Hay un antes y un después de Quentin Tarantino. No descubro nada nuevo. Los cineastas le imitan, los actores le adoran y quieren trabajar con él, cuenta con una legión enorme de seguidores y fanáticos (entre los que me incluyo), gana premios y sus películas se convierten en obras de culto. No siempre gana: es un impecable guionista y un fabuloso director, pero como intérprete falla, aunque sus actuaciones suelen ser muy graciosas y aportan un toque de chifladura a los filmes en los que aparece. Y digo que no siempre gana porque una de sus ambiciones desde muy joven consistía en convertirse en estrella de cine. En actor con aureola de fama. No logró serlo. Pero sí se convirtió en una estrella. La estrella de su propio universo, un mundo personalísimo y repleto de personajes con verborrea en el que todo es ilusión. Es decir, y ya él mismo lo admite y los críticos así lo han señalado: en sus películas hay un pacto, una aceptación, entre él y el espectador mediante el cual nosotros asumimos que sus obras no son realistas, que sus antihéroes y gángsters y chicas bravas no viven en un modelo a escala del mundo real, sino en un mundo imposible. Basta echar un vistazo a “Kill Bill” y su gama de colores, o esa narración en la que se mezclan con habilidad el manga y los hombres de carne y hueso para describir a las mismas personas.
Llevo años buscando el libro definitivo sobre Tarantino. Un texto que supiera indagar no sólo en el exterior de su cine, sino en el interior, en el subtexto, en las raíces del cineasta, de sus gustos, de sus aficiones y de sus entusiasmos. Necesitaba un libro sobre él, pero escrito por algún norteamericano, no por un español. Y la única traducción de un ejemplar de estas características, que yo sepa, data de hace años: “Quentin Tarantino. A bocajarro”, de Wensley Clarkson. Está descatalogado. Una tarde, merodeando por la librería de La Central del Reina Sofía, encontré un volumen en pasta blanda titulado “Raised by Wolves”, con el subtítulo “The Turbulent Art and Times of Quentin Tarantino”. Podríamos traducir lo primero por “Criado por lobos”. No lo compré, a la espera de noticias sobre su traducción en España. Unas semanas después seguía sin saber nada al respecto y decidí pillarlo. Lo estoy leyendo en inglés. No tengo otro remedio. Me interesaba no sólo por el tema y el personaje, sino por el autor: Jerome Charyn. Quizá ese nombre no te diga nada. Pero Charyn fue una de mis lecturas de adolescencia. Sí, ya lo has adivinado: cogía sus novelas de la Biblioteca Pública de Zamora y también de la Casa de las Conchas de Salamanca. Charyn fue un chico duro criado en el Bronx. Autor de numerosas novelas negras, feroces y afiladas y muy fáciles de encontrar en cajones de saldo de librerías de viejo. Hoy vive entre París y Nueva York. Creo que Francia es el país donde tiene más prestigio, pues allí suelen tener buen gusto y olfato para el género negro auténtico.
La lectura de “Raised by Wolves” es una delicia. Charyn sabe por dónde va. Nos habla de Tarantino, de su infancia, y a veces mete análisis de escenas célebres e incluso introduce frases de sus monólogos. Y camina en la dirección que esperábamos. Porque analiza lo que son en realidad sus películas: universos muy personales, propios de la mente de un niño crecido o de un hombre que se niega a madurar y aún se obsesiona con sus juguetes. No faltan las referencias a autores de la literatura: entre ellos, Mark Twain y Lewis Carroll. Charyn viene a decir que la obra de Tarantino nos entusiasma y trasciende por su habilidad con las palabras. Porque son las palabras las que construyen a los personajes y nos dan las claves de ese universo de cine.