento, resuelve dormir otra vez. El pozo es distinto para cada uno. Puede ser lo que te pasa con esa chica que no te mira en el instituto. O con ese tipo que te gustaba y que sólo empieza a saber que existes cuando por fin te despuntan los senos. Puede ser ese muchacho de las barriadas que cada mañana sale de la chabola para ir a vender periódicos. Pero, en la mayoría de los casos, el pozo resulta más tenebroso o más escarpado cuando uno ya es adulto. El ring es el mundo y el boxeador que te utiliza de sparring es la vida. Y no creas que va ser fácil librarte de ella: su intención es machacarte la cara.
El pozo es la situación de ese individuo entre la espada y la pared: debe pagar lo que debe o lo echarán del piso en el que pasa sus noches. O la rutina de esa mujer negra que vimos en un documental yanqui: tiene dos trabajos para mantener a la familia y apenas se tiene en pie por echarle horas y no dormir. Sólo puede echar unas cabezadas en los asientos del bus que la lleva y la trae de casa al trabajo. El pozo significa no sólo lo malo, sino el intento imposible por cambiar las cosas. Ya conoces su funcionamiento: alguien se cae a un pozo e intenta trepar. Cuando lleva mediado un trecho, se resbala y se estampa contra el fondo. Pero vuelve a intentarlo. A veces vislumbra el borde y lo tiene a dos palmos de la mano. Entonces se cae. Es cuando un hombre (o una mujer) joven se enfrenta al quirófano por vez primera y ya ha oído las palabras del cirujano: “La única salida es operar”. Y se somete a la intervención, que tiene éxito, pero meses después siente dolor de nuevo y escucha esa palabra temida: recidiva. Aprende su significado, la busca en los diccionarios: “Reaparición de una enfermedad poco después del periodo de convalecencia”. Ahí lo tienes: creyó que había salido del pozo y volvió a caer. De vuelta al quirófano. Sucede cuando ese individuo, que estaba en rehabilitación y parecía escaparse de sus adicciones al alcohol y a las drogas, recae de repente y sin saber cómo y no hay dios que lo consiga sacar. Es ese pariente que se medica y cae una y otra vez en depresiones e intentos de suicidio. Hasta que logra matarse porque ya no puede luchar contra el pozo y entonces te llaman en la madrugada para anunciar su suicidio. El pozo es lo que vivió Raymond Carver en sus últimos tiempos. Tras años de alcoholismo y dolor, cuando por fin encontró a la mujer (Tess) que le ayudó a alcanzar una nueva vida y a limpiarse, le diagnosticaron un cáncer veloz que lo devoró.
El pozo supone luchar de continuo por un sueño (ni siquiera un sueño: sólo algo de salud y de felicidad) que tocas con los dedos, pero nunca agarras. Se evapora antes de parpadear. El pozo es ese abismo temporal en el que cae un vendedor ambulante. No vende mucho, pero cree que la próxima vez tendrá suerte. Empaqueta sus bártulos, viaja por carretera, se gasta su dinero en el transporte y en la licencia y en la comida y en la cena. Unos días después, ha sacado para una bolsa de pipas. Se ha gastado sus ahorros. Y no sabe cómo seguir adelante. El pozo es lo que le pasa a una madre divorciada que gana lo justo para sobrevivir en trabajos esporádicos. Ha logrado ahorrar algo para arreglarse, por fin, la dentadura que se le caía a trozos. Se gasta cuanto tiene. Pero por fin se ve bien. Soñaba con aquello. Unas semanas después, caminando por la calle, se tropieza y cae y se rompe dos dientes. Historias reales del pozo.

sábado, junio 21, 2008

Cartel del Joker



The Dark Knight

Citas. 86



Él era una historia, yo era un escritor, y esa era nuestra relación.

Peter Carey, Equivocado sobre Japón

Otro trailer de Burn After Reading



Pinchar aquí.

Opuestos

Tiene uno la sensación de que, en los puestos de trabajo de cara al público en los que hay más de una persona atendiendo a los clientes, los jefes se encargan de poner a uno que sabe y a otro que no, a uno amable y a otro furioso, a uno torpe y a otro diligente. Sólo es una sensación. Pero tampoco sería raro que el encargado de selección de personal, o quien sea, eligiera a dos personas con pareceres incompatibles y totalmente opuestos para ponerse detrás de ciertos mostradores.
Miren, por ejemplo, una tarde en la que entré en una librería buscando un título difícil de encontrar (difícil para mí: ignoraba si lo clasificaban como Ensayo, Sociología o Comunicación). El libro en cuestión era “Yakusa. Una investigación sobre la mafia japonesa”. Yo prefiero decirlo con zeta, o sea, “yakuza”. El caso es que me acerqué a un mostrador, detrás del que había dos mujeres: “Hola, estaba buscando un libro. ¿Tienen Yakusa?”. La primera se quedó perpleja, como si hablara yo en japo. La segunda dijo: “Sí, sé cuál es. Un libro sobre la mafia japonesa. Espera, que miro en el ordenador”. Luego le indicó a la otra en qué sección podría estar, pero no estaban seguras de si quedaba algún ejemplar. Acompañé a la primera hasta los anaqueles y la mujer, a pesar de haber oído nuestra conversación, me dijo: “¿Cómo se titulaba el libro?”, y yo contesté “Yakusa”. Y ella, a su vez: “¿Yo acuso?”. Y yo: “No, no, no. Yakusa. Yakusa. Es que lo han titulado así. Viene de yakuza, con zeta”. Ella: “Ah. Pues no lo veo”. Me costaba comprender cómo habían unido a alguien tan incompetente con alguien que quizá se las sabía todas. En plan poli bueno y poli malo. En Correos me sucede mucho. Casi siempre me toca la señora de malhumor. Suelo pedir un sobre para enviar un libro y, cuando pretendo rellenarlo con los datos del remitente y destinatario, suelta: “¡Por favor, póngase a un lado para que yo pueda atender a otras personas mientras usted lo rellena!”. Como si uno fuera a tardar un mes en poner cuatro malditas líneas breves. Así, la vez inesperada en que me toca un tío amable en el mostrador, trato de moverme deprisa, de escribir rápido y ponerme a un lado, pero el tío dice: “Tranquilo, tranquilo. Rellénalo sin prisa. Tómate tu tiempo”. Es decir, ¿qué hacen esas dos personas trabajando codo con codo? Puede que para ti tenga sentido; para mí no lo tiene.
La tarde en que fuimos a escoger la dichosa televisión nueva, la tele que va a suplir la vejez y la ceguera del antiguo aparato, vimos dos modelos juntos. Muy parecidos. No quedaban claras todas las diferencias entre ambos, y como uno no es ningún experto en estas cuestiones, le preguntamos al fulano de más edad si podía ayudarnos. “Mire, nos gustaría saber cuáles son las diferencias entre estas dos televisiones”. Y, ¿qué creen que respondió el nota? Pues respondió, próximo al bostezo y un poco hosco: “Bueno… La primera diferencia es que son de distintas marcas. Esta de aquí es LG, y la otra es Panasonic. Es la primera diferencia. Bueno… Una tiene más precio que la otra”. Me hubiera gustado darle una colleja. No me quedó claro si pensaba que éramos ciegos o si no tenía ni puñetera idea de hacer su trabajo. Añadió algunas vaguedades más: esta era un poco más grande que la otra. Dije que lo pensaríamos y, cuando se alejó, interceptamos a otro dependiente. Le hicimos la misma pregunta. Y desplegó su habilidad para la venta, su conocimiento del tema, enumeró las diferencias (las que no se veían a simple vista), e incluso dijo: “Yo compraría esta de aquí. Y es más barata”. Sonriendo. Lo que decía antes: poli bueno y poli malo.

viernes, junio 20, 2008

Buen tiempo, de Joe Matt



Desde que leí Pobre cabrón tengo mono de Joe Matt. La otra tarde topé por casualidad con Buen tiempo, otra de sus novelas gráficas, y decidí comprarla. No es tan salvaje como aquella, en la que contaba sus neuras y desventuras con las mujeres, pero así comprobamos que Matt (protagonista de ambos títulos) no ha cambiado desde la niñez. Maniático, obsesivo, mentiroso, propenso a las pataletas y a los berrinches, amante de los cómics y un poco cabroncete (la crueldad suele ser típica de la mayoría de los niños). Buen tiempo transcurre en un fin de semana de los 70 en el que se reflejan algunas constantes de la infancia: las bicicletas, los cómics, el cine de terror, las chicas, los gamberros y la rebeldía ante la familia. Guiones muy buenos y dibujos perfectos.

El Sufrimiento de Circe

Al final, hice que
Tu mujer me conociera como
Un dios haría, en su propia casa, en
Ítaca, una voz
Sin un cuerpo: ella
Paró de tejer, su cabeza se volvió
Primero a la derecha, luego a la izquierda
Aunque era por supuesto imposible
Identificar la procedencia
De ese sonido: dudo
Que vuelva a su telar
Con lo que ella sabe ahora. Cuando
La vuelvas a ver, dile
Que así es como se despide un dios:
Si estoy en su cabeza para siempre
Estoy en tu vida para siempre.


Louise Glück, La diferencia entre Pepsi y Coca Cola

Spanglish

Parece que a numerosos lectores norteamericanos no les ha gustado la costumbre del escritor dominicano afincado en USA, Junot Díaz, de utilizar el spanglish en sus libros. Cuando Gabi Martínez le preguntó cómo se había recibido su última obra, dijo: “Ante mi novela, entre los lectores anglófonos ha habido mucha hostilidad y algún apoyo. La hostilidad me asombra. Es como si algunos quisieran volver el reloj atrás, negar la realidad de que los hispanos son una parte importante de América. No hay nada que pueda hacer por esos durmientes. Sólo seguir trabajando”.
Una de las virtudes del título al que se refiere, la aclamada obra “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, premiada con el Pulitzer, es precisamente su apertura al lenguaje. Las páginas se contaminan, en el buen sentido, de expresiones y jerga utilizada por los latinos que viven en Estados Unidos y que han adoptado palabras inglesas pero adaptándolas a su propio ritmo y a su manera de escribirlas. Ejemplos: bróder (por “brother” o “hermano”), fokin (por “fucking” o “joder”), nerdo (por “nerd” o “friki”). Quizá el spanglish hablado en las calles suene mal, no lo sé. Pero en los libros de Junot Díaz enriquece a los personajes y a las historias, dado que uno no sólo aprende expresiones que desconocía, sino que ese empleo supone un reflejo de la realidad, de lo que se vive en los barrios de EE.UU. poblados por hispanos. Tal vez a esos lectores que menciona Díaz se les haya atragantado un hecho rotundo que se niegan a aceptar: lo latino crece a pasos de Polifemo. Lo latino está de moda: las canciones, los actores, las telenovelas, los escritores. No sé si en España se aceptará bien el spanglish de Junot Díaz. Tenemos un problema de base, que ya me canso de explicar a la gente. Y es que no sabemos la cantidad de palabras en español que utilizan los personajes de las películas norteamericanas. Y lo hacen porque son un reflejo de la realidad. A alguna gente en España le molesta que adoptemos términos anglosajones, y desconocen que en los USA ellos hacen lo mismo, pero al revés: adoptan lo hispano. Esa es una de las razones por las que siempre insisto en ver el cine en versión original subtitulada, para que el doblaje no me robe la verdad, es decir, que cuando sale en pantalla Brad Pitt en “The Mexican”, o Tommy Lee Jones en varias de sus películas, o muchos de los personajes de “Traffic”, emplean un montón de palabras en español. Y eso es intraducible. Aquí conviene evocar un ejemplo célebre. En “Pulp Fiction”, Butch (Bruce Willis) enseña frases en castellano a Fabienne (María de Medeiros) mientras están en una habitación. En el doblaje no le enseña español, para no liar a los espectadores, sino portugués, lo cual se convierte casi en una burla porque Medeiros es portuguesa. Años atrás me sentó mal que tradujeran “Don Quijote” al spanglish, pero es porque Cervantes pierde demasiado en otros idiomas.
Algunas evidencias son innegables. Y una de ellas es que el lenguaje muta, se transforma, sale de las escuelas y cae en las calles y en los bares y el pueblo lo malea y lo cambia a su antojo y acorde con sus necesidades. Por eso (y por otras razones, entre ellas el dominio narrativo, la fluidez de la prosa y la naturalidad para mezclar la historia y la cultura nerd) disfruté con “Drown (Los boys)” y con “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”. Aprender jerga nos enriquece como lectores y ciudadanos del mundo. Ojo, eso no significa que esté de acuerdo con chorradas de la índole de “miembras” y otros dislates de lo políticamente correcto. “Miembras” no se utiliza en la calle ni en ningún sitio. Es algo forzado, y lo forzado no encaja en lo que digo.

Portadas exquisitas


The Red Passport, libro de relatos de Katherine Shonk. Inédito en España.

jueves, junio 19, 2008

La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz


Un par de años atrás David González, uno de los lectores más voraces que conozco, me descubrió Drown (Los boys), de Junot Díaz. Una maravilla, así que esperaba con ansia su segundo libro, que ha tardado siglos en escribir. Y no me ha defraudado, sino que Díaz eleva el listón.
Óscar vive en Nueva Jersey con su familia y carece de la virilidad del dominicano medio. Es un nerd, un chaval gordo, con gafas y bastante loser. A través de su historia y la de su hermana, sus padres y sus abuelos, con saltos en el tiempo y varios narradores, Junot Díaz lleva al lector por las calles de Santo Domingo y Nueva Jersey desde los años 40 hasta mediados de los 90. Eso incluye adentrarse en la dictadura de Trujillo, a quien el narrador compara con el Ojo de Sauron. Incluye un tema que ya obsesionaba a Díaz: la condición del inmigrante, su desarraigo allá donde vaya y la necesidad interior de querer estar siempre en otro sitio. A Óscar lo llaman Óscar Wao como burla a la pronunciación de Oscar Wilde en dominicano. Óscar es el tío más obsesionado del mundo con las mujeres, pero no se come un rosco. Se enamora en cada esquina y cree que morirá virgen. Su familia sufrió la dictadura del trujillato, y sabe que arrastra una maldición (el fukú).
La novela está plagada de referencias al cómic, al cine y la televisión, a la literatura de fantasía y ciencia ficción, a los videojuegos: Dune, X-Men, Solomon Grundy, Sauron, El Señor de los Anillos, Ballard, los jedi, Star Trek, Jim Kelly, las Crónicas de la Dragonlance, Spiderman, Los Cuatro Fantásticos... A pesar del conocimiento que tenga uno de esa cultura, es necesario leer el libro con Google a mano. Son tantas las referencias y guiños utilizados que, cuando en el futuro hagan ediciones críticas de la novela, con notas al pie y diccionario, doblarán el número de páginas.
La jerga que emplea Díaz, basada en el spanglish, enriquece la lectura (y hay que quitarse el sombrero ante la labor de Achy Obejas, su traductora): jabao, fly bachatero, papichulo, fokin, jevas, pariguayo, jonronero, rapar, panas, tetatorio...
Sin más rollos, vamos con un fragmento (recomiendo leer esta entrevista que Gabi Martínez le hizo a Díaz):
¿Qué podía decir Óscar? ¿Que la culpa era de Sauron? ¡El tipo pesaba 307 libras, por amor de Dios! ¡Hablaba como una computadora de Star Trek! Pero la verdadera tragedia era que nunca conocí a alguien que tanto hubiera querido estar con una muchacha. A me gustaban las jevas, pero nadie, y quiero decir nadie, estaba tan metío con ellas como Óscar. Para él eran el principio y el fin, el Alfa y Omega, DC y Marvel. El tipo estaba tan enviciado que ni siquiera podía ver una jevita linda sin ponerse a temblar. Se enamoraba por nada -sólo en el primer trimestre, estuvo en el nivel de asfixie con al menos 24 jevitas diferentes. Por supuesto que nunca llegó a nada. ¿Cómo iba a llegar? ¡La idea de Óscar de cómo se enamoraba a una jevita era hablarle de juegos de rol! ¿Qué locura es ésa? (Mi momento favorito fue un día en la guagua de la línea E cuando le dijo a una morena que estaba buenísima, ¡Si estuvieras en mi juego te daría dieciocho puntos de carisma!)

Otro cartel de Transsiberian


Dirige Brad Anderson (El maquinista). A priori, promete.

Próxima parada: Logroño


Viernes, 20 de junio. Presentación de Resaca / Hank Over.
Con Lucas Rodríguez, Nacho Escuín y Patxi Irurzun.
A las 19:30 h. Edificio La Gota de Leche
C/ Once de junio, 2. Logroño

Cansancio en junio

Noto cansancio general en la gente de mi entorno, tanto en los ambientes literarios como en otros oficios. Es normal. Junio es un mes que agota. Un mes de transición, el último peldaño hacia el verano y el final de temporada, cuando nos obstinamos en mirar el calendario, deseando que los días pasen con menos lentitud y lleguemos cuanto antes a los descansos, las vacaciones, las salidas por ahí, las noches apacibles tomando Coca-Cola en una terraza. Cuando éramos estudiantes no veíamos el momento de terminar el curso. Los exámenes finales, la presión durante el estudio, los planes para julio, la previsión de ingreso en las academias para recibir clases particulares, las golondrinas volando libres en el patio del colegio o del instituto que a nosotros nos parecía cárcel. Todo aquello se nos subía a los hombros y el peso se hacía intolerable. Pasan los años y luego la gente descubre que es peor: ya no hay exámenes, pero deben afrontarse gastos, hipotecas, puñaladas en el trabajo, hijos, horas extras que nadie remunera… En fin, ya te sabes el cuento.
Unos días atrás escribíamos aquí sobre la necesidad de aguantar, porque empezaba a hacer buen tiempo y el verano estaba a un paso. Escribí el artículo con uno o dos días de antelación. Por supuesto, para afearme la columna, el día en que se publicó cayeron chuzos de punta. Lluvia, frío, viento. Al menos en Madrid, no sé en Zamora. Una de estas mañanas el clima nos volvió locos. El sol anunciaba un día espléndido. Se notaba calor. Un rato más tarde se nubló. Tuve que salir a hacer unos recados y, como desde la ventana creí que hacía fresco, me puse la chaqueta. Unos minutos después cambió el tiempo. Volvió a hacer calor y, a medio recado, ya estaba hecho una sopa por el bochorno. De regreso a casa iba a quitarme la chupa, pero entonces las nubes empezaron a mearse y me mojé en los últimos tramos. Creo que es por esos cambios por los que tantas personas pillan resfriados en junio. Si sales abrigado, hará calor. Si sales “a cuerpo” (como dice mi madre), hará frío. En ambos casos, es posible que llueva. Volviendo al principio, estos días, cuando contacto con algunos amigos y conocidos, casi todos me cuentan que están cansados. Para otra gente, en cambio, el inicio del verano significa el principio del trabajo. Me refiero a quienes, al entrar en julio o incluso ya en junio, tienen que dedicarse a diversos oficios: camareros en garitos de playa, monitores de campamento, socorristas, personal que empieza trabajos temporales en ciudades del extranjero… No lo tienen fácil.
Al cansancio suele sumarse, al menos en mi caso y creo que en el de mucha gente, la nula posibilidad de cambiar de aires. Desde Semana Santa sólo he hecho un viaje: un día en León. Entre visitas, eventos, compromisos y demás no he podido viajar a mi tierra desde entonces. Escaparse de la ciudad en la que vives aunque sea por un par de días es el remedio más relajante que hay para la cabeza. No sé si reconoceré Zamora cuando, en breve, pueda acercarme por allí. Y no lo digo en broma. Es una ciudad que muta más deprisa de lo que creemos, aunque para quienes viven allí no lo parezca. Se inauguran muchos negocios que quiebran a las pocas semanas. Pero vuelven a abrir otros nuevos. Cada poco tiempo hay obras en el pavimento, edificios que derriban, proyectos de remodelación urbana, cambios en el orden circulatorio y cosas así. Supongo que estas cuestiones se notan más desde fuera. Es como cuando, en la infancia, los parientes lejanos señalaban lo mucho que habíamos crecido durante el invierno: en casa nadie lo notaba.

miércoles, junio 18, 2008

Trailer de El curioso caso de Benjamin Button





Basada en el relato de F. Scott Fitzgerald, que cuenta la historia de un hombre que recorre el camino inverso en el tiempo: de bebé es un viejo y rejuvenece a medida que cumple años. Es una de las películas más esperadas de este año. Con Brad Pitt y Cate Blanchett. Dirige David Fincher. Trailer: aquí.

Cartel de Burn After Reading


Citas. 85



Costaba ser un buen católico, costaba mucho, y por eso yo había abandonado la Iglesia. Para ser un buen católico tenías que abrirte paso entre el gentío para ayudarle a Él a cargar con la cruz.
John Fante, Llenos de vida

Rediseño

Me parece que hoy es el día elegido para la nueva oleada de cambios en el diseño de MySpace. Un lavado de cara total, como suele decirse. No sé dónde he leído que Facebook ya le estaba comiendo terreno. Según leo en los periódicos digitales, los responsables de MySpace cambiarán “la página de inicio del sitio, la navegación, la edición de perfiles, las búsquedas y MySpace TV”. A mí me gusta MySpace porque hace tiempo un amigo me dijo cómo utilizar la página. Me explico: para él, por ejemplo, era una herramienta primordial para ponerse al día de las bandas de música actuales. El internauta entra en el portal del espacio de cierto grupo de pop y puede explorar sus influencias o las bandas y cantautores que dicho grupo ha añadido como “amigos”. A partir de ahí se tira del hilo y uno va descubriendo toda esa música que no sale en “Los cuarenta principales” ni en otras emisoras que usan la fórmula comercial. Por lo que he visto hasta ahora (pero no soy ningún experto, así que podría estar equivocado), en los comentarios que hacen los usuarios en el foro de cada página de MySpace no hay mal rollo. No hay insultos, ni injurias, ni descalificaciones, ni ataques anónimos. Tan sólo gente que comparte sus gustos y que se hace un poco de publicidad de portal en portal. Las bandas anuncian las fechas y los lugares de sus próximos conciertos y no hay anónimos que rieguen el foro de mala baba. Supongo que es porque, para colgar un mensaje, el propietario del portal debe añadirte como amigo y sólo lo hará si al navegar por tu página cumples ciertos requisitos o no eres un impostor. Por ejemplo, a mí una vez me la colaron con una página de spam de sexo. Desde entonces, cada vez que alguien me pide que lo incorpore a mi lista reviso su página para cerciorarme de que no se trata de spam o de algún chalado.
Me gusta MySpace porque brinda esa posibilidad de encuentro y descubrimiento de gente con gustos afines, pero necesita un lavado de imagen porque, como me dijo un colega informático una noche que comentábamos las ventajas e inconvenientes de esta red social, el diseño es horrible. Es una página confusa, y al tío que la visita por primera vez se le antoja un lío. No sabe muy bien qué cuentan allí ni para qué sirve. Ya sé que cada uno puede elegir el diseño personal de su página, pero el modelo es parecido en todos los casos. Es más, aquel colega me dijo que los informáticos odian el diseño de MySpace porque les parece horrendo. La estética es importante, claro, pero prima la funcionalidad. Y en MySpace hay alojadas miles y miles de personas.
Entre los peligros de MySpace, según contaron hace tiempo en las noticias, está el de los pederastas que acosan a las adolescentes. Según las estadísticas, hay unos veintinueve mil perturbados o delincuentes sexuales registrados en estos portales. Si de MySpace controlo algo (no mucho), de otras redes sociales como Facebook no tengo ni idea. Cada vez que en los portales en los que estoy alojado cambian el diseño o incorporan nuevas funcionalidades, me entra una pereza terrible. Porque supone adaptarse y esa adaptación lleva un tiempo. En algunas páginas, o te adaptas a los cambios o tu portal termina siendo inservible. Algo por el estilo me ocurrió con Blogspot. Pusieron todo el sistema de etiquetas y otros cambios menores y sólo te daban una opción: adaptarte. Espero que, con MySpace, no me lleve tanto tiempo amoldar la página a los cambios. Lo peor de estas herramientas es que, en España, aún quedan miles de personas que no saben ni que existen. Seguro que si a mi familia le nombro MySpace alguien me va a responder: “¿Mande?”.

Cyd Charisse (1921 - 2008)


martes, junio 17, 2008

Cartel de Vicky Cristina Barcelona


Portadas exquisitas


Escape From Alcatraz, de J. Campbell Bruce. Inédito en España.

Yakuza. Una investigación sobre la mafia japonesa, de Jérome Pierrat y Alexandre Sargos


Lo han titulado Yakusa, pero yo prefiero el término antiguo: Yakuza. Pierrat y Sargos realizan un competente trabajo sobre la mafia de Japón, para lo cual han investigado mucho y conversado con algunos de estos gángsters. Tatuajes, meñiques cortados, códigos de honor, tradiciones, negocios clandestinos... Todo eso se repasa aquí. El libro es bueno, aunque me hubiera gustado que se incluyera el "making of", por así decirlo: o sea, cómo llevaron a cabo la investigación, las dificultades que tuvieron y cómo lograron que los yakuza se abrieran a ellos. Vamos con un fragmento:
La técnica de ejecución tradicional consiste en enviar a tres hombres: un motorista, un asesino y un confirmador. Se suelen repartir en dos vehículos, una moto y un coche. El asesino va con el motorista, mientras que el confirmador va en el coche y puede tener dos funciones: la primera es supervisar el trabajo del teppodama. En otros tiempos lo remataba en caso de que el primero fallara, pero ya no se hace. En la actulidad hay una diferencia sutil, y es que su segundo papel consiste en sustituir al asesino si lo matan antes de dar en el blanco. El teppodama se sacrifica para cumplir con su deber.

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Uno de los entretenimientos favoritos de la gente en mi ciudad es inventar historias, falsear la realidad. De vez en cuando me llegan esos rumores. El último dice que soy un yonqui de pelo largo que vaga por Zamora a punto de caerse. Me declaro yonqui de la literatura, pero me parece que el inventor de esa leyenda y yo no coincidimos. Mientras otros piensan que aún vivo allí y que recorro la ciudad como un fantasma en pos de drogas, aquí sigo, en Madrid, luchando a brazo partido contra las teclas, leyendo cuanto puedo y riéndome del patético esfuerzo de esos inventores de bulos.

El convite

Me invitan a una boda. Una boda de ricos, de gente con títulos nobiliarios. Me pongo el traje, el único que tengo. Al menos conservo dos corbatas distintas, por aquello de cambiar. Hace meses que no me cortan el pelo porque hace meses que no voy a Zamora y, por tanto, no puedo acudir a mi peluquería de cabecera. Me miro al espejo antes de salir de casa. Con el cabello tan largo y el traje parezco un gitano que va a cantar flamenco. Renuncio a entrar en la iglesia. Durante la ceremonia voy con dos amigos al bar de la esquina. Hay un partido de fútbol. Desde lejos se sabe quién soy yo: el único tipo que está de espaldas a la televisión.
El convite se celebra en un club de campo, a las afueras de la ciudad. Tenemos que ir en coche. Veo jardines, campos de golf y de tiro, vegetación frondosa, valles y colinas, fuentes de lujo y coches de millonarios. Antes de entrar en la casa me siento como si me acercara a la mansión Playboy. Busco a Hugh Hefner con la mirada. En cuanto entro y veo a los ricos, casi todos en torno a los setenta, y apenas un puñado de jóvenes, creo estar dentro de una novela de F. Scott Fitzgerald. Pero yo no soy uno de ellos. Hay un cóctel previo a la cena. Sirven lo habitual: refrescos, cervezas, vino tinto. Pero con un añadido que no he visto en otras bodas: dos hombres preparan mojitos en una mesa. Estamos al aire libre y no estoy cómodo. No pego ni con cola. Pero hay una receta infalible para soportar estas ceremonias: emborracharse. No comemos muchos canapés, pensando en la sucesión interminable de platos que servirán luego. Pero no es así. La carta incluye un entrante (tres langostinos con una cucharada de arroz) y un plato (dos filetes pequeños con guarnición). Y el postre. Nos quedamos con hambre. Nadie nos pregunta si queremos repetir. En cambio, hay bebidas alcohólicas de sobra: cerveza, vino tinto, vino blanco, champán, las copas de la barra libre. Descubro que, en efecto, es igual que en las historias de Fitzgerald, “El gran Gatsby” o “Suave es la noche”: los ricos beben mucho y comen poco. Por eso se pillan esos ciegos. El camarero que nos toca es un señor que se molesta cada vez que le pedimos algo. Pedirle un vaso con hielo para el café le pone de mala leche. Cree que le tomamos el pelo.
Vamos a la barra. Por allí hay macetas y plantas para gigantes, retratos del Rey, colmillos de elefante, cabezas de ciervo, cientos de trofeos, sofás y estanterías que cobijan libros antiguos. Estoy seguro de que los libros son atrezzo. Ya sabes: cartón hueco, para aparentar. Descubro que las mujeres de los ricos se aburren y por eso se desmelenan. A un amigo y a mí, los únicos varones de la fiesta con pelo largo, nos invitan a bailar en un corro de señoras. Diez o doce señoras entre los cincuenta y los setenta y nosotros dos allí, bailando lo que nos pongan. Es lo mejor del día: me agrada ver a gente mayor con marcha en el cuerpo. Luego se cansan y se sientan. Le digo a una señora, para halagarla: “Vamos, chicas, hay que seguir bailando”. Me responde: “Lo de chicas es por Las Chicas de Oro, ¿no?”. Hacía años que no me daban un corte tan bueno. Dado que todo el mundo ha comido poco y ha bebido mucho, la resaca del día siguiente será espantosa, terrible, un paseo por los infiernos. No conseguimos que el novio baile o se desmelene. No conseguimos que no echen el cierre a las dos de la mañana. No consigo entender qué hago yo allí. Pero disfruto de la juerga y la novia está muy guapa. No pertenezco a ese mundo. Prefiero mi mundo, que no es tan estirado, que no se refugia tanto en las apariencias. Prefiero las bodas de la clase trabajadora, donde prima el entusiasmo de vivir antes que el boato.