sábado, junio 21, 2008

Opuestos

Tiene uno la sensación de que, en los puestos de trabajo de cara al público en los que hay más de una persona atendiendo a los clientes, los jefes se encargan de poner a uno que sabe y a otro que no, a uno amable y a otro furioso, a uno torpe y a otro diligente. Sólo es una sensación. Pero tampoco sería raro que el encargado de selección de personal, o quien sea, eligiera a dos personas con pareceres incompatibles y totalmente opuestos para ponerse detrás de ciertos mostradores.
Miren, por ejemplo, una tarde en la que entré en una librería buscando un título difícil de encontrar (difícil para mí: ignoraba si lo clasificaban como Ensayo, Sociología o Comunicación). El libro en cuestión era “Yakusa. Una investigación sobre la mafia japonesa”. Yo prefiero decirlo con zeta, o sea, “yakuza”. El caso es que me acerqué a un mostrador, detrás del que había dos mujeres: “Hola, estaba buscando un libro. ¿Tienen Yakusa?”. La primera se quedó perpleja, como si hablara yo en japo. La segunda dijo: “Sí, sé cuál es. Un libro sobre la mafia japonesa. Espera, que miro en el ordenador”. Luego le indicó a la otra en qué sección podría estar, pero no estaban seguras de si quedaba algún ejemplar. Acompañé a la primera hasta los anaqueles y la mujer, a pesar de haber oído nuestra conversación, me dijo: “¿Cómo se titulaba el libro?”, y yo contesté “Yakusa”. Y ella, a su vez: “¿Yo acuso?”. Y yo: “No, no, no. Yakusa. Yakusa. Es que lo han titulado así. Viene de yakuza, con zeta”. Ella: “Ah. Pues no lo veo”. Me costaba comprender cómo habían unido a alguien tan incompetente con alguien que quizá se las sabía todas. En plan poli bueno y poli malo. En Correos me sucede mucho. Casi siempre me toca la señora de malhumor. Suelo pedir un sobre para enviar un libro y, cuando pretendo rellenarlo con los datos del remitente y destinatario, suelta: “¡Por favor, póngase a un lado para que yo pueda atender a otras personas mientras usted lo rellena!”. Como si uno fuera a tardar un mes en poner cuatro malditas líneas breves. Así, la vez inesperada en que me toca un tío amable en el mostrador, trato de moverme deprisa, de escribir rápido y ponerme a un lado, pero el tío dice: “Tranquilo, tranquilo. Rellénalo sin prisa. Tómate tu tiempo”. Es decir, ¿qué hacen esas dos personas trabajando codo con codo? Puede que para ti tenga sentido; para mí no lo tiene.
La tarde en que fuimos a escoger la dichosa televisión nueva, la tele que va a suplir la vejez y la ceguera del antiguo aparato, vimos dos modelos juntos. Muy parecidos. No quedaban claras todas las diferencias entre ambos, y como uno no es ningún experto en estas cuestiones, le preguntamos al fulano de más edad si podía ayudarnos. “Mire, nos gustaría saber cuáles son las diferencias entre estas dos televisiones”. Y, ¿qué creen que respondió el nota? Pues respondió, próximo al bostezo y un poco hosco: “Bueno… La primera diferencia es que son de distintas marcas. Esta de aquí es LG, y la otra es Panasonic. Es la primera diferencia. Bueno… Una tiene más precio que la otra”. Me hubiera gustado darle una colleja. No me quedó claro si pensaba que éramos ciegos o si no tenía ni puñetera idea de hacer su trabajo. Añadió algunas vaguedades más: esta era un poco más grande que la otra. Dije que lo pensaríamos y, cuando se alejó, interceptamos a otro dependiente. Le hicimos la misma pregunta. Y desplegó su habilidad para la venta, su conocimiento del tema, enumeró las diferencias (las que no se veían a simple vista), e incluso dijo: “Yo compraría esta de aquí. Y es más barata”. Sonriendo. Lo que decía antes: poli bueno y poli malo.