Julian Barnes nos cuenta en Niveles de vida tres historias reales: la primera es sobre el fotógrafo Félix Tournachon, la segunda relata el amor de Fred Burnaby por la actriz Sarah Bernhardt y la tercera es acerca de la muerte de la mujer del propio Barnes. Las tres historias reales tienen algunos vínculos en común, partiendo de la sentencia con la que comienza el libro: Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia.
Y así, trenzando hilos, el escritor nos adentra en territorios resbaladizos y conectados entre ellos: amor, pérdida, viajes en globo, fotografía, formas de mirar el mundo desde las alturas, maneras de obtener otras perspectivas, de ver a Dios con los ojos de Nietzsche y mediante la cámara de Tournachon (que hacía fotografías aéreas), formas de perder o no perder la profundidad de las cosas, maneras de afrontar lo que uno pierde (A veces quieres seguir amando el dolor), cómo vivir los días del luto sin derrumbarse…
Julian Barnes te va preparando poco a poco en las dos primeras historias, entre vuelos por el cielo y amores no correspondidos, y entonces te clava su aguijón en la tercera, la que circula en torno a su esposa, y es ahí donde se despliega todo el dolor y estalla todo su talento. ¿Es cierto que este libro es una maravilla? Lo es. Y está repleto de frases para subrayar. Aquí van algunos posos de su lectura:
Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.
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Félix Tournachon describe "las inmensidades silenciosas de espacio acogedor y benéfico, donde el hombre no está al alcance de ninguna fuerza humana ni ningún poder maligno, y donde se siente como si viviese por primera vez". En este espacio silencioso, moral, el aeronauta experimenta una salud física y también espiritual. La altitud "reduce todas las cosas a sus proporciones relativas, y a la Verdad". Se esfuman las cuitas, los remordimientos, las aversiones: "Con qué facilidad se disipan la indiferencia, el desprecio, la desmemoria… y surge el perdón".
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Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos.
Entonces, ¿por qué aspiramos continuamente al amor? Porque el amor es el punto de encuentro entre la verdad y la magia. La verdad, como en la fotografía; la magia, como en los globos aerostáticos.
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Pasaron treinta y siete días desde el diagnóstico hasta la muerte. En todo momento procuré no mirar a otro lado, siempre intenté afrontarlo; y de ello nació una especie de lucidez demente. Casi todas las noches, cuando salía del hospital, me sorprendía mirando con rencor a los pasajeros de un autobús que simplemente volvían a su casa al final de la jornada.
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Afrontamos mal la muerte, ese suceso banal y único: ya no la integramos como una parte de una pauta más amplia. Y, como dijo E. M. Forster: "Una muerte puede explicarse a sí misma, pero no arroja luz sobre otra".
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La aflicción es un estado humano, no médico, y aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla –y todo lo demás–, no hay pastillas que la curen. Los afligidos no están deprimidos, sino sólo debida, adecuada, matemáticamente tristes ("el dolor es directamente proporcional al valor de lo que hemos perdido").
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Algunos amigos tienen tanto miedo al luto ajeno como a la muerte; te rehúyen como si temieran contagiarse. Algunos, sin saberlo, esperan a medias que tú asumas su duelo en su lugar.
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Hay muchas cosas que no nos matan pero nos debilitan para siempre. Pregunten a alguien que se ocupa de víctimas de torturas. Pregunten a asesores de mujeres violadas y a los que tratan la violencia de género. Miren alrededor a los que sufren trastornos emocionales causados por la simple vida cotidiana.
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El duelo reconfigura el tiempo, su duración, su textura, su función: un día no significa más que el siguiente, ¿y entonces por qué los han distinguido y les han puesto nombres distintos? También reconfigura el espacio. Has entrado en una nueva geografía, con mapas trazados por una nueva cartografía.
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Es lo que muchas veces no comprenden los que no han cruzado el trópico del duelo: el hecho de que alguien haya muerto puede significar que no está vivo, pero no significa que no exista.
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El dolor demuestra que no has olvidado; el dolor realza el sabor del recuerdo; el dolor es una prueba de amor.
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Pero en el duelo hay muchas trampas y peligros, y el tiempo no los atenúa. La autocompasión, el aislamiento, el desprecio del mundo, el egotismo de creerse excepcional: todos ellos aspectos de la vanidad.
[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]