lunes, septiembre 07, 2015

El cine según Hitchcock, de Francois Truffaut


Hay libros cuya lectura uno aplaza tanto que pueden pasar décadas. Es lo que me ha ocurrido con estas entrevistas. Compré mi ejemplar en torno a 1985: era la tercera edición (plagada de erratas, por cierto). Se lo presté a algún amigo incluso antes de leerlo. Lo tuvo bastante tiempo en su casa. Luego me lo devolvió. Pero fui posponiendo la lectura porque lo que yo quería era tener a mano las películas de Hitchcock para revisarlas a medida que iba leyendo, algo casi imposible a finales de los 80, cuando teníamos que conformarnos con grabarlas en la tele, si es que las pillábamos a tiempo, o pillarlas de reestreno (muy ocasionales) en los cines. Tantos años después he visto muchas películas del maestro, aunque no todas (su etapa inglesa, casi desconocida, anterior a los grandes éxitos, nunca me ha interesado). Pasan los años y otros libros se entrecruzan y lo olvidas.

Este verano recordé que lo tenía por casa y, por fin, lo he leído. Me duele haber tardado tanto. Es una conversación entre dos grandes, entre dos genios que conocen el oficio cinematográfico como pocos. Es un libro para aprender, para entretenerse, para seguir indagando en sus filmografías (ya que Hitchcock comenta un par de veces las películas de su entrevistador). Un libro que uno devora y que le ayuda a recordar algunas secuencias magistrales de Vértigo, Psicosis, La sombra de una duda, Los pájaros o Con la muerte en los talones. Un libro con el que Hitchcock nos deslumbra con su sabiduría técnica y narrativa. Con un conversador de lujo como Truffaut.

Dice Truffaut que se puede identificar cualquier filme de Hitchcock con sólo ver unos minutos, y continúa:

Para comprobar esto no es necesario escoger una escena de suspense; el estilo "hitchcokiano" se reconocerá incluso en una escena de conversación entre dos personajes, simplemente por la calidad dramática del encuadre, por la manera realmente única de distribuir las miradas, de simplificar los gestos, de repartir los silencios en el transcurso del diálogo, por el arte de crear en el público la sensación de que uno de los dos personajes domina al otro (o está enamorado del otro, o celoso del otro, etc.), por el de sugerir, al margen del diálogo, toda una atmósfera dramática precisa, por el arte, en fin, de conducirnos de una emoción a otra a gusto de su propia sensibilidad. Si el trabajo de Hitchcock me parece tan completo es porque veo en él búsquedas y hallazgos, el sentido de lo concreto y de lo abstracto, el drama casi siempre intenso y, a veces, el humor más fino. Su obra es a la vez comercial y experimental, universal como Ben Hur de William Wyler y confidencial como Fireworks de Kenneth Anger.

Truffaut, tras una velada de homenaje en la que proyectaron centenares de extractos de los filmes de su entrevistado, escribió:

Era imposible no ver que todas las escenas de amor estaban filmadas como escenas de muerte y que todas las escenas de muerte, como escenas de amor. Yo no conocía esa obra, creía conocerla muy bien y me quedé anonadado ante lo que veía. En la pantalla todo eran manchas, fuegos de artificio, eyaculaciones, suspiros, estertores, gritos, pérdidas de sangre, lágrimas, puñetazos torcidos, y me pareció que en el cine de Hitchcok, decididamente más sexual que sensual, hacer el amor y morir eran la misma cosa.

Pero vamos con algunas declaraciones de Alfred Hitchcock:

Cuando se cuenta una historia en el cine, sólo se debería recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo de otra forma. Yo me esfuerzo siempre en buscar primero la manera cinematográfica de contar una historia por la sucesión de los planos y de los fragmentos de película entre sí.

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Lo que yo no comprendo es que alguien se apodere realmente de una obra, de una buena novela cuyo autor ha empleado tres o cuatro años en escribir y que constituye toda su vida. Se manipula el asunto, se rodea uno de artesanos y de técnicos de calidad y ya tenemos candidatura a los "oscars", mientras que el autor se diluye en segundo plano. No se piensa más en él.

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¿Por qué razón elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio. […] El sexo no debe ostentarse. Una muchacha inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montar en un taxi con usted y, ante su sorpresa, desabrocharle la bragueta.

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No, no leo jamás novelas ni otra clase de obras de ficción. Lo que suelo leer son biografías de personajes contemporáneos y libros de viajes. Me resulta imposible leer literatura de ficción, porque, de manera instintiva, me haría la pregunta: "¿Se podría hacer con esto una película o no?".


[Alianza Editorial. Traducción de Ramón G. Redondo; y colaboración de Miguel Rubio y Jos Oliver]