Desde hace tiempo andaba con ganas de leer a Annie Ernaux, una autora que sigue publicando pero a la que no parece prestarse mucha atención (salvo en el libro que Moisés Mori ha escrito sobre ella y su obra, y que me encantaría tener… pero que no he comprado aún porque es bastante caro). La gran motivación para que me haya decidido a buscar sus libros me la dio Hilario J. Rodríguez en Facebook: recomendó algunos títulos de Ernaux, y en concreto citó el arranque de La ocupación (lo copio más abajo); y luego Álex Portero me recomendó otro par de novelas. Aunque he pillado varios de sus libros, empiezo por éste. Hay que decir que gran parte de la obra de esta escritora es autobiográfica. La ocupación es una pieza muy breve, pero muy intensa, y en sus páginas hay un desnudo emocional: la confesión de una mujer que se ve herida, ocupada por un elemento intruso cuando su ex se va a vivir con otra chica. Es una situación que todos hemos vivido alguna vez. Nos planteamos cómo será la otra persona (“el enemigo”), cómo la nueva pareja hará el amor, de qué hablarán, etcétera. Así, a la narradora se la van comiendo los celos y el desasosiego mientras intenta aceptar que ya nada volverá a ser como antes; todo ello, escrito mediante fragmentos, como si fueran vistazos rápidos a lo que le está ocurriendo. Os dejo con algunos extractos, entre ellos el inicio:
Siempre quise escribir como si no fuera a estar cuando publicaran lo escrito. Escribir como si fuera a morirme y ya no hubiera jueces. Aunque es posible que sea una ilusión creer que el advenimiento de la verdad depende de la muerte.
**
Cuando nos veíamos, porque seguíamos viéndonos, en algún café o en mi casa, ante mis reiteradas preguntas, que a veces le hacía como si fueran un juego (“dime por qué letra empieza el nombre”), se negaba, según decía, a “dejar que le tirase de la lengua”, y además añadía: “¿Y de qué ibas a adelantar con saberlo?”. Y, aunque estaba dispuesta a argumentar con vehemencia que en el deseo de saber reside la mismísima fuerza de la vida y de la inteligencia, admitía: “Nada”, pero pensaba: “Todo”.
**
A veces vislumbraba que, si W. me hubiera dicho de repente: “La dejo y vuelvo contigo”, tras un minuto de dicha absoluta y de un deslumbramiento casi insoportable, habría notado una lasitud, una flaccidez mental análoga a la del cuerpo tras el orgasmo, y me habría preguntado por qué había querido conseguir aquello.
[Herce Editores. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]