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viernes, octubre 31, 2008
El puente desafinado. Baladas de Nueva York, de Harkaitz Cano
Tras pasar una temporada en Nueva York es difícil que tu vida no quede para siempre empapada de esa ciudad. Pero no quisiera ponerme pedante: la gente no se enamora de las ciudades, la gente se enamora de las personas. Suscribiría esa frase sin dudarlo, y de ninguna manera la contraria.
[En el artículo de abajo, o aquí, hablo un poco más de este recomendable libro de crónicas, que nos introduce en la vida cotidiana del extranjero español en Nueva York]
Algunas anécdotas curiosas
Hablábamos en el artículo del miércoles pasado de Nueva York y de algunos españoles. Cité, entre otros nombres, los de Harkaitz Cano y Julio Valdeón. El primero en viaje de paso y el segundo afincado allí. Todo son casualidades, porque Julio publica esta semana nueva novela, “Verónica” (y lo supe después de enviar la columna). Y acabo de leer uno de los libros que mencioné, el de Harkaitz: “El puente desafinado. Baladas de Nueva York”. Y algunas de las anécdotas de Harkaitz no son muy distintas de las que contaba Julio en su ya desaparecido blog, aquel “Spleen de Nueva York” que entonces seguíamos a diario. Lo cual significa dos cosas: que Nueva York es una ciudad tan extraña y extraordinaria como cuentan y que a todos los que van allí les suceden historias parecidas. En el primer apartamento de Harkaitz había un ratón que se colaba por una grieta de la cocina, hacía ruido por las noches y husmeaba en el cubo de la basura. A Julio se le metió una rata en su primer piso y la bautizó maliciosa y certeramente como “Gonzala” (y yo sé lo que me digo). Esto significa que los pisos llenos de cochambre que los recién llegados alquilan son generosos en inquilinos inesperados, en sustos nocturnos y en conexiones con el submundo. Léase al respecto el libro “Ratas”, de Robert Sullivan. Julio solía fumar pitillos en su piso. Cuando el casero entraba, su nariz insistía en descifrar el aroma del tabaco en el aire. Suelen enfurecerse, los dueños. Harkaitz cuenta en sus crónicas que, si el casero huele algún rastro de humo en tu ropa antes de alquilarte el apartamento, ya no hay trato. En ambos casos, la mirada no era muy distinta: la mirada saludable del español recién llegado.
Respecto al libro de Harkaitz, he conocido varias historias curiosas que ignoraba. En una de las crónicas o baladas, menciona “Cuernos de espuma”, película sobre drag-queens en Nueva York. No la he visto, pero recordaba el título. Busqué en IMDb. Allí aparecía el nombre del director: el español Manuel Toledano. Me extrañó que sólo hubiera rodado esa cinta. Luego me fijé en la fecha de nacimiento: del setenta y cuatro, algo más pequeño que yo. Y debajo estaba la fecha de la muerte: en junio del año pasado. Me quedé de piedra. No recuerdo haber leído la noticia. Y a veces ocurre: que los medios ensalzan a unos y silencian a otros. Me metí en Google y encontré un reportaje publicado en El País Semanal sobre Toledano (lo firma Rafael Ruiz). Allí contaban la historia. Toledano rodó el filme en inglés. Tenía veinticuatro años cuando se estrenó, si los datos de IMDb son correctos. Luego estuvo tratando de sacar adelante varios proyectos. Estaba preparando el musical “El lunes puede esperar” cuando murió de un paro cardiaco. Harkaitz Cano cuenta en el libro que dos de los protagonistas, tras el rodaje de “Cuernos de espuma”, asesinaron a su camello, trocearon su cuerpo y lo arrojaron al río Hudson. Tras aparecer los restos, los detuvieron.
Otra de las curiosidades del libro: la leyenda sobre el origen de esa moda de la gente del rap y del hip-hop, que consiste en llevar los pantalones caídos y el calzado con los cordones desatados o, simplemente, sin ellos. “Según la leyenda, fueron los negros recién excarcelados quienes crearon esa moda”. Al entrar en prisión les despojaban del cinto y los cordones, una práctica habitual. “Ya en libertad, los jóvenes negros solían regresar así a su barrio, sin cordones y sin cinturón, como seña de identidad, como símbolo de su paso por el talego, jactándose así de su dureza y su capacidad de supervivencia”. Pero, como apunta el autor, hoy esa costumbre convertida en moda carece del simbolismo carcelario.
jueves, octubre 30, 2008
Próximamente: Homo Sampler
-Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, nuevo libro de Eloy Fernández Porta.
-En Anagrama, a partir del 6 de noviembre.
-Una reseña: Homo Sampler.
Una grabación de fragmentos en spokenword (En este podcast las pistas que corresponden al libro son las 2, 3, 5 y 7 de la sesión vj "Afterpop Fernández&Fernández", realizada al alimón con Agustín Fernández Mallo. Suyas son las pistas restantes. La grabación es de Miguel Espigado): Fernández&Fernández.
Esta tarde, en Madrid
Superbad
Ya dije que defiendo la comedia americana de estos tiempos. No toda, desde luego. Pero sí esa línea humorística en la que aparecen nombres como Ben Stiller, Adam Sandler, Jim Carrey, Judd Apatow o Steve Carell. De Rob Schneider me quedo con sus cameos en las cintas de Sandler. Hace poco revisé “Zoolander” y volví a disfrutar de la parodia que hace Stiller del mundo de los modelos masculinos. También he visto por primera vez “El reportero: La leyenda de Ron Burgundy” y casi se me descoyunta la mandíbula cuando varias pandas de periodistas se pelean en las calles, al estilo de “West Side Story” y “La naranja mecánica”, porque además intervienen varios actores en apariciones sorpresa que aquí no voy a desvelar. Cada vez que anuncio que me gusta una de estas comedias, mucha gente me mira como si estuviera enfermo de la cabeza. Dije que me encantaron “Virgen a los cuarenta” y “Supersalidos”. Mis amigos me miraban como si hubiera perdido el norte. Algunos las han visto, por fin, y han reído y disfrutado. Una tarde, paseando por ahí, traté de contagiarle a uno de mis primos mi entusiasmo por la última de Ben Stiller, “Tropic Thunder”. Me dijo: “¿Una guerra muy perra? Con ese título no puedo ir a verla”. Bueno, ese es el título que “los cerebros” de la distribuidora española le han puesto, pero no tiene nada que ver con el original. Le animé a no perdérsela porque se trata de una parodia efectiva de Hollywood y del cine sobre la guerra de Vietnam.
Esta semana he encontrado un par de noticias que me confirman que, al menos, no he perdido el norte. “Supersalidos” (o “Superbad”) ha sido elegida mejor comedia adolescente de la historia por la prestigiosa web “Hollywood.com”. Yo hubiera preferido alguna otra en el primer puesto, y se me ocurre por ejemplo “El club de los cinco” o incluso la menos conocida “Dieciséis velas”, pero este ranking servirá para que quienes no hayan visto “Supersalidos” la rescaten ahora en dvd. Servirá para ponerla en uno de los lugares donde le corresponde. Porque esa comedia, aparte de ser ingeniosa y hacernos pasar un buen rato, tiene su máxima virtud en el retroceso: en que a mí me devuelve, como espectador, al tiempo en que era un adolescente con acné. Y en ese tiempo sólo había dos preocupaciones, dos obsesiones: las chicas y el alcohol. Otra de las noticias tiene que ver con “Tropic Thunder”. Compré el Fotogramas de noviembre y busqué, por curiosidad, en esa tabla donde los críticos puntúan las películas estrenadas. Arriba, en la cima, estaba “Tropic Thunder”. La más valorada por los críticos. Y es que este filme está por encima de la media. Entre otras cosas porque Ben Stiller está detrás de las cámaras (y delante). Y Stiller demostró su valía para la comedia en la mencionada “Zoolander”. Y su primer largometraje fue un bombazo de prensa y taquilla: “Reality Bites”. Película, por cierto, que no me entusiasmó en su día, pero que revisé hace un par de semanas y esta vez sí me gustó. Porque, vista desde otra óptica y años después, compruebo que representa a la perfección todas las señas de identidad de aquella famosa “Generación X”.
Pero “Supersalidos”, “Virgen a los cuarenta” o “Tropic Thunder” no tienen el respaldo de las nominaciones a los Oscar. Como sí sucedía con las respetables “Juno” y “Pequeña Miss Sunshine”. No son muy diferentes. Pero las primeras tienen un humor más gamberro, más descarado, menos políticamente correcto, y son numerosos los chistes sobre sexualidad. Algo que, supongo, espanta a los “miembros de la Academia”. Así que apunten estos títulos y traten de verlas. Pasarán un buen rato.
miércoles, octubre 29, 2008
Prólogo: El demonio te coma las orejas
Prólogo de un servidor para El demonio te coma las orejas [1997 - 2008]. Poesía de no ficción, de David González. Ya está subido a la red. Se puede leer en pdf: aquí.
Buscando a Marilyn, de Ignacio Carrión
Buscando a Marilyn recoge los reportajes que Ignacio Carrión escribió para Diario 16 en el verano del 87, tras patearse los Estados Unidos y escarbar un poco en la figura de la enigmática y deliciosa Marilyn Monroe. Se entrevista con su primer marido, Jim Dougherty, empeñado en que Norman Mailer se lo inventó todo en su biografía de la actriz. Conversa con personas que se pasean por algunos sitios emblemáticos (el cementerio, el restaurante donde comió después de su famoso calendario...), nos retrata a la mujer y a la estrella en unas pocas páginas y nos quedamos con esa imagen de la chica rubia que sonríe ante los periodistas pero llora en la intimidad. Me ha gustado y me ha devuelto el interés por ese mundillo que la rodeaba: sus depresiones, los barbitúricos, el misterio de su muerte, los Kennedy y todos los que se aprovecharon de ella.
Españoles en N.Y.
Cenamos con unos amigos. De Zamora. Pero cenamos en Madrid, que no haya confusiones. Nos toca un camarero que no sonríe, no saluda, no espera a que nos decidamos: cada vez que alguien duda qué vino pedir o por cuál de los postres decidirse, el tipo da media vuelta, se larga y nos deja con la palabra en la boca. Ni un gesto amable, ni una frase amable, ni una mueca amable. Dos de los amigos han estado en Nueva York. Yo adoro Nueva York, y eso que aún no he puesto el pie allí. Sueño con Nueva York: pero sueño despierto. Vienen encantados, por supuesto. Y yo me pregunto si existe alguien que haya ido a N.Y. y haya vuelto decepcionado. Lo dudo.
Dieron una vuelta por encima de Manhattan en helicóptero. Estaban en plena luna de miel y uno de los regalos de boda fue un viaje en helicóptero. No sé si yo podría soportar estar ahí arriba, viendo la ciudad tan cerca y tan lejos, admirando las vistas neoyorquinas y a la vez con el nudo del vértigo en el estómago. No lo creo. Es una de las cosas que me perderé para siempre por culpa del mal de las alturas. Incluso cuando veo las películas de “Spiderman” y de “Batman” y los dos superhéroes se lanzan al vacío desde los edificios, o planean por los aires, o se mueven con cuerdas, me da vértigo. Todo el mundo va a Nueva York. Menos yo. Conozco ya a mucha gente que ha ido y ha vuelto con la fascinación en los ojos. Leo artículos de Enrique Vila-Matas y cuenta anécdotas de Nueva York y siento envidia sana. Yo también quiero viajar allí y visitar las tumbas de los escritores famosos. Reconocer los sitios que he visitado en las novelas y en las películas. Nueva York no es una ciudad, es el centro. Es un lugar que aglutina pasajes literarios, poemas célebres, canciones míticas y escenas espectaculares. Está hecha de literatura, de poesía, de música, de cine. Conocí hace un tiempo a Julio Valdeón y Julio vive allí, escribe crónicas para El Mundo. Compré el otro día un libro del escritor Harkaitz Cano que resume su antigua estancia en Nueva York. Se titula “El puente desafinado. Baladas de Nueva York” y todavía no lo he empezado, pero no tardaré. A la poesía de Harkaitz llegué gracias al poeta Karmelo Iribarren, que siempre me recomienda autores que merecen la pena. Leí “Alguien anda en la escalera de incendios”, que guarda mucha relación con N.Y. Harkaitz Cano está estos días allí, escribiendo crónicas para un periódico. Volverá en breve.
A veces compruebo la procedencia de los visitantes de mi blog: gracias a una herramienta llamada Histats puedes acceder a las localizaciones geográficas, a los lugares remotos desde los que han entrado en tu página. Encuentro numerosos visitantes de Brooklyn y del Bronx. Me surgen preguntas. ¿Es gente de mi tierra, que vive allí? ¿Son hispanos que llegaron a mi espacio por el rastreo de los buscadores, de manera accidental? ¿Me conocen? ¿Compartimos apellido? Esto último no es raro. Zamora es tierra de emigrantes y a veces me escriben personas desde muy lejos, y compartimos origen. Zamora, sin embargo, no aparece en la lista. Más preguntas. ¿No está registrada en Histats? ¿Es demasiado pequeña para las estadísticas? ¿O es que nadie me visita desde allí? Da igual. Lo que yo quiero es ir a Nueva York, esa ciudad que a todo el mundo fascina. Hay gente que dice: “Es que a mí Estados Unidos no me interesa”. Pero se equivoca. Nueva York no es lo que conocemos por Estados Unidos. New York City es la capital del mundo, donde las culturas se involucran, se aparean. N.Y.C. tiene un pie en Europa. Ray Loriga vivió allí unos años y de esa experiencia salió uno de sus mejores libros. Sé que Nueva York tiene magia y aún no la conozco.
martes, octubre 28, 2008
La guerra me pilló con 12 años
la guerra me pilló con 12 años
en el cole leíamos los periódicos
yo no entendía
recibía fotos
las noticias para los niños
son siempre irreales
pero las fotos no
las fotos de tu padre no
no hay truco
aunque parezca un disfraz
está cerca
la guerra existe
mi padre con traje de camuflaje
lleva una escopeta
como en las pelis
Debórah Vukušić, Guerra de identidad
en el cole leíamos los periódicos
yo no entendía
recibía fotos
las noticias para los niños
son siempre irreales
pero las fotos no
las fotos de tu padre no
no hay truco
aunque parezca un disfraz
está cerca
la guerra existe
mi padre con traje de camuflaje
lleva una escopeta
como en las pelis
Debórah Vukušić, Guerra de identidad
121
Carla Badillo nos agasajó en Illescas con algunos regalos. Ella viene de una tierra de ofrendas. Yo recibí unas cuantas semillas, una ocarina, un puro de Ecuador y una de las fotografías míticas de Charles Bukowski, sentado en una cama con una cerveza y una muñeca. En el reverso hay anotado un poema de Carla que dice así: “Saloon / Estoy sentada en la barra del Saloon / los espectros van y vienen / piden algo de beber / sonríen, pagan y se marchan / Pero sólo nos quedamos / los sedientos de amor / y para nosotros no alcanza / ni las sonrisas ni el dinero”. Muchas gracias por tu generosidad.
Enlazados
Me fascina el poder de convocatoria de internet en general, y de los blogs o bitácoras en particular. Gente que no se conocía de nada acaba compartiendo cervezas y conversaciones en un bar. Gente que había linkado o enlazado en sus blogs las páginas de otra gente. Personas que se habían escrito numerosos correos electrónicos para agradecerse un guiño mutuo en sus páginas, para compartir el gusto por un libro, para pedir una colaboración en una revista o para ofrecer un texto para un fanzine. Una red de links, de puentes entre páginas, pero sobre todo entre personas, que es al fin y al cabo lo importante. Porque tras cada una de esas webs, de esos blogs, hay un mundo preparado para que lo descubramos, para que lo disfrutemos. Hay gente sencilla y a la vez compleja. Buena gente. Y talento, mucho talento. Al talento ya no lo pueden encarcelar en las publicaciones oficiales, ya lo hemos señalado aquí en alguna ocasión. Ahora el talento se dispara, se dispersa, es tan libre como quieren sus dueños. Y quienes están cansados de lo de siempre (del discurso oficial, de los mafiosos de algunos suplementos culturales, de los libros malos que se anuncian en la televisión o dominan los escaparates de novedades y reciben premios amañados) acuden a internet, a buscar, a indagar, a beber de los blogs. No me estoy refiriendo a esos blogs que sólo sirven para que sus dueños cotilleen sobre la literatura o la vida, sino a rincones para la creación, donde los administradores cuelgan sus cuentos, sus poemas, sus raciones de textos nuevos y antiguos, sus recomendaciones sobre esa película, aquella novela o este concierto. Sitios donde estalla la cultura y nos empapa.
Pero casi toda esa gente no se conoce cara a cara. Todos han visto una foto en la que no queda clara la identidad de su dueño. Han visto dibujos, bosquejos y caricaturas, pero no sabrían reconocerse al cruzar sus pasos en la calle. Es posible que acaben de intercambiarse varios e-mails en casa, y luego cada uno salga a hacer un recado o a dar una vuelta y sus caminos se crucen, pero ellos no lo saben. Cuando hay actos literarios, por ejemplo, todos anuncian en sus bitácoras el evento, y casi todos se juntan bajo un mismo techo y empiezan a interrogarse, a presentarse unos a otros, a poner por fin caras a los nombres y a los nicks y a los blogs. El primer recuerdo asociado es el del nombre de la bitácora: “Tú eres el de “El viento que agita la cebada”, ¿verdad?”, “Ah, eres el de “Cierta distancia”, ¿no?”, “Mira, este es el administrador de “Bacovicious”, y aquel el de “En silencio”, y nos conocemos todos por la red de blogs”. Nos reconocemos, primero, por el título de la bitácora. Yo posteo, tú posteas.
Lo importante, al final, es que un numeroso grupo de gente se ha conocido en persona. Los lazos, así, se estrechan aún más. Han viajado juntos, han caminado hasta el filo de la noche, han hablado, han reído. Se intercambian los teléfonos, unos compran los libros de otros. Y la llave para todo eso, para esas reuniones, esas presentaciones, esos encuentros y reencuentros, ha sido la red. Internet. Los blogs especialmente, porque unen. ¿Qué hubiera ocurrido si no existiera internet, si no abriéramos webs y blogs y foros? Que toda esa gente no se habría conocido, no se habría escrito correos electrónicos, no se habría leído mutuamente. Que sus creaciones (sus poemas, sus relatos, sus fotos, sus dibujos, sus paranoias) aún seguirían esperando a un editor, o en el cajón, criando olvido. Mediante esa telaraña de links, de conexiones, empiezas a leer lo que escriben otros. Luego, intercambias correos y mensajes. Y al fin llega lo esperado: conoces a gente valiosa en persona. Creas lazos sólidos.
lunes, octubre 27, 2008
Creatura nº 33
Aquí, en el blog de Kebran, pueden verse los contenidos completos del número 33. A propósito de Kebran, lo de ayer por la tarde en Illescas ("Poesía en los bares III: Ellas"), organizado por él, fue una pasada. Un nivel muy alto. Música y poesía en alianza. Un montón de amigos. Un gran cartel, con la sorpresa de Carla Badillo (aunque algunos ya lo sabíamos) y la ausencia de Ana Pérez Cañamares: otra vez será, Ana, te echamos de menos.
En breve colgaremos unas cuantas fotos en Hank Over.
La prima de Sylvia Plath
Caminabas segura de ti misma,
confiando en el suelo que pisabas,
también tu forma de vestir era radiante, enérgica,
pura felicidad: chaqueta chillona, pantalones holgados.
Me despedías desde el balcón
cuando me veías marchar al trabajo.
Hombro que sujetaba nuestro ánimo decaído,
siempre dispuesta a un café si te llamábamos,
tan agradecida con todo lo concedido por la vida
como por lo arrebatado por ella.
Nunca nos restregabas tus problemas,
nunca vi asomo de queja en tus labios.
Rostro alegre, relajado;
en tus ojos, una candidez que duraba desde la prehistoria.
¿Y sabes qué es lo que más me fastidia?
Que son aquellos como tú, quienes, al final,
levantan el codo y recogen en aros
la soga para rescatar a los náufragos,
para, con esa soga
ahorcarse en lo alto de una rama.
Harkaitz Cano, Alguien anda en la escalera de incendios
confiando en el suelo que pisabas,
también tu forma de vestir era radiante, enérgica,
pura felicidad: chaqueta chillona, pantalones holgados.
Me despedías desde el balcón
cuando me veías marchar al trabajo.
Hombro que sujetaba nuestro ánimo decaído,
siempre dispuesta a un café si te llamábamos,
tan agradecida con todo lo concedido por la vida
como por lo arrebatado por ella.
Nunca nos restregabas tus problemas,
nunca vi asomo de queja en tus labios.
Rostro alegre, relajado;
en tus ojos, una candidez que duraba desde la prehistoria.
¿Y sabes qué es lo que más me fastidia?
Que son aquellos como tú, quienes, al final,
levantan el codo y recogen en aros
la soga para rescatar a los náufragos,
para, con esa soga
ahorcarse en lo alto de una rama.
Harkaitz Cano, Alguien anda en la escalera de incendios
Declive en el cuadrilátero
El escenario es simple: un ring. Pero esa simpleza juega a favor del impacto de la obra y del shock que recibimos los espectadores cuando entramos en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, sito en Lavapiés. Dentro del cuadrilátero se desarrolla el drama completo, aunque algunos de los actores a veces salen de las cuerdas y pasean o corren alrededor. No hay mucho atrezzo, pero esa falta la suplen el sonido (retransmisión del presentador, ovaciones grabadas, música y canciones de la época) y nuestra imaginación, aliada con el reparto, capaz de representar la antigua redacción de un periódico sólo con ruido de máquinas de escribir y movimiento de dedos sobre un aparato invisible. La obra la ha escrito Juan Cavestany. Dirige Andrés Lima. Con las obras de Animalario nunca se sabe qué va a ocurrir. Siempre hay sorpresas, giros inesperados. Sus actores lo viven tanto y a veces improvisan tanto que uno teme que se rompa esa frágil línea entre la interpretación y la realidad.
La obra “Urtain” ya nos aclara desde el título que será un retrato de José Manuel Ibar Aspiazu, boxeador conocido con otros nombres: Urtain y el Moskorro de Cestona. Un retrato duro, nada complaciente, en el que no sólo vemos los errores cometidos por un hombre quizá de pocas luces, sino que averiguamos que, en su caída al vacío, en su declive, juega un papel fundamental la España profunda de los años setenta, ochenta y principios de los noventa. Una de las virtudes de la obra es que arranca desde el momento en que, poco antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, José Manuel Urtain se lanza a la calle desde su piso en Madrid, y va retrocediendo hasta sus orígenes mediante asaltos o capítulos. Primero vemos a un Urtain envejecido y cansado, en vísperas de su suicidio. Después, a un hombre algo menos molido al que sus amigotes toman el pelo en la tasca. El retroceso hacia los años de gloria, la foto con Franco, los viajes al extranjero, no suponen que el boxeador haya tenido épocas mejores: en su camino al éxito siempre hubo engaños, trampas, errores, lo utilizaron como una marioneta porque simbolizaba España. La España triunfante y con un par de huevos. Los orígenes se remontan incluso al bosquejo de Urtain padre, un vasco bronco y cerril que azota a su hijo y luego va al bar y se mete en una ridícula apuesta por la que termina convertido en un cadáver. De fondo, personajes de aquellos años: Raphael, Adolfo Suárez, Pedro Carrasco, Paco Martínez Soria.
La clave de “Urtain”, sin embargo, reside en la interpretación de Roberto Álamo, quien da vida al Urtain agotado, al joven e ingenuo, al boxeador, al levantador de piedras e incluso a Urtain padre. Él es la pieza central del drama. Alrededor de su figura gira todo. Giran el argumento y los personajes. Yo había visto a Roberto Álamo en otras obras de teatro, y en tres o cuatro películas. Es en escena donde desarrolla su potencial en pleno. Se trata de un actor muy intenso, cuya intensidad a menudo desemboca en una explosión súbita de su personaje. Roberto es una olla a presión y, hacia el final de “Urtain”, estalla de rabia cuando el boxeador descubre que le han engañado. El público se queda mudo, sin pestañear. Para el papel se ha sometido a un severo entrenamiento en el ring y en el gimnasio. Se ha puesto como un toro, lleno de fibra y músculo, lo que sin duda aporta otro grado de credibilidad a la obra. En “Uratin” está perfecto: su personaje da pena y da miedo. Grande, Roberto Álamo. Y además tiene dos estupendos blogs en los que cuelga sus poemas y sus fotografías.
domingo, octubre 26, 2008
On the Road
Estábamos en el aeropuerto de Barajas, esperando. Éramos tres tipos con las manos en los bolsillos: el zamorano Mario Crespo, Andrés Ramón Pérez Blanco (alias “El Kebran”, recién llegado de Illescas) y yo. La terminal cuatro, “la T4”, es el colmo de la incomodidad cuando se trata de esperar a los viajeros que aparecen por las puertas de salida, cargados de maletas y cansancio: no hay asientos, no hay un triste banco, ni una miserable silla de plástico donde apoyar el culo. Hay una barra que separa a los que llegan de los que esperan, una barra de acero frío en la que uno puede poner las manos, y algunas columnas que permiten descansar la espalda. A ambos lados hay cafeterías donde también sirven almuerzos. Pero quedan demasiado lejos de la salida. Los viajeros quieren que se abran las puertas automáticas y que, tras ellas, aparezcan los rostros de quienes aguardan su llegada. Mientras esperábamos (el vuelo se retrasó, o quizá se retrasó el reparto de equipajes), hablamos de literatura, poesía, cine.
Fuimos allí a recibir a Carla Badillo, que viene de su tierra natal, de un lugar muy lejano: Quito (o Kitu, como ella prefiere llamarlo). Unas catorce horas de avión desde Ecuador. Pero está acostumbrada, puede con todo. Por ejemplo, sus largos viajes en autobús por las tierras estadounidenses: veinte horas en bus, algo que pensé que sólo podía aguantar Charles Bukowski en esos trayectos eternos en los que le resultaba imposible hacer de vientre (lo cuenta en algunos de sus libros). No he hablado de Carla en este periódico. Somos muchos quienes seguimos su bitácora, “Mujer en Tierra Firme”. Se acaba de licenciar en Periodismo, en una facultad en la que puso las cosas claras a los profesores, en la que se atrevió a desafiar lo establecido y a convertirse en el mosquito molesto que, a pesar de todo, ha obtenido buenas notas y un diploma como mejor alumna del último curso. Escribe poemas, y prosa, y cuenta sus aventuras en su blog, y participa en danza regional, y hace fotografías y acaba de presentar en Punta Umbría su documental “Jaime Guevara. Entre cuerdas libertarias”, de unos treinta minutos de duración. Maneja varios idiomas y parece una india con rasgos de modelo. Ella misma se define así en su bitácora: “Soy la circunstancia, las lágrimas lejanas y la lucha que no muere. Advertencia: soy insomne por decisión propia, terca, anacrónica, despistada y con instintos un poco salvajes. Lo más probable es que en mi vida pasada haya sido cantante de boleros en una cantina”. Durante este verano viajó por Estados Unidos. Sola. Con veintitrés años. Echándole las agallas que a otros nos faltan. Con sus maletas, sus cámaras y sus cuadernos de apuntes. Mediante una red de contactos conoció a los supervivientes de la generación beat. Charló y se hizo fotos con Neeli Cherkovski y Linda King (biógrafo oficial y viuda de Bukowski, respectivamente), con Lawrence Ferlinghetti, con Jack Hirschman, entre otros. Bailó con tribus nativas y fue invitada a una ceremonia privada de peyote, con indios taos y navajos.
Hoy, Carla Badillo se sumará por sorpresa al recital poético “Ellas”, en un pub de Illescas. El cartel incluye a Ana Pérez Cañamares, Déborah Vukušić, Lucía Boscá, Isabel García Mellado, Leticia Vera, Coché López, Laura Rosal y María Gómez a la guitarra. Busquen sus poemas en la red, o en poemarios individuales o colectivos. Se espera que asistan otros poetas y escritores amigos por allí: David González, Vicente Muñoz Álvarez, Gsús Bonilla, Dioni Blasco, Adolfo González y Marcus Versus (y tal vez Javier Das). No pienso perdérmelo. Esto lo ha organizado Andrés Ramón, “El Kebran”. Sólo un tipo como él podía juntar a tanta buena gente.
sábado, octubre 25, 2008
Tentativa de recuento
Anoche lo pasamos muy bien en el Bukowski Club. Me gustaría dejar constancia de toda la gente que estaba por allí, aunque sólo puedo poner los nombres de quienes ya conocía o conocí esa noche (mis disculpas a los que faltan): Carlos Salem, Gsús Bonilla, El Kebran, Javier Das, David González, Déborah Vukušić, Mario Crespo & Miriam, Iñaki Echarte Vidarte, Esteban Gutiérrez Gómez, Mada Alderete, Isla Correyero, Miguel Sanfeliu & su mujer, Silvia Oviedo, Miguel Ángel Martín, Abel Aparicio y, por supuesto, M. También vi en la barra a Gonzalo Torrente Malvido. A todos ellos, muchas gracias por la presencia, los poemas, las conversaciones y las risas.
Perec y lo cotidiano
Los medios de comunicación se obstinan, salvo casos aislados, en hablarnos de noticias espectaculares, de eventos, de catástrofes, de políticos, de guerra, etcétera. A Georges Perec, aquel asombroso escritor parisino, le aburría la prensa porque sólo hablaba de “lo insólito, lo extraordinario”. En contraposición, él optaba por “lo trivial, lo cotidiano”, lo que vivimos a diario, los detalles diminutos que cambian nuestras vidas. Estos días se publica por primera vez “Lo infraordinario”, suma de varios textos donde Perec llevó a la práctica esas teorías sobre lo pequeño y lo ínfimo. Sobre el ruido de fondo de las ciudades. Es uno de los libros que más tiempo llevaba yo esperando, desde que Enrique Redel anunciara su próxima publicación en Impedimenta. El autor plantea las cuestiones en el primer ensayo del volumen, “¿Acercamientos a qué?”, donde se pregunta “cómo hablar de esas cosas naturales, más bien cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que permanecen pegadas, cómo darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos”.
Perec era, sin duda, un hombre de infinita paciencia. En el segundo texto de este libro, “La Rúe Vilin”, describe la calle de su infancia a lo largo de siete años. Un día al año se planta allí, toma nota de los edificios, de los solares, de las obras, de las tiendas nuevas y de las que han cerrado. Su minuciosidad es casi similar a la del estanquero de “Smoke”, que fotografiaba a diario la misma calle, y a la misma hora. Poco a poco vamos viendo el modo en que un rincón de la ciudad va mutando. En “Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos” refleja el reverso de las postales que mandan quienes están de vacaciones (suponemos que se trata del propio autor, pero no necesariamente). Cada fragmento compendia, pues, tres o cuatro líneas donde se intenta capturar la esencia del viaje, noticias frescas como las que antaño todos enviábamos, antes de la aparición de internet en nuestras vidas: “Nos hemos venido al Kandahar. Siestas largas a la orilla del lago, partidos de tenis, bridge por las noches. Mil recuerdos”. En “Alrededor de Beauborg” es capaz de describir un barrio de París, la gran París, en apenas cuatro páginas, que incluyen sus ramificaciones con otras zonas de la ciudad. En “El Santo de los Santos” se obstina en contarnos lo que significa el mobiliario de las oficinas de los grandes magnates y de quienes dominan el mundo: les bastaría con un ordenador y un teléfono para dar órdenes, pero introducen muebles y cuadros y objetos que revelen su personalidad. De su paciencia hay otro ejemplo en el libro: el texto “Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro”, donde, en efecto, consigna los nombres y las cantidades de cuanto ha comido y bebido. Los lectores de Perec sabemos que le fascinaban las enumeraciones, las listas, los inventarios. Este texto hace un recuento de lo que un hombre es capaz de ingerir en un año, y asusta.
Dejo para el final mis dos piezas favoritas. “Still Life / Style Leaf” consiste en una exhaustiva descripción del escritorio en el que trabaja, colonizado por material de oficina, adornos, souvenirs, reliquias y otros objetos. La pirueta ocurre hacia la mitad, cuando el autor habla del folio apoyado en la mesa y anota lo que hay escrito en ese papel, que no es otra cosa que la misma descripción que acaba de ofrecer, con ligeras variantes. Y “Paseos por Londres” es deslumbrante por su talento para capturar la esencia de esa inolvidable ciudad en unas pocas páginas. Es quizá la mejor descripción que he leído de Londres. La que me devuelve a sus calles.
viernes, octubre 24, 2008
Esta noche, en Madrid
.
Esta noche, a partir de las 21:30 horas, en el Bukowski Club, se presentan los libros Satélite de inhóspito planeta, de El Kebrantaversos, y El demonio te coma las orejas [1997 - 2008], de David González. Yo también estaré por allí. Espero ver unas cuantas caras conocidas.
Voy cantando al matadero
y dicta sentencia el mundo:
matad mil veces al hombre,
su palabra permanece.
Bienvenido a la cárcel.
¿Llevas contigo algo de valor?
¿Cadenas? ¿Medallas? ¿Anillos? ¿El peluco?
Pues déjalo todo a la entrada.
Luego no digas que no te avisé.
Y ahora pasa la página y entra.
Voy contigo.
Cartel de Gran Torino
Lo infraordinario, de Georges Perec
Este libro es de Georges Perec y, por tanto, para mí es una maravilla. La traducción, a cargo de Mercedes Cebrián. Dado que mañana dedicaré un artículo a hablar de Lo infraordinario, os dejo con un fragmento del primer texto, ¿Acercamientos a qué?, donde plantea su tesis:
La prensa diaria habla de todo menos del día a día. La prensa me aburre, no me enseña nada; lo que cuenta no me concierne, no me interroga y ya no responde a las preguntas que formulo o querría formular.
Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?
Atrocidades y perfidias
La música de las palabras escritas por William Shakespeare suele perderse en la traducción. Creo que la vez que más he vibrado y disfrutado en un teatro fue viendo “Julio César” en el Teatro Español, en inglés y con Ralph Fiennes al frente del reparto. Para aclarar las cosas, proyectaban los subtítulos en una pantalla negra. He vuelto a ver “Titus”, la adaptación de “Tito Andrónico” que hizo Julie Taymor. Esta vez pude gozarla en versión original (la música del idioma se pierde en el doblaje). Cuando “Titus” se estrenó en Zamora me sucedió algo insólito, porque siempre llego a los cines con suficiente antelación. Entré en la sala a las cinco y media de la tarde y la película ya había empezado. Pensé que me habría perdido un minuto o dos. No conocía la obra original y tardé media hora en comprender los acontecimientos. Taymor ya había mostrado el planteamiento y yo entré al principio del nudo y me costó un poco entender el desenlace. Luego supe que la película se empezó a proyectar a las cinco. Me perdí, por tanto, treinta minutos de metraje. Llegué tarde sin saberlo. Nunca antes me había ocurrido, y no me ha vuelto a pasar. Fue un descuido.
Aquella primera vez me perdí la crueldad que muestra Tito Andrónico (Anthony Hopkins) al principio del drama, asesinando a uno de los hijos de su prisionera, Tamora, encarnada por Jessica Lange (bellísima, a sus cincuenta años). Me perdí el momento en que favorece que Saturnino sea proclamado emperador, contrariando así los deseos de Bassiano, novio de su hija Lavinia, y luego intentando entregar a ésta al nuevo emperador, para que se case con ella. En dos jugadas, Tito se gana el rencor de sus enemigos y de sus propios hijos. Una vez dados esos pasos, se activa la maquinaria de la venganza. Pero cuando yo entré en el cine ignoraba las perfidias de Andrónico, sintiendo simpatía por él y aversión por el resto de personajes, que trataban de hacerle la vida imposible. La otra noche vi la película desde el principio. Antes veía a Tito como una víctima y ahora lo veo como un canalla más. De hecho, todos los personajes son viles y sanguinarios. Salvo un niño. Tal vez sea la obra más cruel de Shakespeare. Y la película muestra estos actos en toda su crudeza, aunque algunas oportunas elipsis nos libran del horror: en “Titus” hay numerosos desmembramientos, asesinatos, tortura, una violación, infidelidad, proclamas racistas. En una escena, Andrónico revela a dos prisioneros que les cortará la garganta, y luego machacará sus huesos, y el polvo resultante lo mezclará con su sangre para hacer una masa que le sirva de base para una empanada rellena de sus cabezas, que servirá de festín a la madre de ambos, sin que ella sepa los ingredientes. Para que luego digan que Stephen King es macabro.
La directora, Julie Taymor, es alguien que asume riesgos. Sus películas, basadas en Shakespeare, en Frida Kahlo o en las canciones de The Beatles, son de todo menos convencionales. “Titus” me ha gustado más ahora. Sólo le reprocho algunos desvaríos oníricos y surrealistas que, a mi juicio, pegaban en “Across the Universe”, pero que en Shakespeare están fuera de lugar. Al principio del film, Taymor anuncia que su adaptación “encierra el horror de la tragedia humana, exigiéndonos que examinemos las verdaderas raíces de la violencia y juzguemos sus distintos actos”. “Titus” nos revela cómo es el hombre cuando afloran sus instintos de crueldad y venganza. Capaz de las mayores atrocidades, perfidias y villanías. Los personajes se vengan unos de otros continuamente. Son capaces de todo con tal de desquitarse. Con tal de aplastar al enemigo. Lo de “Titus” no es fantasía. Ocurre.
jueves, octubre 23, 2008
Esta tarde, en Madrid
Presentación del poemario Guerra de identidad, de Déborah Vukušić
Jueves, 23 de octubre. 21:00 horas
Bukowski Club (San Vicente Ferrer, 25)
Malasaña
Alguien anda en la escalera de incendios, de Harkaitz Cano
Traducción al castellano de este poemario de Harkaitz Cano. Casi todos los poemas son narrativos (algo que a mí personalmente me gusta mucho), y la mitad fueron escritos durante su estancia en Nueva York. Las referencias a la ciudad son abundantes, empezando por las alusiones a poetas y artistas que vivieron o pasearon por sus calles, sin olvidar la referencia a esas escaleras de incendios del título, que simbolizan N.Y. El propio Harkaitz ha dicho en una entrevista que esas escaleras son lugares que sirven tanto para las huidas como para las estancias. Útiles para el ladrón y para el observador. La interpretación de los temblores, los trenes y el metro, los puentes, la silla eléctrica, los aeropuertos... pero también ciertas observaciones cotidianas de San Sebastián, configuran un sólido poemario del que os copio ya un ejemplo:
LOS BUZONES SON MI PATRIA
Eran búlgaros. Me señalaban fotos de su patria,
etiquetas de botellas de vodka importadas,
mapas de puro dolor, banderas búlgaras tatuadas
en sus bíceps, postales de edificios representativos.
….-¿Acaso no los sientes?
….-¡Son profundos los latidos de tu tierra!
No comprendían mi peregrinaje de cada mañana,
cómo bajaba frenético al buzón, nada más despertar.
Los vecinos me veían desnudo en el descansillo
y me ofrecían sus alfombrillas de ducha,
no sé si para que rezase
o simplemente para cubrirme
y evitar así su sonrojo.
Creían que necesitaba una meca,
pero cuando tú me escribías,
los buzones eran mi patria.
Marché sin dejar señas; desde entonces,
cada vez que descanso bajo un árbol, cuelgo un zapato de alguna rama
y escribo mi nombre en la suela, por si acaso.
La rama no es jamás la más alta,
tampoco es preciso:
el viento mece suavemente el zapato.
Cojeo luego, sin poder alcanzar las aceras
con el zapato bajo el brazo
cual barra de pan un domingo.
Y porque ese buzón en forma de zapato
es ya mi única patria
espero en vano
que la nieve o la desesperanza o la niebla
o el cartero de negros ojos
colmen mi patria pendular
con una carta sellada lejos
en forma de pisada.
Eran búlgaros. Me señalaban fotos de su patria,
etiquetas de botellas de vodka importadas,
mapas de puro dolor, banderas búlgaras tatuadas
en sus bíceps, postales de edificios representativos.
….-¿Acaso no los sientes?
….-¡Son profundos los latidos de tu tierra!
No comprendían mi peregrinaje de cada mañana,
cómo bajaba frenético al buzón, nada más despertar.
Los vecinos me veían desnudo en el descansillo
y me ofrecían sus alfombrillas de ducha,
no sé si para que rezase
o simplemente para cubrirme
y evitar así su sonrojo.
Creían que necesitaba una meca,
pero cuando tú me escribías,
los buzones eran mi patria.
Marché sin dejar señas; desde entonces,
cada vez que descanso bajo un árbol, cuelgo un zapato de alguna rama
y escribo mi nombre en la suela, por si acaso.
La rama no es jamás la más alta,
tampoco es preciso:
el viento mece suavemente el zapato.
Cojeo luego, sin poder alcanzar las aceras
con el zapato bajo el brazo
cual barra de pan un domingo.
Y porque ese buzón en forma de zapato
es ya mi única patria
espero en vano
que la nieve o la desesperanza o la niebla
o el cartero de negros ojos
colmen mi patria pendular
con una carta sellada lejos
en forma de pisada.
120
Tras leer mi artículo sobre los alquileres por horas, Soledad Romero me envía un anuncio curioso encontrado en la web publicitaria que gestiona. Dice así: “Ofrezco 2 habitaciones a cambio de relación sexual”. El hombre del anuncio (suponemos que es un hombre) requiere una “chica liberal, ardiente y sobre todo muy sexy”, y a cambio pide “sexo sin ningún tipo de interés económico”. Este es un mundo insólito, dominado por pícaros y jetas.
Gastos nocturnos
Después del cansancio que me reportó mi última farra en Zamora, me digo que tengo que dejar de salir de noche. Al menos en Madrid, donde las copas son más caras, a veces meten garrafón y a veces tengo que utilizar distintos medios de transporte para moverme de un barrio a otro. Un par de días después lo incumplo. Es fin de semana y me he prometido un día tranquilo. Visitas a los amigos. Películas de dvd en casa, por la noche. Irse pronto a la cama. Entonces me llama por teléfono un colega zamorano. Él y otro amigo están en la ciudad, de paso. Y cuando un amigo está de paso y te llama, no hay que darle la espalda, salvo que uno tenga compromisos ineludibles o esté trabajando. Me apetecía verlos y me dije que iría allá donde estuviesen. Y estaban en un bar próximo a la glorieta de Bilbao, o sea, a un paso de Malasaña. Pero yo me encontraba muy lejos, a las afueras de Madrid. Quería coger el metro, y el metro cierra en torno a la una y media. Cuando quise darme cuenta eran las dos y cuarenta de la madrugada. Ese día anunciaron en la prensa que el metro ampliaría sus horarios nocturnos en fin de semana. Pero la ampliación empezaba al día siguiente.
Fuimos a una parada de autobús. Es una parada que me trae numerosos recuerdos porque allí esperaba al bus en los tiempos en los que me alojé en casa de mis tíos, que viven al lado. En esa misma parada el Asesino de la Baraja mató a una persona hace años. Son casi las dos de la madrugada y no se ve un alma. Ni siquiera veo gatos, y hay muchos por esa zona. Los he visto unas horas antes: tumbados en los jardines, en manada, tranquilos. Subimos al autobús. La única parada cercana al punto al que necesitamos ir es Cibeles, donde todos los transportes nocturnos van a parar en las noches de fin de semana. Aquello es una jauría de taxis a la carrera, flotas de autobuses y demás. En Cibeles siempre parece haber fiesta, jaleo, ruido, tráfico, muchedumbres. Tras bajar del autobús, buscamos un taxi. El taxista nos lleva a la glorieta de Bilbao. Casi seis euros. Reencontramos a nuestros amigos. Vamos a un bar y tomamos una copa. Al acabarla, decidimos ir por Malasaña. Son las tres y media y ya están cerrando los garitos. Queremos beber la segunda y última. Pretendo tomarme las cosas con calma aunque al final haya salido un rato, contraviniendo mis planes.
Vamos a un local que, al contrario que otros, cierran más tarde. Le pregunto al tipo de la puerta y me lo confirma. Hay una cola demasiado larga para entrar, pero decidimos seguir allí hasta que llegue nuestro turno. No hay muchos más sitios a los que ir. Por si no sabes cómo funciona, te lo cuento. El portero suele esperar a que salga una tanda de gente. E intercambia una por otra. Si salen cinco personas, permite la entrada de otras cinco. Mientras aguardamos, los vendedores ambulantes chinos nos ofrecen sus latas de cerveza. La espera es demasiado larga y decidimos comprar tres latas para cuatro. A euro la lata. Para entrar, hay que darle al portero siete euros por cabeza. A cambio, te sirven una copa en la barra. Con sus condiciones, claro: “Si quieres Jack Daniels, lleva un suplemento de cincuenta céntimos”. Y ese suplemento vale para el Bombay Saphir y otros licores. La música es buena: Jimi Hendrix, The Doors y otros clásicos de la época. Cuando salimos del bar ya es muy tarde y no hay medios de transporte por allí. Llueve. Volvemos a casa a pie. Una larga caminata entre charcos de lluvia. Larguísima. Se me calan las zapatillas. Se me empapa el pelo y la ropa. Al final, dos copas me salen caras, y al día siguiente noto que para colmo nos han metido garrafón. Pero vimos a mis colegas. Y eso es lo que importa.
miércoles, octubre 22, 2008
Portadas exquisitas
A General Theory of Love, ensayo de Thomas Lewis, Fari Amini y Richard Lannon. Traducido en España por RBA como Una teoría general del amor.
Como una historia de terror, de Jon Bilbao
En los siete relatos de este libro, el narrador asturiano Jon Bilbao introduce un clima malsano, como si las catástrofes y las pesadillas estuviesen a punto de arramblar con todo. Es una sensación de angustia latente, y, en efecto, como cuando uno está viendo una peli de miedo y la música y los silencios van subrayando la sensación de amenaza que luego se produce. Pero aquí son las palabras las que se encargan de conducirnos por ese camino, y el autor domina la prosa con mucha eficacia. En mi favorito, El hambre en los alrededores del lago, un escritor decide limpiarse y recuperar la forma aislándose en una cabaña en el campo mientras somete su cuerpo al ayuno total. En seguida empieza a ver y oír cosas extrañas: un coche con los cristales tintados, un misterioso tipo empeñado en que le dé trabajo, habladurías en la tienda a la que va de vez en cuando... A medida que las amenazas se sienten en el aire, él va perdiendo fuerzas por el ayuno.
El libro, publicado por Salto de Página, se presenta hoy en las Tres Rosas Amarillas de Malasaña, a las 20:00 horas.
Obama
Confieso que no sé cuánto tiempo llevan en campaña Barack Obama y John McCain, los dos candidatos principales de las elecciones, pero tengo una sensación extraña, como si llevaran dando discursos varios años. Medio planeta está deseando que llegue el día de las elecciones y Bush por fin se retire del puesto. Obama nos gusta. Le gusta a mucha gente. Es difícil que Obama no te convenza, incluso ahora dice Colin Powell que le apoya. Obama es el Denzel Washington de la política. A todo el mundo le encanta Denzel Washington (salvo a los fachas): es un hombre ideal para muchas mujeres, le sobra talento y encarna a personajes que entusiasman a los hombres, aunque a veces haga de villano absoluto. Denzel da buen rollo. Es uno de esos tipos a los que dejarías que te cubriera las espaldas en mitad de una batalla. Con Obama pasa lo mismo. Dijo Paul Auster que B.O., de no ganar, sería por negro. Pero es más bien mulato. O mestizo. Los racistas norteamericanos estarán temblando, porque si él gana se echarán las manos a la cabeza. Sería su pesadilla convertida en realidad. Yo estoy convencido de su triunfo en las elecciones a la presidencia, pero al mismo tiempo temo las conspiraciones. La historia de USA demuestra que cuando aparecen los buenos tipos en la política, los asesinan. O lo intentan. Si nadie amaña las elecciones y Obama sale elegido, se pondrán en marcha las conspiraciones para quitarlo de en medio por la vía del gatillo. Es así. La historia lo demuestra.
Echo un vistazo a los candidatos principales. Parece un serial de buenos y malos. McCain es el malo. Obama es el bueno. El mestizo es el ángel que puede rescatar al mundo del hoyo en el que nos ha metido Bush. El blanco es el demonio con ojos de aviesas intenciones. Gane quien gane, Bush ya no estará, y eso es un avance, un alivio. Estados Unidos cree en el sueño americano. Y es lógico. Cada vez creerán más porque el país a menudo es gobernado por marionetas ineptas como el actual presidente USA. Así que pueden plantearse una regla de tres. Si un tipo como Bush llega al poder, se preguntarán, ¿hasta dónde podré llegar yo, que tengo talento y nobleza? Quizá ignoran que el sueño americano no es cuestión de suerte ni de oportunidades para todos, sino de enchufes, de puertas que se te abren, de a quién conoces, de pulsar los botones adecuados. Obama es lo que se conoce como cool. En política conviene una persona de ojos limpios. McCain no los tiene. Y, además de sus ideas republicanas, tiene otra tara: se parece a un sapo de cuento que jamás se convertirá en príncipe. La política no es como la música. En la música suele gustar más un chico malo, problemático, conflictivo, rebelde y canalla. Pero la política no es rock and roll. Estamos con Lluís Fox, quien en su blog dice lo siguiente: “Obama es la novedad, el cambio, la historia que corre a su ritmo en Estados Unidos. Un mestizo desafía el poder históricamente en manos de los blancos”. Si no gana, a medio planeta le va a entrar depresión.
Así que este candidato tiene buena imagen, gusta a las mujeres, es demócrata y supone una ráfaga de aire fresco en la Casa Blanca. Y le apoya gran parte de Hollywood: actores y directores cuentan con su respaldo. En Estados Unidos es muy importante la imagen. Y la publicidad. El cine americano tiene ambas cosas. Y no olvidemos el apoyo de los músicos. En un blog encontré una lista de cien músicos y bandas que apoyan a Obama. Lo tiene casi todo para ganar. Salvo los recuentos amañados y otras conspiraciones. Ojalá salga elegido. Que luego cumpla o no, es otra historia.
martes, octubre 21, 2008
119
Interior, día. Aeropuerto. Barajas. Recibimos a Carla, nuestra amiga en la distancia. Aparece con su brillo, deja huella, trae consigo el viento de los beat, de los indios y de la carretera. Charlamos y reímos alrededor de una mesa repleta de latas de cerveza. Somos cinco: Carla Badillo, El Kebran, Mario Crespo, M. y jab, un servidor. El aeropuerto no es Madrid, es “como un tanatorio”, dice Kebran, una zona fría, una tierra de nadie que calentamos con nuestras conversaciones y los vínculos que hemos creado y ahora se solidifican. Echamos de menos a quienes no están. Carla derrocha su energía sobre la mesa. Todos estamos cansados, pero felices. Se nos pasa el día allí, en el café del aeropuerto, hasta que cae la noche. Ya sabes de lo que hablo: una de esas reuniones que no se olvidan. Una tarde para enmarcar.
Atracos a domicilio
Uno de los miedos contemporáneos atañe a la posibilidad de ser robados mientras los inquilinos están en casa, durmiendo. Antes solía temerse a los robos en el piso cuando éste estaba vacío. Ahora se da por supuesto que cualquiera puede burlar las cerraduras, y lo que uno desea es que el ladrón o ladrones no lo hagan mientras estamos dentro de casa. No creo que en esta ocasión podamos echar la culpa a los medios por contarnos historias similares con cierta frecuencia. Una vez vi un reportaje en televisión en el que decían que ahora los ladrones prefieren entrar de noche en los apartamentos y chalés, mientras la familia ronca, para así evitar que alguien entre y los pille con las manos en la masa. Como si fuera una moda. No sé, tal vez lo sea. No creo que tenga mucho sentido robar en las casas de la clase media, pues poca gente guarda sus ahorros en una caja fuerte. Salvo que estemos hablando de millonarios. Si acaso, pueden llevarse los lujos propios de una familia de clase media: un televisor grande, reproductores de dvd y poco más. A unas amigas mías, cuando vivían en Madrid, les entraban en el piso de vez en cuando, a robarles comida y ropa.
Voy de visita a casa de unos amigos a los que hace tiempo que no veía. Sale el tema de los latrocinios porque nos da por hablar del cine de terror, y esto me lleva a recomendarles el filme “Los extraños”, que juega hábilmente con el miedo que tenemos los humanos a ser atacados en la noche, mientras creemos disfrutar la supuesta seguridad del hogar. “Los extraños” ha recibido muy buenas críticas. Su argumento es de lo más sencillo, pero funciona, aterroriza, y es lo que pretende. Es sábado por la noche, pues, y empezamos a hablar de robos en domicilios. Ella, la amiga y anfitriona, confiesa que tiene miedo por sus niños. Viven en un ático y en esa planta no hay más vecinos. Me explica que hay un modo de entrar al edificio y salir por el tejado. Por una puerta o una ventana del tejado, o algo así. Y desde el tejado sólo hay que saltar a la terraza para estar en la casa. Le pregunto si suele bajar todas las persianas cuando se van a dormir. Pero da igual, dice. A los vecinos de uno de mis primos, me cuenta (y esto yo no lo sabía), les intentaron entrar en casa por el balcón, y levantaron un poco las persianas. Mi primo y sus vecinos viven en un cuarto piso. A los desvalijadores de casas les da lo mismo la altura o la dificultad. Entonces recuerdo a mi primo, que el otro día me dijo que en verano duerme con la puerta del balcón abierta. Supongo que el próximo verano la cerrará cuando se vaya a la cama.
Les cuento a mis amigos que algunas noches me despierto al dar una vuelta en la cama, o al sentir sed o ganas de orinar, y que en el estado entre la vigilia y el sueño, en ese contorno confuso que nos parece irreal, siento temor a ser robado de noche. Medio dormido, me da por pensar: “¿Y si alguien está forzando la puerta en este mismo momento?”. Las paranoias se evaporan en cuanto me despejo. En cuanto me levanto, echo un trago de agua y pongo los pies en la realidad y salgo de los sueños. No creo que en Lavapiés desvalijen casas, aunque nunca se sabe. Mi calle está bien iluminada, es ruidosa y siempre hay gente pululando: borrachos, trasnochadores, pandilleros, gente que cierra tarde sus negocios. Si alguien me robara, sólo podría llevarse libros. Les digo a mis amigos que ese tema me obsesiona por el pasado. En dos de los negocios familiares entraron a robar de noche. Se llevaban botellas, chocolatinas, discos y cosas así. Y un intento de atraco nocturno en uno de esos negocios se saldó con un tiro a bocajarro al tobillo de mi abuelo. Yo era un niño. Y oí el disparo.
lunes, octubre 20, 2008
Raised by Wolves, de Jerome Charyn
Esta es la portada del libro (sólo en inglés) del que hablo en el artículo de abajo (link directo). No hay que añadir mucho más, salvo que ya he terminado su lectura y que me parece un título imprescindible para los seguidores de Tarantino, pues su autor, Jerome Charyn, compone una especie de mezcla entre la biografía y el ensayo, a medio camino entre la veneración y la crítica. Charyn incluso me ha descubierto aspectos que no conocía sobre el cine de este cineasta, como algunas referencias, o anécdotas de los rodajes o de la escritura de los guiones. Aunque uno no siempre está de acuerdo con Charyn, merece la pena adentrarse en este análisis en el que no faltan referencias al postmodernismo, la nouvelle vague, los iconos pop, el cómic, Alicia en el País de las Maravillas o Ciudadano Kane. Fue publicado en el 2006, de modo que no incluye datos sobre el proyecto Grindhouse. Me pregunto si alguna vez traducirán en España este Raised by Wolves: The Turbulent Art and Times of Quentin Tarantino.
Criado por lobos
Hay un antes y un después de Quentin Tarantino. No descubro nada nuevo. Los cineastas le imitan, los actores le adoran y quieren trabajar con él, cuenta con una legión enorme de seguidores y fanáticos (entre los que me incluyo), gana premios y sus películas se convierten en obras de culto. No siempre gana: es un impecable guionista y un fabuloso director, pero como intérprete falla, aunque sus actuaciones suelen ser muy graciosas y aportan un toque de chifladura a los filmes en los que aparece. Y digo que no siempre gana porque una de sus ambiciones desde muy joven consistía en convertirse en estrella de cine. En actor con aureola de fama. No logró serlo. Pero sí se convirtió en una estrella. La estrella de su propio universo, un mundo personalísimo y repleto de personajes con verborrea en el que todo es ilusión. Es decir, y ya él mismo lo admite y los críticos así lo han señalado: en sus películas hay un pacto, una aceptación, entre él y el espectador mediante el cual nosotros asumimos que sus obras no son realistas, que sus antihéroes y gángsters y chicas bravas no viven en un modelo a escala del mundo real, sino en un mundo imposible. Basta echar un vistazo a “Kill Bill” y su gama de colores, o esa narración en la que se mezclan con habilidad el manga y los hombres de carne y hueso para describir a las mismas personas.
Llevo años buscando el libro definitivo sobre Tarantino. Un texto que supiera indagar no sólo en el exterior de su cine, sino en el interior, en el subtexto, en las raíces del cineasta, de sus gustos, de sus aficiones y de sus entusiasmos. Necesitaba un libro sobre él, pero escrito por algún norteamericano, no por un español. Y la única traducción de un ejemplar de estas características, que yo sepa, data de hace años: “Quentin Tarantino. A bocajarro”, de Wensley Clarkson. Está descatalogado. Una tarde, merodeando por la librería de La Central del Reina Sofía, encontré un volumen en pasta blanda titulado “Raised by Wolves”, con el subtítulo “The Turbulent Art and Times of Quentin Tarantino”. Podríamos traducir lo primero por “Criado por lobos”. No lo compré, a la espera de noticias sobre su traducción en España. Unas semanas después seguía sin saber nada al respecto y decidí pillarlo. Lo estoy leyendo en inglés. No tengo otro remedio. Me interesaba no sólo por el tema y el personaje, sino por el autor: Jerome Charyn. Quizá ese nombre no te diga nada. Pero Charyn fue una de mis lecturas de adolescencia. Sí, ya lo has adivinado: cogía sus novelas de la Biblioteca Pública de Zamora y también de la Casa de las Conchas de Salamanca. Charyn fue un chico duro criado en el Bronx. Autor de numerosas novelas negras, feroces y afiladas y muy fáciles de encontrar en cajones de saldo de librerías de viejo. Hoy vive entre París y Nueva York. Creo que Francia es el país donde tiene más prestigio, pues allí suelen tener buen gusto y olfato para el género negro auténtico.
La lectura de “Raised by Wolves” es una delicia. Charyn sabe por dónde va. Nos habla de Tarantino, de su infancia, y a veces mete análisis de escenas célebres e incluso introduce frases de sus monólogos. Y camina en la dirección que esperábamos. Porque analiza lo que son en realidad sus películas: universos muy personales, propios de la mente de un niño crecido o de un hombre que se niega a madurar y aún se obsesiona con sus juguetes. No faltan las referencias a autores de la literatura: entre ellos, Mark Twain y Lewis Carroll. Charyn viene a decir que la obra de Tarantino nos entusiasma y trasciende por su habilidad con las palabras. Porque son las palabras las que construyen a los personajes y nos dan las claves de ese universo de cine.
domingo, octubre 19, 2008
Informe sobre mí mismo
Buscando unos datos en la red encontré accidentalmente un vínculo a una web que se anunciaba con la frase: “¿Quieres saber de alguien?” y, debajo: “Accede a toda la información sobre cualquier persona en España”. Prefiero no mencionar la página, ya que mi director tiene bastantes problemas como para que, además, yo señale con el dedo a una empresa y le meta en un lío. El caso es que, llevado por la curiosidad, pinché el enlace. Entré en un portal en el que aseguraban tener los datos de más de cien millones de personas. Te instaban a que buscaras información de cualquier persona a la que estuvieras buscando. Ellos procurarían proporcionártela: domicilio, teléfonos, informes judiciales y económicos, estado civil, fecha de nacimiento, etcétera. Hay un modelo de informe (ficticio) en el que uno puede echar un vistazo a todo lo que se supone que son capaces de conseguir. Me pareció el colmo y a la vez dudé. Quiero decir que, en este tiempo de controles y ojos que nos vigilan, no me extrañaría nada que tuviesen informes exhaustivos sobre cada uno de nuestros pasos colgados en la red. Yo, por ejemplo, tengo dispersos cientos de datos en internet, amén de las historias reales que me suceden y cuento, pero no me apetece que cualquiera sepa mi número de teléfono y mi dirección postal (por razones lógicas: hay mucho perturbado suelto). ¿Esta gente proporcionará mi número de teléfono y mi dirección a cualquier tipo que se lo pida?, me pregunté. ¿Eso es legal?
Quise hacer la prueba y, en el formulario que debes rellenar, en el que constan espacios en blanco para teclear el nombre, los apellidos, el documento nacional de identidad y el país de la persona que buscas, puse mi nombre, el primer apellido y el país. A ver qué ocurría. A ver qué datos míos eran capaces de facilitar. Lo primero que piden es una dirección de correo electrónico al que enviarte el informe. Puse mi dirección alternativa, la que destino al spam y poco más. Dos segundos después recibí un correo electrónico en esa dirección: me notificaban que estaban trabajando en el informe, y que aún habría de esperar unas pocas horas. Mientras aguardaba la llegada de los datos, me dije que eso era demasiado fácil. ¿Por qué habría nadie de proporcionar información a terceros porque sí? Para eso tenemos Google y otros servicios de rastreo. Así que supervisé la página, buscando la letra pequeña, el dato medio escondido. Y di con él. Te contaban que, una vez obtenido el informe, te avisaban de nuevo. Para acceder al mismo, había que pagar primero con tarjeta. Una vez abonado el importe, proporcionarían los datos en un plazo de veinticuatro horas.
Yo no tengo pueblo, nací en Zamora capital. Pero si lo tuviera diría que a esto, en mi pueblo, se le llama estafa. O timo. Uno de esos timos bien camuflados, pero que tanto abundan en internet. Prometen de todo y luego apenas te dan lo que has pedido. Y, mientras tanto, te sablean. Y existen personas que pican. Busqué en Google algún foro donde los internautas hablaran de esta web de bases de datos. Y encontré el testimonio de unos cuantos usuarios que protestaban porque, en efecto, se trata de un timo. Una vez que has pagado (soplan nueve euros por informe), y que aguardas un tiempo hasta recibir la ficha, resulta que los datos que te proporcionan son exactamente los mismos que encontrarías si utilizaras Google. En definitiva, te cobran por algo que está en la red, pero que quizá no sabes buscar. Así que no comprobaré la exhaustividad del informe sobre mí mismo. No quiero darles ni un céntimo. Además, para buscar gente ya está Facebook, que no cuesta dinero.
sábado, octubre 18, 2008
Contraportada de El demonio te coma las orejas [1997 - 2008]
El demonio te coma las orejas [1997-2008], versión ampliada del que fuera el primer gran poemario de David González, es la crónica honesta y descarnada de un superviviente en los afilados márgenes de una sociedad que no mira a los que se quedan atrás.
El oficio de poeta lo aprendió David entre las cuatro paredes de una celda: poesía de no-ficción, como él la define, poesía de la triste experiencia, escrita como catarsis frente a la realidad insoportable de la prisión. Así surgieron El demonio y sus poemas, ajenos a la métrica y a la rima, y dotados de un ritmo instintivo, ansiosos por sumergir al lector en el particular microcosmos de quien se mueve entre la calle y la cárcel, la cocaína y el alcohol, los Burning y Camarón, el desprecio a la vida y el miedo a perderla.
Una poesía para los que no leen poesía.
Brad Pitt en Inglorius Bastards
Primera foto de rodaje de la nueva película de Quentin Tarantino, Inglorius Bastards, muy inspirada en clásicos como Doce del patíbulo o Los cañones de Navarone y series B como El asalto de los hombres pájaro o Aquel maldito tren blindado (todas ellas me apasionaban en las matinales de mi infancia). Se rueda en Berlín.
Alquiler por horas
Vi un reportaje en televisión en el que los periodistas desvelaban cómo algunas personas, para ganar más dinero, alquilan su sofá o alguna habitación de la casa, en Madrid. En concreto, salía un tipo que alquilaba el cuarto del niño del piso. Por horas. Los inquilinos podían habitarlo en los ratos en los que el chaval no estuviera en casa. También se arriendan camas en cuartos compartidos con desconocidos y con las literas separadas por una cortina. Salió en Telecinco. Contaban que esto ocurre en el centro de Madrid, por Tirso y por ahí.
Esto no me sorprende en absoluto. No me cansaré de relatar un antiguo caso que se daba en Salamanca, hace unos cuantos años. No hablo de oídas porque yo habitaba como estudiante el piso en el que esto ocurría y pude verlo durante casi un año, es decir, un curso, el tiempo en que estuve en ese edificio. El dueño también regentaba una pensión. Cuando la pensión se le llenaba y quería ganar más pasta, les daba la dirección de nuestro piso. Dudo que lo hiciera para dárselas de buen samaritano y no dejar a la gente tirada en la calle: no tenía pinta de eso. La casa en la que estábamos era grande, allí vivíamos cuatro tipos y compartíamos gastos. El típico piso que alquilas hasta finales de junio, más o menos hasta que concluye la temporada de clases y puedes largarte a tu tierra aunque aún tengas pendientes algunos exámenes de julio. Era grande, insisto, y por ello sobraban un par de cuartos. Y en esos cuartos se alojaba la gente que no cabía en la pensión. Recuerdo a unos gemelos ingleses que eran clones de un cruce entre Clark Kent y Wally (el de “¿Dónde está Wally?”). A un joven que metió a su novia de tapadillo para pagar así la mitad de lo que deberían haber pagado al dueño. A un anciano triste cuyas apariciones por los pasillos y la cocina no distaban mucho de las comparecencias de los fantasmas de las novelas antiguas. Gente que iba y venía. Que pasaba por allí un fin de semana. O un día y una noche. O quince. O lo que fuera. El dueño les cedía una llave y un papel donde estaba anotada la dirección. Se metían en la casa y nos explicaban la historia, mientras a nosotros se nos llevaban los demonios porque, con ese sistema, los inquilinos ocasionales jamás contribuían al pago común de las facturas de la luz, del agua y del propano. No podíamos ir y decirle a un tipo: “Nos debes la luz que hayas gastado este fin de semana y no olvides pagarnos las dos duchas que te diste y los lavados de dientes”. No es fácil calcularlo ni es fácil pedírselo a alguien. Pero, a la bobada, y sumando ocupantes de paso, nosotros cuatro pringamos más pasta de lo normal.
En el reportaje, que estuvo muy bien, por otra parte, aludían a la crisis como motivo. Que la gente alquilaba la cama o el sofá o el cuarto del chaval por la crisis. Y a mí esto no me parece cierto del todo. El ejemplo anterior, aunque no es tan drástico, sirve para revelarnos que siempre ha habido buscavidas, tacaños, pícaros y jetas. No digo que un tipo sea un jeta por alquilar su sofá para que otro pase la noche a cubierto. Con jeta me refiero al dueño de aquel piso que tuvimos. Y a los que son de su estirpe. Y en aquel tiempo de estudios en Salamanca no se hablaba de crisis. Pero ya entonces había fulanos, allá y en otras ciudades, capaces de alquilarte una ratonera infecta e intentar hacerte creer que aquello era un palacio. “El piso está muy bien. Este piso es un lujo”, te decía una señora. Y tú te preguntabas exactamente a qué se refería mientras mirabas un cuarto en el que no podías estirar los brazos a ambos lados sin darte con los dedos contra la pared.
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