He releído El camino del tabaco. Hay pocas novelas tan duras, tan brutales, como ésta.
Repasemos a los personajes. Una familia destrozada por el hambre, la pobreza y el analfabetismo. Un padre que casa a su hija de doce años con un tipo, a cambio de unos dólares y unas mantas. Una madre sin dientes, adicta al tabaco de mascar. Una abuela que, silenciosa y vestida con harapos, se arrastra buscando algo de comida, pues su propia familia se la niega y se ha convertido en un esqueleto ambulante. Una viuda que nació sin cartílago en la nariz, y que se gasta la herencia de su marido en un coche que destroza en dos días. Una hija con labio leporino, despreciada por los hombres. Un fulano que piensa en atar a su esposa adolescente para que le haga caso. Y, por encima de todo, el hambre y la miseria orquestando la actitud de los personajes.
Caldwell domina los diálogos y nos adentra en situaciones crueles y sórdidas. Dice Horacio Vázquez-Rial, en el prólogo, que el autor fue jornalero en las cosechas de algodón, antes de convertirse en escritor y periodista. Le preocupaba la miseria de los campesinos del sur. Esta es su novela más conocida y quizá la mejor. Un fragmento:
-Voy a ir al distrito de Burke a ver a Tom –había dicho Jeeter a Ada–. Estoy decidido a ir allí para verle antes de morir. En Fuller todos me dicen que día y noche salen vagones de durmientes del aserradero, y que es muy grande. Por lo que la gente dice, me parece que tiene que ser muy rico y seguramente me dará algo de dinero. Aunque a veces uno tiene la impresión de que los ricos nunca ayudan a un pobre, mientras que los pobres son capaces de dar todo lo que tienen para ayudar al que no tiene nada. No creo que deba ser así, pero supongo que los ricos no tienen tiempo para perder con nosotros, los pobres.