Durante el pasado fin de semana se celebró en mi barrio Bollymadrid, que es como llamaron, para abreviar, al “Primer Festival de Bollywood y Cultura India de Madrid”. Los escenarios de los actos fueron tres plazas: la Plaza de Lavapiés, la Plaza de la Corrala y la Plaza de Agustín Lara. Proyectaron películas de la India, donde quizá esté la industria más copiosa del mundo; hubo talleres de danza, de decoración, de tatuajes de henna, de pintura, etcétera; hubo teatro, música y espectáculos variados. En la plaza más próxima a casa hubo jornadas gastronómicas, esto es, casetas de madera donde servían bebidas y comida hindú. Cada tapa y cada cerveza y cada refresco costaba un euro, a la manera del festival de mi ciudad: “De tapas por Zamora”. Fuera uno a la hora que fuera por allí, siempre había largas colas en cada caseta, como si siempre hubiera hambre, como si la gente comiese a todas horas. Reconocí a un par de camareros de los restaurantes del barrio. Se les notaba agobiados y contentos. A la plaza la dominaba un delicioso olor a curry y algo de hedor a cerveza derramada. Algunas personas comían de pie, haciendo equilibrios para sujetar el vaso, el plato y el tenedor de plástico; otras ocupaban los bancos de madera; el resto se sentaba en el suelo, formando corros en plan botellón. Los críos jugaban en el ridículo parque de la plaza. Las señoras se ponían al sol. Calor, bullicio y sonrisas.
El sábado por la mañana, además, a la jornada gastronómica y al Bollywood Lavapiés se añadió otra historia: los ciclistas que recorrieron la ciudad en cueros para protestar por el tráfico. Volvía uno del supermercado, con las manos ocupadas por las bolsas de la compra, y se encontraba con un montón de gente totalmente desnuda, salvo por el calzado. No me ocurre todos los días: enfilar por la calle en la que vivo y verla saturada, de acera a acera, por gente en pelota picada, muy alegre y con la bici al lado. Luego seguí la protesta desde el balcón. La marcha de los ciclistas concluyó en el solar que hay al lado de casa, donde suelen celebrarse movidas contraculturales y alternativas, protestas y meriendas multitudinarias. Y por eso mi calle estaba llena. Hombres y mujeres caminaban por allí o tomaban una birra mostrando sus carnes. En los demás balcones, la gente mayor parecía un poco escandalizada. Las familias hindúes, vestidas hasta la barbilla a pesar del calor, se asomaban a las ventanas y miraban con asombro, como si no se lo creyeran, tal vez pensando: “Estos blancos están locos”. Había un festival de carne en la calle y nadie quiso perdérselo. Se lo conté a un amigo y me dijo: “Lo que no pase en tu barrio…”. Por eso es mejor asomarse a la calle que ver la televisión. Por eso a veces no me hace falta salir, me basta con abrir la ventana y asisto a ejemplos de lo que se palpa en las ciudades: violencia, nudismo, botellones, tráfico y consumo de drogas, algaradas callejeras, cargas policiales, alcoholismo, disputas vecinales, parrandas. No hay tiempo de aburrirse.
Un rato después llegó la policía. Volví a salir al balcón porque oía demasiado ruido. Vi un par de motos policiales, un furgón y varios coches. El autobús que funciona con baterías no pudo seguir su ruta. Los ciclistas en bolas protestaban. Se oían gritos y preguntas: “¡¿Esto es democracia?!”, “¡¿Qué vais a hacer?!”. Al parecer, alguien había llamado a la policía, pero ¿qué iba a hacer la policía? ¿Dispersarlos? ¿Pedirles que se vistieran? Al final retrocedieron, se fueron de allí entre abucheos y pitidos. Alguna gente siguió en bolas. Otros empezaron a vestirse: por la tarde refrescó. Aún olía a curry. Es el barrio, pleno de sorpresas.